7 de febrero de 1826: Bernardino Rivadavia fue designado Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata
Por Gustavo Zandonadi
El Congreso entendió que la complicada situación del país imponía la necesidad de contar con un gobierno fuerte. El elegido para tomar las riendas fue Bernardino de la Trinidad González Rivadavia. La disputa no resuelta entre Buenos Aires y el interior, la Guerra con el Brasil y la pérdida definitiva de la Provincia Oriental sellaron la suerte de su breve y tormentoso gobierno.
La ceremonia fue el martes 7/2/1826. Los diputados Garmendia, González, Pinto y Mansilla llevaron a Bernardino Rivadavia al recinto donde sesionaba desde diciembre de 1824 el Congreso Constituyente. Tomó asiento a la derecha de la presidencia y escuchó leer la norma de rigor. pic.twitter.com/nxHO3NuvG1
— Adrián Pignatelli (@DiasdeHistoria) February 7, 2024
¿Quién era Bernardino Rivadavia?
Bernardino Rivadavia nació el 20 de mayo de 1780 en Buenos Aires. Era hijo de Benito Bernardino González de Ribadavia, español europeo de profesión abogado, y de la rioplatense de ascendencia africana, María Josefa de Jesús Rodríguez de Ribadavia y Rivadeneyra. Por esa razón a Bernardino recibió el apodo de “mulato”.
El 14 de diciembre de 1809 contrajo matrimonio con la oriental Juana del Pino -hija del exvirrey Joaquín del Pino- en la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. La pareja tuvo cuatro hijos: José Joaquín, Constancia (que murió con menos de 4 años de edad), Bernardino Donato y Martín.
El casamiento con Del Pino le abrió a Rivadavia las puertas de la política porteña. En su nueva condición de vecino, el futuro presidente fue uno de los invitados a participar del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y votó por remoción del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Primer Triunvirato
La Primera Junta había pasado a ser Junta Grande con la incorporación de los diputados del interior, pero una hábil maniobra de los porteños logró concentrar el poder en pocas manos. Así nació el Triunvirato, un gobierno porteño y colegiado, pero sin el lastre de la representación de las provincias.
Rivadavia fue designado en el cargo de secretario de Guerra. El “Mulato” se convirtió en una pieza fundamental del gobierno. No le tembló la mano a la hora de ordenar la represión para sofocar el Motín de las Trenzas; el fusilamiento de Martín de Álzaga y el Tratado Herrera-Rademaker.
El Triunvirato llegó a su fin con la revolución del 8 de octubre de 1812 -primer golpe de Estado de la historia argentina- encabezada por los hombres de la Logia Lautaro: José de San Martín, Carlos María de Alvear, Manuel Guillermo Pinto y Francisco Ortiz de Ocampo. El motivo de la asonada fue la necesidad de poner término a un gobierno impopular, exigiendo la renuncia de los triunviros y su reemplazo por otros. La realidad es que la logia buscó imponer un gobierno afín a su pensamiento.
Misión diplomática y vuelta a Buenos Aires
La inestabilidad política de la época volvió a colocar a Rivadavia en los primeros planos de la política. En 1814 comenzó a desempeñarse en el área diplomática. Viajó a Europa en compañía de Manuel Belgrano buscando apoyo para la emancipación de las Provincias Unidas pero la gestión fue un rotundo fracaso.
En un manotazo de ahogado la misión argentina propuso a Carlos IV de España encabezar una monarquía constitucional, pero tampoco salió como esperaban. A pesar de ello Rivadavia permaneció en el viejo continente hasta 1820.
Anarquía del año `20
El entrerriano Francisco Ramírez y el santafesino Estanislao López hicieron su entrada triunfal en Buenos Aires luego de obtener el triunfo en la batalla de Cepeda, en febrero de 1820. La victoria federal provocó la renuncia del Director Supremo José Rondeau y la disolución del Congreso Nacional dejando al país a cargo del Cabildo de Buenos Aires. Manuel de Sarratea fue designado al frente del poder ejecutivo provisional. De inmediato firmó el Tratado del Pilar con los representantes de los ganadores de Cepeda.
Así empezó un triste periodo que la historiografía denominó Anarquía del año XX, que incluyó una sucesión de gobiernos efímeros en Buenos Aires, mientras en el interior tenían lugar una guerra civil en el litoral, el surgimiento y caída de la República de Entre Ríos y la invasión lusitana a la Provincia Oriental, que terminó en la anexión de la misma al naciente Imperio del Brasil con el nombre de Provincia Cisplatina.
La luz al final del túnel parecía verse en Buenos Aires con la llegada de Martín Rodríguez al gobierno, el septiembre del convulsionado 1820. El nuevo mandatario, militar de profesión, carecía de experiencia política. Para suplir esa falencia formó un gabinete con los hombres más influyentes de la época. Uno de esos ministros fue Bernardino Rivadavia, que adoptó una serie de medidas para modernizar de provincia.
