Jackaroe: el inolvidable indio-blanco de Robin Wood y Gianni Dalfiume, un clásico del nuevo western

Por Iván de la Torre (*), especial para NOVA
Jackaroe era un bebé cuando Yaco, un jefe apache, lo encontró llorando desesperado en una caravana donde su familia había muerto de sed; criado por los indios, el personaje deberá lidiar constantemente con una sociedad que no termina de aceptarlo: los indios, por ser blanco, los blancos por comportarse como un indio.
Jackaroe, llamado por los apaches “hombre-que-camina-solo”, se enfrenta, como todos los grandes héroes de Robin Wood (Nippur, Savarese, Dago, Mojado, Morten…), a los poderes establecidos, desde el sheriff prepotente que somete a un pueblo a sus caprichos hasta al ranchero que disfruta matando de hambre a los campesinos para quedarse con sus tierras.
Sin caer en la denuncia hueca o en los panfletos ilegibles que solía escribir Guillermo Saccomanno, cuyos personajes siempre tienen una frase robada a Eduardo Galeano para redimir a los pobres y humillados, Robin muestra a un antihéroe empeñado en librar luchas donde lo que está en juego es la dignidad del hombre; incluso los personajes secundarios de “Jackaroe” están marcados por ese orgullo que les permite mantenerse en pie mientras los demás aceptan ser maltratados por los poderosos, sabiendo que esa sinceridad puede costarles la vida:
“El joven caído de rodillas en el polvo, alzó su rostro ensangrentado hacia el jinete. Lágrimas de dolor le llenaban los ojos, pero su gesto era fiero e indomable.
- Joven: Yo soy humilde... pero no soy cobarde.
Sonrió rabiosamente mientras se ponía de pie entre ese círculo opresivo de jinetes.
- Joven: Y nunca pego al que no se puede defender... Eso es para cobardes solamente”.
Una vez más, Robin les da voz a quienes no tiene voz, a todos los marginados que siguen luchando a pesar de saber que serán derrotados, fieles a sus principios hasta el final:
“Gritador: Jackaroe, los soldados chaquetas-azules empujan mucho y he debido huir de continuo para salvar a mi gente. Solo busco un poco de paz y comida para mi gente. Soy responsable de ellos”.
Con esta inmensa obra, magistralmente ilustrada por un inspiradísimo Gianni Dalfiume, Robin actualizó el western tradicional, sin ceder a lo políticamente correcto, al mostrar personajes reales y no estereotipos: “El apache es diferente al blanco y la diferencia arranca de la cuna. El blanco desde que nace es atiborrado con ideas de piedad, compasión y bondad. En cambio, el apache es aleccionado en sentido contrario. Se le enseña a matar, a degollar y a robar. El ladrón es aplaudido y el asesino respetado. ¿Qué se puede pedir entonces? Yaco, el padre de Jackaroe, era un apache. Su valor y su mano terrible le habían granjeado el respeto de los suyos y siendo joven ya encabezaba los ataques de los apaches mimbreños”.
Jackaroe no es un héroe perfecto e intachable, solo un hombre que debe lidiar con hechos que, muchas veces, lo superan, por eso, tras ser expulsado de su tribu y realizar diferentes trabajos, termina luchando por el Sur en la guerra de Secesión: “Estuve con los rurales de Mosby. En el lado de los derrotados... Nunca me gustaron los esclavos, pero yo no combatí por la esclavitud. Yo luché por el sur. Es difícil explicarlo. Yo luché por mis amigos que eran pocos y por mis vecinos que eran muchos. Luché por ríos y montañas y creo que hasta defendí esas grandes mansiones blancas de Virginia. Defendí cosas malas y buenas. Todas las causas las tienen... Era una guerra que estuvo perdida desde el primer día. Todos lo sabíamos. Es decir, todos no. Algunos, solamente. Otros eran demasiado jóvenes o demasiado patriotas para poder creerlo. Pero muchos lo sabíamos”.
