El consumo de pornografía comienza cada vez más temprano en los menores, con el primer contacto a los 8 años y un acceso frecuente entre los 13 y 16 años. Según el psicólogo Alejandro Villena, este hábito afecta el desarrollo cerebral al deteriorar la atención, la memoria y la empatía, lo que impacta negativamente en el rendimiento académico y las relaciones interpersonales. Además, la exposición al porno genera desensibilización emocional y aislamiento.
Especialistas como Jorge Gutiérrez de Dale Una Vuelta alertan que el acceso a la pornografía es en muchos casos involuntario, facilitado por la falta de restricciones en redes sociales y sitios web. Esta situación normaliza conductas problemáticas y aumenta el riesgo de adicción, especialmente en jóvenes con características impulsivas o problemas de salud mental. Se destaca la necesidad de regular el acceso mediante legislaciones más estrictas.
El impacto de este consumo no solo se limita a la salud mental, sino que también fomenta creencias machistas y violentas. Según Save The Children, la adolescencia es una etapa crucial para la formación de la identidad y la exposición al porno puede distorsionar gravemente esa construcción, perpetuando ideas erróneas sobre la sexualidad y las relaciones humanas.
Para contrarrestar este problema, se insiste en la importancia de una educación afectivo-sexual integral desde los primeros ciclos escolares. Villena, autor de una guía para familias, resalta que la pornografía actúa como un “manual de destrucción” para los adolescentes, mientras expertos y organizaciones subrayan la necesidad de sensibilizar y orientar a jóvenes y familias con herramientas adecuadas.