El 13 de febrero de 1912 el Congreso sancionó la Ley Sáenz Peña
Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
Conocida por el apellido de su mentor, Roque Sáenz Peña, la ley 8.871 cambió las reglas del juego electoral en la Argentina. Desde ese momento se adoptó el sufragio universal, secreto y obligatorio como método para la elección de los cargos públicos electivos. Los requisitos que debían cumplir los votantes para estar habilitados eran los de tener 21 años y estar inscriptos en el Padrón Electoral.
La ley alcanzaba a los hombres nacidos en la Argentina, pero no todos podían elegir a las autoridades. Los dementes declarados en juicio, los sordos que no pudieran hacerse entender por escrito, los soldados y los religiosos eran considerados incapaces para votar. Tampoco podían hacerlo los delincuentes y los desertores. El sufragio femenino no estaba prohibido, pero las mujeres debieron esperar hasta 1947 para tener su propia ley electoral.
Atendido por sus dueños
La Argentina del Centenario era un país muy diferente al del siglo XIX. Se habían superado los desórdenes en 1862, dejando atrás medio siglo de luchas fratricida y postración. Basando su economía en la riqueza de su suelo, la abundancia de recursos naturales y la benevolencia del clima, con el tiempo se acuño la frase "Dios es argentino" para explicar la enorme capacidad para la generación de riqueza y la suerte que caracterizó al país que logró salir indemne de todos sus conflictos.
En 1880 se inició un ciclo en el que se consolidó la nacionalidad argentina, no como una barrera de contención a la apertura inmigratoria, si no como resultado de la suma del aporte de las nuevas culturas que enriquecieron al ser nacional. Por esos días se dio forma a un sistema republicano y federal -como lo previeron los constituyentes de 1853- pero esa dirigencia no tenía legitimidad de origen porque no había elecciones limpias. En verdad tampoco las necesitaban porque administraban al país como si fuera una estancia y ningún patrón consulta a los peones.
La democracia representativa nunca estuvo en agenda de la Generación del 80, que entendía que el grueso de la ciudadanía no estaba maduro para votar. El gobierno era un bien que pasaba de mano en mano entre los integrantes de una casta, que lo había obtenido en elecciones fraudulentas. Para esa élite todo funcionaba bien como estaba, por tanto, no había que cambiar nada. Sin quererlo Roque Sáenz Peña cambió la historia con el nuevo régimen electoral.
Contexto en el que se dio la reforma electoral
El país que abrió las puertas a la inmigración había recibido a miles de almas provenientes de lugares tan distantes como dispares. Todos trajeron su idioma y su gastronomía pero también sus conflictos y su ideología. Esas voces se hicieron oír con mucha fuerza en un país rico pero sin justicia social. La riqueza se concentraba en pocas manos mientras la clase trabajadora no tenía derechos y vivía en condiciones paupérrimas.
El gran peligro que no advirtió la clase dirigente fue el crecimiento del socialismo y el anarquismo entre las clases medias y obreras, ajenas -pero no por eso indiferentes- al sistema electoral. Pero lo que cambió la historia a finales del Siglo XIX fue la aparición de la Unión Cívica Radical, que puso sobre la mesa la discusión por la transparencia del sufragio. Una seguidilla de tentativas golpistas organizadas por los radicales en los años previos a su llegada al gobierno, convencieron a Sáenz Peña de la necesidad de incluir la participación popular en el sistema electoral.
A esa tarea se abocó desde su primer día de gobierno, instruyendo a su ministro del Interior -Indalecio Gómez- para trabajar el tema. El presidente tenía la convicción de que el pueblo acompañaría calurosamente al grupo de hombres que condujo al país desde 1880, pero eso no fue así. De la mano de Hipólito Yrigoyen los radicales llegaron al gobierno en 1916. La Argentina conservadora había llegado a su fin.