La breve y magra trayectoria política de Javier Milei ya le está dando su primera lección: a menos de un año de asumir en el poder, ya no puede caminar por la calle y salir moralmente ileso. El “vuelto” le está llegando enseguida.
La sociedad argentina, penosamente habituada a moldearse década tras década a los miserables desafíos que le plantea cada gobierno incapaz de gestionar en función de sus necesidades, está comenzando a mostrar su intolerancia hacia la gran mentira de La Libertad Avanza y, también, hacia las medidas que se comprometió a soportar en pos de un futuro mejor. ¿Por qué? Porque el Presidente está haciendo abuso de poder y aplicando un ajuste que no recae sobre la casta, como había anunciado, sino sobre la clase trabajadora. En todos los rubros y en cada rincón, excepto –por supuesto- si se trata de los poderosos.
Estos últimos días, varias figuras del espacio oficialista comenzaron a recibir el impacto real de las políticas tiranas implementadas por un mandatario desquiciado que está decidido a destruir los derechos más elementales que determinan una vida digna: salud, educación, alimentación y empleo.
Uno de esos golpes lo recibió la “ministra del Hambre”, Sandra Pettovello, quien fue escrachada al abordar el bus que traslada a los pasajeros que descienden de los aviones en Ezeiza: “¿De qué te reís, ladrona? ¡Chorra! ¡Entregá los alimentos a los comedores!”, le gritaron. Lejos de mantener la compostura y de realizar autocrítica alguna, la integrante favorita del Gabinete libertario contestó con la violencia que los caracteriza: “Ganamos las elecciones, aguántensela, ganamos, jódanse”. Lo cual desató la ira de los presentes, que le propinaron otra catarata de insultos.
Como toda alumna obediente, utilizó el mismo tono burlón y sobrador con el cual su jefe se expresó en el Coloquio de IDEA: “Nosotros en primer lugar teníamos claro que por el tipo de ajuste que estábamos haciendo, era muy probable que el impacto más fuerte se sintiera durante el primer trimestre. Por lo tanto, también era importante hacerlo durante vacaciones, para que la gente no se enterara tanto, por decirlo de alguna manera, de lo que estaba ocurriendo”, se burló Milei.
El titular de la Cámara de Diputados, Martín Menem, fue otro de los personajes agredidos, en su caso, mientras caminaba por las calles de la capital santacruceña, donde fue abordado por un grupo de manifestantes que lo recibieron a lo huevazos limpios, tras el veto del Ejecutivo a la Ley de Financiamiento Universitario. Como no podía ser de otro modo, el fiel soldado de la causa libertaria respondió con ironía, al estilo mileista: "Era un grupito de gente, radicalizado, de izquierda o K, seguramente... tal vez no comprendieron que perdieron las elecciones".
"El Jefe" tampoco zafó de la embestida. La visita de la secretaria general de la Presidencia y hermana del jefe de Estado, Karina Milei, a La Plata en ocasión de un acto partidario ocasionó una batería de insultos y piedrazos por parte de un grupo de vecinos. A lo cual reaccionó negando el malestar social: "A todos los que quisieron que no hagamos el acto, quiero decirles que no nos van a frenar y que no les tenemos miedo".
Todo lo que la actual administración nacional intenta minimizar con frases despectivas no es más que una ecuación lógica, que se da por decantación: la violencia institucional creciente le vuelve como un boomerang. Cada vez más veloz y cada vez más frecuente.
El Gobierno que fluctúa discursivamente entre el “yo te avisé” y “ahora bancátela”, usa como escudo una frase histórica de Carlos Menem, pero aunque quiera emularla, en nada se asemeja al escenario político argentino de los 90, cuando el ya fallecido mandatario afirmaba que “si les decía lo que iba a hacer, no me hubieran votado”. De acuerdo o no con aquellas políticas, quien lee esta columna sabrá sortear el juego de las diferencias que distancian a un mandatario y a otro. Empezando por el ADN político que caracterizaba a don Carlos Saúl -del cual carece el perruno que se las da de león-, siguiendo por los índices de pobreza, que en lugar de bajar, siguen subiendo exponencialmente, entre muchos otros indicadores en declive. Los contrastes superan ampliamente a las coincidencias, por más patillas que exponga frente al espejo de su conciencia.
Más allá de este afán de paralelismo con ciertas figuras del pasado por parte del Presidente, hay una realidad que comienza a emerger como correlato de las medidas políticas implementadas desde diciembre hasta hoy. El veto al aumento jubilatorio y a la Ley de Financiamiento Universitario acentuaron el clima social de rechazo hacia el Gobierno, y en consecuencia, se van diseminando semillas de efervescencia en distintos puntos del país.
Se trata del mismo pueblo que se indignó al escuchar al exfuncionario macrista responsable del endeudamiento más nefasto de la historia argentina, Luis Caputo, quien afirmó -muy suelto de palabras- que "hay que auditar porque sabemos que se afanan la plata de las universidades". Evidentemente, Toto tiene todo el expertise en estas cuestiones relacionadas con la mano en la lata, por eso se expresa con tanta seguridad. Raro que, siendo tan profesional, pase por alto que el 80 por ciento del presupuesto universitario se destina al aumento de salarios, gasto que queda sentado en una planilla oficial. Aunque no la impide, esto achica considerablemente la chance de “choreo”.
Mientras LLA sigue ironizando frente a la gente que sufre, las ventas de los supermercados marcan una caída interanual del 22 por ciento. De hecho, nueve de cada diez hogares cambiaron sus hábitos de consumo a raíz de la problemática inflacionaria, dejando de lado productos esenciales para una buena nutrición. Una cosa es ajustar los cinturones, otra cosa es no poder comer...
En este escenario, ideal para dar pie a un "renacimiento", se avivó la cocina electoral peronista, en búsqueda de un nuevo líder del espacio que pueda encarnar la unión perdida tras el tsunami kirchnerista que dejó vacante el lugar de poder, y le abrió paso a Javier Milei. Un presidente al que el cargo le queda demasiado grande, cuya mente malévola le impide comprender que sin empatía social ni consenso, es imposible gobernar.