3 de febrero de 1852, el día que cambió la historia argentina para siempre
Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA.
Habían pasado más de cuatro décadas desde el rompimiento de la institución virreinal, sin embargo la clase política era incapaz de organizar un Estado sobre las premisas de un orden jurídico fundamental para asegurar una convivencia pacífica. Por un lado estaba Buenos Aires, con Juan Manuel de Rosas a la cabeza, desde 1835. Por el otro estaba el interior, liderado por el entrerriano Justo José de Urquiza. La situación hizo crisis el 3 de febrero de 1852. El enfrentamiento tuvo lugar Caseros, en horas de la mañana, en terrenos donde hoy se ubica el Colegio Militar de la Nación. Ese día 24.000 aliados (de los cuales 3500 eran brasileros y 1500 uruguayos) se batieron contra 23.000 porteños.
Los vencedores sufrieron 300 bajas, al tiempo que los vencidos contabilizaron alrededor de 1500. Ese día marcó el fin de la época de Rosas y el inicio de un largo camino que culminó en la búsqueda de un país unificado y abierto al futuro promisorio que pacientemente le aguardaba, pero eso fue después de que los protagonistas de Caseros desaparecieron de la escena pública.
Las consecuencias de la batalla fueron la caída de Rosas, la secesión de Buenos Aires, la sanción de la Constitución del 53 y la elección de Urquiza como presidente, un mandatario que los porteños percibían como extranjero.
¿Por qué el 3 de febrero cambió la historia para siempre?
Juan Manuel de Rosas gobernó con mano de hierro la Provincia de Buenos Aires, sobre todo en su segundo mandato, que duró 17 años. Beneficiado por la geografía, controlaba el puerto y las rentas de la aduana. Tener el puerto de bonaerense bajo control le daba un enorme poder porque con una mera decisión administrativa, Rosas podía sellar el destino del interior del país.
El secreto de su hegemonía estaba en mantener al interior del país económicamente postergado y políticamente dividido. Precisamente ese era su principal argumento para negarse a convocar una asamblea constituyente para organizar jurídicamente al Estado: según su análisis, primero había que superar esas diferencias antes de empeñarse en redactar una Constitución para organizar jurídicamente al Estado, cosa que de por sí no iba a solucionar nada.
Todo cambió ese 3 de febrero. Había tantos rencores acumulados a lo largo de su segundo período que debió exiliarse para salvar su pellejo. Se embarcó rumbo a Inglaterra y no volvió a pisar suelo argentino. La prepotencia y el terror que signaron la vida de los argentinos, llegaron a su fin. Los días que vinieron después fueron aciagos para Buenos Aires, que fue intervenida por Urquiza, que nombró gobernador a Vicente López y Planes, expresidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata y autor de la letra del himno nacional.
Paralelamente Urquiza convocó a las provincias a un acuerdo en la ciudad de San Nicolas para sentar las bases de la futura constitución nacional. López y Planes firmó el pacto en representación de Buenos Aires pero los porteños, al ver que su provincia no tenía posibilidades de imponerse sobre las demás, lo derrocaron. Buenos Aires se sumergió en una tensión política que culminó en la Revolución del 11 de septiembre de 1852 que derivó en su separación de la Confederación.
Desde entonces y por espacio de una década, hubo dos países: en un rincón dominado por el federalismo, se ubicó la Confederación Argentina conformada por todas las provincias existentes en ese momento, con capital en Paraná y bajo el liderazgo de Justo José de Urquiza. En el extremo opuesto el Estado de Buenos Aires se abrió paso bajo la creciente influencia de Bartolomé Mitre y con el Río de la Plata bajo su control.
La Confederación reunió al Congreso General Constituyente y sancionó su Constitución el 1 de mayo de 1853. Por su parte los bonaerenses también tuvieron la Constitución del Estado de Buenos Aires, vigente desde el 11 de abril de 1854. El plexo porteño en dejaba en claro que no aceptaba la dominación de ningún mandatario extranjero, en clara referencia a Urquiza, que meses después resultó elegido como primer presidente de la Confederación, en 1854.
¿Cómo llegamos a esto?
El Virreinato del Río de la Plata dejó de existir para siempre el 25 de mayo de 1810. A partir de entonces se desató un periodo de ciega violencia que comenzó con el fusilamiento del exvirrey Santiago de Liniers y continuó con una década de inestabilidad política signada por un sinfín de gobiernos débiles y efímeros, surgidos por la fuerza de las armas. El período revolucionario culminó en 1820, en una anarquía de la que no fue fácil salir.
Durante un tiempo hubo una paz precaria, que llegó a su fin con la Guerra del Brasil y a su término, fue el tiempo del fusilamiento de Manuel Dorrego a manos del general Juan Lavalle. El retorno de la violencia hizo madurar la idea de contar con un gobierno fuerte que haga sentir el peso de su autoridad. La tarea recayó en manos de Juan Manuel de Rosas.
El Restaurador de las leyes gobernó durante tres años y al finalizar su mandato marchó a la Campaña del Desierto para enfrentar a los indios. Mientras Rosas peleaba en los últimos confines de la civilización, en Buenos Aires -encabezados por Encarnación Ezcurra- sus partidarios se dedicaron a desestabilizar a todos los gobernadores que lo sucedieron, con la finalidad de hacer posible el retorno de su líder a la primera magistratura provincial.
Tres años después Rosas volvió a ser elegido, pero lentamente le imprimió a su gobierno un tinte autoritario. La condición que puso el caudillo para aceptar el cargo fue que la Sala de Representantes delegue en su persona facultades extraordinarias. Los legisladores no tuvieron más remedio que aceptar y de esta forma el gobernador asumió funciones ejecutivas, legislativas y judiciales, concentrando en su persona la Suma del Poder Público.
La persecución a opositores -que debieron optar entre el exilio o la conversión al rosismo para salvar su vida- los crímenes políticos y la sangre a granel se volvieron moneda corriente. Por si algo faltaba, desde el final de la Guerra del Brasil no había un poder ejecutivo nacional, por lo tanto el gobernador bonaerense tenía en sus manos la política exterior de las Provincias Unidas.
Ese delegación de facultades era renovada año a año por la Legislatura. La maniobra de Rosas siempre era la misma: cuando se avecinaba el mes diciembre, el Restaurador presentaba su renuncia indeclinable argumentando razones de salud. El cuerpo legislativo le renovaba la confianza y todo seguía como siempre.
Así fue hasta 1851. Ese año el gobernador de Entre Ríos le aceptó la renuncia, al tiempo que preparaba las tropas del Ejército Grande para avanzar sobre Buenos Aires. Es innegable que Urquiza fue una pieza muy importante en la organización nacional. Fue el artífice de la primera Constitución aceptada por todo el país, a excepción de los porteños. Pero eso no puede, ni debe ocultar una verdad incómoda: Urquiza no dudó en convocar a soldados extranjeros para derramar sangre argentina.