El régimen agudiza la violencia en nombre de la libertad
Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
Esta semana está atravesada por las violentas declaraciones del presidente Javier Milei en la entrevista que concedió a la señal de televisión Todo Noticias: “Me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina adentro" dijo. Despreciable por dónde se lo mire, la palabra presidencial es como una autorización invisible para la ejecución de pequeñas violencias cotidianas cuyo objetivo inconfesable es eliminar al que piensa diferente. Tanto odio demuestra que la democracia es un zapato que a los libertarios le queda dos números más chicos.
La respuesta de la expresidente no se hizo esperar: "Sería bueno que, en lugar de insultar a diestra y siniestra, y amenazarme con mi muerte, encontraras la forma de que los argentinos puedan volver a comer cuatro veces al día y en su casa, sus hijos crecer sanos para poder estudiar y progresar y los viejos tengan sus remedios para poder vivir”. Marcando enormes distancias y con mucha altura, Cristina Kirchner demostró que se puede decir cosas molestas sin necesidad de recurrir al agravio. De eso se trata la convivencia, palabra que a los autoritarios le molesta mucho.
La intención de estas líneas no es hacer una defensa del kirchnerismo, ni de Cristina. El objetivo es mucho más modesto, porque se limita a poner sobre la mesa cuáles son las responsabilidades del presidente de la Nación. Para ello es necesario recurrir al artículo 99 de la Constitución Nacional, que dice lo siguiente: (el Presidente) "1. Es el jefe supremo de la Nación, jefe de gobierno y responsable político de la administración general del país. 2. Expide las instrucciones y reglamentos que sean necesarios para la ejecución de las leyes de la Nación, cuidando de no alterar su espíritu con excepciones reglamentarias. 3. Participa de la formación de las leyes con arreglo a la Constitución, las promulga y hace publicar". Nada dice de fantasear con la muerte de los opositores, ni de obrar de sepulturero.
Para bajar el impacto de la incontinencia discursiva de Milei, salió un coro de exégetas a bajar el tono. Según ellos se trata de una metáfora que no hay que tomarla en forma literal. Suponiendo fuera así, no estamos en presencia de una habilidad presidencial. En otras oportunidades Milei se refirió al Estado como el pedófilo suelto en el jardín de infantes con los niños en envaselinados, o que mientras los demás estaban poniendo atención en la señorita, él estaba entre sus sábanas. En otras ocasiones fue mucho más explícito al hablar de los "zurdos hijos de puta". Siempre fue alguien que " la boquea" por demás, por eso no sorprende que, además, confiese que tiene "morbo" con la muerte simbólica del kirchnerismo.
La irrupción de Milei le dio voz a un sujeto político que estaba huérfano de representación: el lúmpen de derecha, que sin formación y sin valores, repite que "hay que matarlos a todos". Ese latiguillo es útil para referirse a cualquiera que no sea de su agrado: los piqueteros; los "zurdos" (englobando en esa categoría a todos los que piensan diferente, sean o no de izquierda); los periodistas "ensobrados" (aquellos que no le rinden culto a las ideas de la libertad); los jubilados; los estudiantes universitarios y los "actores" que usan los micrófonos de los móviles de televisión para contradecir la versión triunfalista de los periodistas adictos al régimen.
El presidente dice lo que dice porque ellos se llenan la boca con las ideas de la libertad, pero no toleran la disidencia. Mientras tanto avanzan en el objetivo de eliminar a la clase media para convertir a la Argentina en un país con dos clases sociales: el rico y el pobre. Necesitan distraer con frases rimbombantes y con peleas como la que libran contra la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) para que no se note que los argentinos están quemando ahorros para pagar la luz (los venden baratos, a 1.200 pesos por cada 100 dólares que compraron con esfuerzo). Necesitan distraer con ataques -por ahora verbales- al kirchnerismo para hacerle creer a su núcleo duro que vale la pena pagar el precio para que "no vuelvan más". Ese precio es entregar el patrimonio y los derechos porque si no, vuelve el cuco. O mejor dicho, los kukas.
Otro que sale a dar su dosis diaria de odio es el diputado José Luis Espert. Este legislador de modos patoteros se ofreció como asistente de Milei en las tareas de sepultura. El petulante economista tiene ganas de facilitar los clavos para cerrar el cajón. No es la primera vez que este señor muestra su lado violento. Hace unos años protagonizó un momento ridículo golpeando un caño que simbolizaba a su rival en las elecciones legislativas de 2021, Nicolás Del Caño. De todas formas, ambos lograron ingresar a la Cámara Baja. En los últimos meses, como presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda del Congreso, el liberal silenció el micrófono de su colega de izquierda. Por supuesto que lo hizo en nombre de la libertad.
A esta altura está claro que los liberales tienen una fijación con la violencia. La consecuencia de esto es la aparición de provocadores profesionales que son parte del aparato de comunicación paraestatal que instala consignas para nutrir al núcleo duro mileista. No es casual que Fran Fijap haya ido a una marcha para encender una mecha. Tampoco lo fue la presencia de militantes libertarios en una asamblea de estudiantes en la Universidad Nacional de Quilmes, para impedirla tirando gas pimienta. Este hecho fue respaldado por la concejal quilmeña Estefanía Albasetti que dijo: “los zurdos de mierda son muerte y merecen ser señalados”.
Retomando lo antedicho, los liberales son gente violenta. Es lógico que lo sean porque fueron ellos los que iniciaron el derramamiento de sangre en la Argentina, en 1955. Frente a este escenario es necesario que se promueva la realización de una pericia psicológica para todos los aspirantes a cargos electivos, porque la violencia conduce a la oscura etapa 1976-1983. A 41 años del retorno a la democracia, el recuerdo de la dictadura está más vivo que nunca porque los liberales-libertarios añoran esos años y no conformes con exhibirlo sin disimulo, se muestran dispuestos a dar el siguiente paso.