Por Santiago Pérez García, especial para NOVA (*)
La película dirigida por Taika Waititi, Jojo Rabit, nos plantea algo sumamente especial en la construcción del lenguaje de sus personajes. Dicha arquitectura, radica en dos aspectos fundamentales de su narrativa. Por un lado, el amigo inmaterial de Jojo, quien es puntualmente el personaje histórico Adolf Hitler, el cual es recreado al mejor estilo de un “Pepe Grillo” o la voz de su conciencia. Y, por otro lado, el personaje de la niña, interpretado por Thomasin Mckenzie con quien Jojo comparte de manera particular, dibujos y diálogos que exponen su percepción acerca de los imaginarios nazi y judío respectivamente.
Con esta pequeña introducción, la idea es llegar a plantear lo siguiente:
-La consolidación simbólica del amigo ficticio, establece cómo el imaginario del ideal nazi se arraigó en el inconsciente colectivo de la juventud alemana de la época. Para Jojo, ser como su líder espiritual lo era todo. Las proezas de éste habían escrito la historia “sagrada” de una supuesta raza superior. Hitler, innegablemente apostó por este discurso. En las primeras páginas de su manifiesto “Mi lucha”, radicalmente enuncia: “Mientras el pueblo alemán no pueda reunir a sus hijos bajo un mismo Estado, carecerá de todo derecho moralmente justificado para aspirar a acciones de política colonial. Sólo cuando el Reich, abarcando la vida del último alemán, no tenga ya posibilidades de asegurarle a éste su subsistencia, surgirá de la necesidad del propio pueblo la justificación moral para adquirir la posesión de tierras extrañas. El arado se convertirá entonces en espada, y de las lágrimas de la guerra brotará el pan diario para la posteridad”. (Hitler 8).
Es innegable la capacidad retórica y persuasiva de su discurso. El tenebroso líder alemán, en sus palabras insta por una construcción arquetípica, invita a sus coterráneos a identificarse como una raza privilegiada que debe luchar por la recuperación y soberanía de su territorio, aunque esto conlleve al acero y la sangre. Si bien son vastas las interpretaciones del holocausto, como punto de convergencia, encontramos la necesidad latente de crear unas bases retóricas que persuadieran la mentalidad alemana. Para dicho efecto, encontramos en los archivos históricos a Joseph Goebbels, el infame ministro de propaganda, quien legitimaba su injerencia política sobre la base de construcciones narrativas, que lejos de ser verdad, azuzaban a las masas y calaban fuertemente en el inconsciente colectivo alemán.
-Ahora bien, si hacemos referencia al personaje de la niña, Elsa Korr, interpretado por la actriz Thomasin Mckenzie, llama la atención los diálogos que establece con Jojo. Este último, de manera contundente, repite la propaganda transmitida por su amigo imaginario, la cual no es más que el vomitivo de la propaganda nazi. Comparten dibujos en donde Jojo de manera grotesca, representa a la cultura judía y sus presuntas tradiciones culturales. En donde la monstrificación, es un fenómeno de lenguaje fundamental. La idea de percibir al otro como aquella aberración que desea arrebatar mi territorio, mi cultura y creencias, es la base discursiva ideal para enraizar el odio. Como nos lo afirma Jürgen Habermas en La Constelación Posnacional: “Nos encontramos aquí con los conocidos estereotipos de la “buena gente”, el “nacionalismo negativo” y el “salirse de la historia”. Los descendientes de los autores materiales de los crímenes se servirían de la identificación a posteriori con las víctimas, para obtener un desagravio gratuito, con la actitud altiva de quien cree tener siempre la razón” (Habermas 44).
La serpiente se muerde la cola una y otra vez, la cicatriz histórica nos hace recordar este nefasto accionar. Parece ser que el camino del nazismo no es un suceso extinto, perfectamente podríamos dar una mirada análoga a la ideología libertaria y sus pinitos suramericanos con la figura torpe y mediática de Javier Milei.
El mito de la Argentina boyante del siglo XVIII, no es más que un pretexto falso y absurdo de imponer en la agenda política un discurso completamente retardatario, como el que establece el mandatario argentino. En este sentido, resulta un tanto simple interpretar el supuesto libertarismo que se quiere impulsar desde la narrativa mediática y el fanatismo capitalista. Fenómeno que simplemente viene a ser un reflejo individualista de un neoliberalismo vulgar que, en este caso, busca el advenimiento de una casta que persiga fines económicos de manera expansiva y virulenta, desde una narrativa falaz que manipula la historia y consolida imaginarios anacrónicos de “comunismo” y “socialismo del siglo XXI”. Citando nuevamente a Habermas, el filósofo alemán nos enuncia: “En estos círculos se piensa que solo las tradiciones incuestionadas y los valores fuertes hacen un pueblo “apto para el futuro”. Por eso cualquier mirada escépticamente inquisidora hacia el pasado se convierte inmediatamente en sospechosa de moralización desmedida” (Habermas 46)
Nada más sencillo que optar por la monstrificación. La narrativa del nazismo estuvo plagada de engendros a quien había que vencer como diera lugar. Ahora, la quimera libertaria es acabar con el supuesto comunismo que se apodera del globo. Como diría Joseph Campbell, “en lugar de limpiar su propio corazón, el fanático trata de limpiar el mundo”. Los Goebbels contemporáneos están prestos a la creación narrativa mediática. ¿Quieren que infundamos miedo? ¡Lo hacemos!, que el comunismo se apoderará de Suramérica, se le tiene. Que los dirigentes de corte progresista se atornillarán en el poder, perfecto. Que no hay mejor salida que defender una soberanía moral con tintes capitalistas, pero claro. La nueva narrativa postnazi, nos recuerda un poco al país Gaucho. Las torpes declaraciones de su dirigente libertario conmemoran las aterradoras palabras del mismo Adolf Hitler, “Quien conoce el alma de la juventud puede comprender que son justamente los muchachos quienes con mayor alegría escuchan tal grito de guerra” (Hitler 12).
(*) Licenciado en Humanidades, posgrado en Literatura y Producción Hipertextual, y magíster en Educación.
Referencias
-Habermas, Jürgen (1998). La Constelación Posnacional. Barcelona, editorial Paidós
-Hitler, Adolf (2003). Mi Lucha. Primera edición electrónica. Chile, editorial Jusego