Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
Ayer el pueblo argentino fue testigo de una de las peores represiones de los últimos cuarenta años. Efectivos de la Policía Federal Argentina, actuando bajo las órdenes de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich -alias Carolina Serrano- atacaron con balas de goma, gases lacrimógenos y palos a periodistas, manifestantes y jubilados que se encontraban en las inmediaciones de Plaza Congreso, protestando pacíficamente contra el tratamiento del proyecto de la denominada Ley Ómnibus.
El ataque ocurrió en momentos en que los manifestantes y los trabajadores de prensa se encontraban en la vereda, respetando el protocolo antipiquetes impulsado por el ministerio de Seguridad. El proceder de ese grupo de policías federales trae recuerdos de una Argentina en blanco y negro, en tiempos en que no se podía opinar, salir a la calle a protestar o mencionar el nombre de los dirigentes exiliados.
Lo que pasa afuera del Congreso no puede ser sorpresa para nadie que esté medianamente informado. En noviembre del año pasado el legislador tucumano Ricardo Bussi -hijo del exgobernador de facto, Antonio Domingo Bussi- avisó que en un gobierno de La Libertad Avanza no habría lugar para posiciones ambiguas: “claro que tiene que estar la represión”.
El legislador indicó que era necesario realizar un fuerte ajuste del gasto público y que ello traería consecuencias en la calle, motivo por el cuál es necesario asegurar el orden, por las buenas o por las malas: “El Estado tiene la Policía, es el que maneja las Fuerzas de Seguridad, las Fuerzas Armadas. Tendrá que usar esas herramientas para ir por el orden porque necesitamos justamente eso, orden”.
Nobleza obliga: el que avisa no es traidor. Por supuesto que en todas las cosas se necesita un orden, pero "orden" y "represión" no son sinónimos. Sería oportuno (en realidad es una pregunta retórica) que el excandidato a gobernador de Tucumán explique por qué entiende que el orden se consigue moliendo a palos al otro, en vez de apelar al diálogo.
Lo que pasa afuera del Congreso es consecuencia directa de lo que pasa adentro. Nadie está obligado a aceptar una decisión que lo perjudica. En su libro "Lecciones elementales de política" -publicado en tiempos de la Revolución Argentina- Germán Bidart Campos, doctor en derecho y ciencias sociales, profesor titular de la cátedra de Derecho Político de la Universidad de Buenos Aires y decano de la facultad de derecho de la Universidad Católica Argentina, habla del derecho de resistencia a la opresión.
La brillante pluma de Bidart Campos escribió un capítulo entero de su libro para justificar la violenta embestida liberal contra el peronismo en 1955. El autor hablaba de la figura del tirano, al que definía como un gobernante injusto. El eximio docente decía que es lícito oponer resistencia, en primer lugar, pasiva y en segunda instancia, activa. En buen criollo: vale levantar la mano contra un déspota.
Traspolando el texto de Bidart Campos a la actualidad y observando lo que pasa en Plaza Congreso, es válido preguntarse ¿Es Javier Milei un gobernante democrático? Si la Ley Ómnibus es lo que necesita el país para salir del estancamiento ¿Por qué es necesario militarizar la zona y reprimir a quienes ejercen el derecho de resistir lo que consideran que es una opresión? ¿Por qué hay que golpear a los periodistas? Por supuesto, todo esto es en nombre de la libertad y con ayuda de las fuerzas del cielo...
El ampuloso operativo de seguridad en las inmediaciones del Congreso pone al descubierto la mentira del demagógico discurso de Milei. El presidente que se presenta como el apóstol de la libertad y del respeto al proyecto de vida ajeno no tolera que la disidencia salga a la calle a fijar posición contra las iniciativas impopulares de su gobierno. Frente a este atropello -inaceptable en democracia- es necesario señalar que por encima de todo, el gobierno debe garantizar el derecho de todos los argentinos a expresar lo que sienten, aunque no le guste.