Robin retrata un Oeste despiadado, donde no existe la piedad y sobrevivir es una tarea muy compleja: “Es una región salvaje, casi despoblada, donde el ganado es salvaje, las mujeres escasas, las viudas abundantes y la vida humana una mercadería de muy poco valor. Abundan los renegados, los pistoleros, la carroña del este que viene a hacerse rica en el oeste y la carroña del oeste dispuesta a defender su posición. También hay mujeres feas que buscan marido, maridos que huyen de sus esposas, ex confederados que aún cargan con su derrota y norteños que no saben qué hacer con su victoria... Toda esta humanidad heterogénea erizada de pistolas, sueños y salvajismo se vierte sobre el territorio”.
“Jackaroe” también muestra la doble moral de los personajes, hombres y mujeres que han aprendido a lidiar con una realidad implacable, donde los buenos sentimientos pueden provocar grandes tragedias:
- Ramón: ¿Así que este gran juez va a traernos justicia, señor?
- Jackaroe: Creo que sí, Ramón. Es un hombre honesto.
- Ramón: Ah sí... pero también mi hija era honesta y ahora está muerta, y yo soy honesto y ahora estoy solo. Tal vez ser honesto no sea suficiente. Tal vez es necesario proteger con plomo la honestidad”.
Jackaroe, como todos los personajes woodianos, sueña y lucha por un futuro mejor, pero no se engaña con la gente con la que debe lidiar, mostrando que, muchas veces, son las personas comunes y corrientes las que peor se comportan, maltratando al débil para vengar viejas afrentas, reales o imaginarias: “Has llegado al límite, Derek. Borracho y revolcado en el barro como si fueras un puñado de basura. ¿Te gustó oír cómo se reían todos esos imbéciles? Se reían de ti, Derek. Te tuvieron de payaso. Se rieron con ganas porque antes te tuvieron miedo. Y ahora eres solamente un asqueroso y mugriento borracho y ellos se ríen de ti porque saben que ahora no vales nada”.
En ese mundo violento e impredecible, dominado por la irracionalidad, todo puede suceder: “Allá en una celda hay un muchacho llamado Ángel que vive matando y está fuera de la ley. Aquí está este otro hombre que también vive matando. Él es sheriff y está dentro de la ley. Allí está Eileen Curtis y su marido. Los dos tienen miedo. Él tal vez más que ella. Él es un hombre bueno, pero por desgracia, casi todos los buenos son cobardes. Y él lo es. Eileen, en cambio, no creo que tenga miedo. Es una mujer capaz de luchar por su vida y por su hombre. Y lo ha hecho. Por ello, el Ángel está en esa celda”.
El propio Jackaroe confiesa: “Yo he sido muy malo en mi vida y maté a mucha gente, a veces sin necesidad. Especialmente cuando era joven. Cuando crecí me di cuenta de muchas maldades cometidas...”.
Compensando ese tono oscuro, Robin también habla de los antihéroes que siguen empeñados en su lucha solitaria por el honor y la amistad, como los ex soldados del Sur que mueren salvando un pueblo mexicano: “Eran los mejores de un mundo que ya no existe. Caballeros perdidos como los fantasmas de que hablan las historias de los viejos. Eran los mejores que nunca verás. Eran como niños que se han perdido en la noche. Eran como una vieja canción... una canción hecha de capotes grises y de una vieja bandera. Canción de los caballeros perdidos en la noche buscando un tesoro, canción de los niños perdidos, de los niños valientes, de los caballeros-niños de capotes grises y sueños dorados, sueños viejos y angostos como un camino que no lleva a ninguna parte, pero que es tan hermoso, tan hermoso y tan inútil como son tantas cosas hermosas”.
En esa poesía, en ese tono agridulce que habla de la dureza del mundo rescatando el valor de los principios y la amistad, está la esencia de “Jackaroe” y la base de todos los grandes antihéroes woodianos, hombres como Big Norman, Nippur, Mojado, Savarese, Chaco o Morten, empeñados en librar una lucha desigual sabiendo que sus esfuerzos los conducirán, inevitablemente, a la soledad, la pobreza o la muerte, pero sin rendirse jamás, porque en esa pelea está el secreto de su grandeza, “un camino que no lleva a ninguna parte, pero que es tan hermoso, tan hermoso y tan inútil como son tantas cosas hermosas”.

