Francisco Javier Muñiz, el héroe en la lucha contra la fiebre amarilla

Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
El 8 de abril de 1871 falleció en Buenos Aires, víctima de la epidemia de fiebre amarilla, el doctor Francisco Javier Muñiz, destacado médico y científico que tuvo la Argentina del siglo XIX. Su primera actuación pública no tuvo nada que ver con la medicina, pero fue una experiencia que lo dejó marcado para siempre: en 1806, con tan sólo 12 años, combatió en la Reconquista de Buenos Aires. Al año siguiente, durante la Defensa, volvió combatir por su tierra.
El joven Muñiz acudió a cumplir su deber ciudadano, pero sintió que lo suyo iba por otro lado. Así fue como se dedicó al estudio de la medicina en el instituto fundado por Cosme Argerich y se recibió de médico en 1822, siendo uno de los primeros en egresar de la Universidad de Buenos Aires. Pero los avatares de la política de su época condujeron al país a una guerra contra el por entonces Imperio del Brasil, para resolver una vieja disputa por el control de la Provincia Oriental y el doctor Muñiz se incorporó al Ejército como cirujano, con grado de grado de Teniente Coronel.
Terminada la Guerra volvió al país y estuvo a cargo de la administración de la vacuna antivariólica. Tiempo más tarde el gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas lo nombró Médico de Policía y desde ese lugar le tocó luchar contra una epidemia de fiebre escarlatina. Tiempo después participa como médico en la Batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852, el día que cambió la historia argentina para siempre. Esto lo dejó del lado porteño en los años en que Buenos Aires y el interior fueron dos países diferentes. También sirvió como cirujano en las decisivas batallas de Cepeda y Pavón (siempre en el bando porteño) y fue jefe de los cirujanos argentinos durante la Guerra del Paraguay.
Para 1871 el eminente doctor Muñiz tenía 75 años. Ya estaba retirado, pero la epidemia de fiebre amarilla que castigó a Buenos Aires lo sacó de su retiro porque entendió que podía ser útil aportando su conocimiento y su experiencia de medio siglo dedicado al arte de curar. Lamentablemente la enfermedad a la que él mismo ayudó a combatir, apagó su vida para siempre el 8 de abril de 1871.
Fiebre amarilla en Buenos Aires
La epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires, en 1871, fue una de la mayor tragedia de la historia porteña. El 8 por ciento de la población de entonces (190.000 habitantes) falleció debido a esta enfermedad, transmitida por el mosquito Aedes aegypti, hoy en boga por la epidemia del dengue. En 1871 la ciudad no contaba con los medios para dar respuesta a tamaña crisis sanitaria.
Se estima que en el pico de la crisis sanitaria llegó a haber más de 500 muertos por día, para alcanzar un total de 14.000 fallecidos. Tanta gente murió que el Cementerio del Sur, ubicado en al actual Parque Ameghino, en la avenida Caseros al 2.300 colapsó y fue necesario inaugurar precipitadamente el Cementerio del Oeste, en la actualidad conocido como Cementerio de la Chacarita.
Por esos días el Ferrocarril del Oeste tendió un ramal por la avenida Corrientes para trasportar cadáveres a su lugar de descanso. El llamado "tren de la muerte" realizaba dos viajes por noche. La mayoría de las víctimas eran inmigrantes europeos que vivían en pésimas condiciones de higiene en inquilinatos ubicados en los barrios del sur de la ciudad, en casas que la clase alta abandonó para huir del epicentro del conflicto. Esas residencias que dieron diseñadas para albergar a una familia, terminaron ocupadas por más de veinte que compartían un único baño y la cocina. Ése fue el origen de los conventillos.
La epidemia de 1871 puso al descubierto las falacias en materia de prevención las de enfermedades. Las autoridades tomaron conciencia de la necesidad urgente de mejorar las condiciones de higiene de la ciudad. Esto incluyó la implementación de una red de distribución de agua potable y la construcción de cloacas y desagües para prevenir futuras epidemias.