La feliz experiencia rivadaviana
Fue una época de profunda transformación, en la que se empezó a dejar atrás a las instituciones del antiguo orden virreinal, al tiempo que la sociedad se iba adoptando a los cambios. En este tren de reformas apareció la primera Ley de Sufragio Universal, que no era tal porque excluía a la mayoría de la población habilitando a votar únicamente a las minorías ilustradas.
Se podría decir que la época de Rivadavia fue un gobierno para pocos, pero también tuvo una serie de hitos muy avanzados para su tiempo: Buscando la paz social se indulto a los antiguos enemigos a través de la Ley del olvido. En el plano castrense se reorganizó el Ejército. La relación con la Iglesia Católica se tensó por la expropiación de edificios religiosos y en el plano comunal se suprimieron los cabildos. Hubo libertad de prensa y de opinión y se fundó la Universidad de Buenos Aires, que perdura hasta nuestros días. También son de esta época el Museo de Ciencias Naturales, el Registro Oficial y el Cementerio de Recoleta.
Pero la feliz experiencia tuvo un costado amargo: en 1824 se contrajo una deuda con la Casa Baring por valor de un millón de libras esterlinas, de las cuáles a la provincia llegaron alrededor de la mitad, con el agravante de haber tenido que gastar el dinero en fines distintos para los que había sido contratado. Para quién quiera profundizar en el tema, se recomienda leer el estudio sobre la cuestión que realizó Raúl Scalabrini Ortiz, publicado en Política británica en el Río de la Plata.
Presidente
El gobierno de Martín Rodríguez llegó a su fin el 2 de abril de 1824. La época rivadaviana parecía haber terminado, pero poco tiempo después un suceso inesperado devuelve al “mulato” a los primeros planos de la política. El 19 de abril de 1825 desembarcan en la playa de La Graseada los 33 orientales que dieron inicio a la Cruzada Libertadora.
Con apoyo económico de unos cuantos hacendados porteños comenzó la campaña que independizó a la Provincia Oriental respecto del Brasil para incorporarla a las demás provincias argentinas “a las que siempre perteneció y desea pertenecer por los más sagrados vínculos que el mundo conoce” según reza la Declaratoria de independencia del 25 de agosto de 1825. Las autoridades porteñas aceptaron la reunificación con los orientales y en respuesta, los brasileros declaran la guerra.
La gravedad del frente externo convenció al Congreso de la necesidad de contar con un poder ejecutivo fuerte, que concentre en sus manos el poder de decisión para conducir al país en la guerra. El elegido fue Bernardino Rivadavia que asumió sus funciones el 7 de febrero de 1826. El interior no vio con buenos ojos su designación.
El presidente Rivadavia puso el foco en tres objetivos fundamentales: la Ley de Capitalización de Buenos Aires, sanción de una Constitución Nacional y la resolución de la guerra contra los brasileros. No obtuvo resultados favorables en ninguno. La conflagración fue escenario de resonantes triunfos rioplatenses, pero los brasileros no se rendían y el conflicto se estiró más de lo que la economía podía financiar.
Cuando la situación parecía empantanada el presidente entendió que era necesario sacar al país del atolladero. Buscando una solución en el terreno de la diplomacia, nombró como ministro plenipotenciario a Manuel José García. En 1827 se abrió una instancia de negociación directa entre las partes.
El presidente instruyó al ministro García para buscar una solución por la vía del diálogo poniendo sobre la mesa dos opciones: el Imperio del Brasil debía reconocer la pertenencia Provincia Oriental junto con las demás provincias argentinas o en caso contrario ambos contendientes debían ofrecer garantías para que los orientales se constituyan en un país independiente y se dieran a sí mismos una forma gobierno que sea útil a sus intereses.
La Convención Preliminar de Paz tuvo por objeto poner término a la acción bélica. García se encontró con una feroz intransigencia de parte de los brasileros, obstinados en retener para su Imperio a la que ellos llamaban Provincia Cisplatina. La primera ronda de negociaciones terminó sin resultados. Fue en la segunda donde tuvo lugar la declinación de García.
El funcionario argentino reconoció la independencia de los orientales, renunciando al control del Río de la Plata y a una provincia estratégica, para siempre. Haciendo caso omiso a las instrucciones que portaba consigo. La noticia generó descontento en Buenos Aires. Rivadavia intentó despegarse, exhortando al Congreso a rechazarla, pero su suerte estaba echada. El 26 de junio de 1827 presentó su renuncia y nunca más ocupó un cargo público.
El poder ejecutivo nacional se disolvió, volviendo a presentarse un escenario similar al de 1820. La caída de Rivadavia generó un vacío político muy grande y desató una crisis que poco tiempo después le iba a costar la vida al gobernador Manuel Dorrego. Estos acontecimientos fueron allanando el camino de Juan Manuel de Rosas al poder, quién pisó fuerte desde un primer momento para aplacar los desbordes.
La vida de Rivadavia fuera del gobierno transcurrió entre España y Uruguay. Intentó volver a la Argentina en 1834, pero las autoridades de entonces lo impidieron. Murió en España el 2 de septiembre de 1845.








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