Cómics e Historietas
Larga vida a la historieta nacional

Patoruzú: el cacique más amado de la Argentina, cumplió 96 años

Patoruzú y todo el universo de personajes de Dante Quinterno.

Llegó a Buenos Aires el 19 de octubre de 1928. Su arribo había sido anunciado en las páginas de Crítica de la siguiente manera: “Don Gil Contento adoptará al indio Curugua-Curiguagüigua”, “Mañana debuta el indio Curugua-Curiguagüigua”.

Pero al recibirlo en la estación de ferrocarril, don Gil Contento, el protagonista de la tira, exclamó: “¡Al fin llegaste Patoruzú! ¡Te bautizo con ese nombre porque el tuyo me descoyunta las mandíbulas!”.

Dicen que Dante Quinterno, su creador, se convenció a último momento de rebautizarlo y se inspiró en el nombre de una golosina de la época llamada “pasta de orozuz”, semejante a los polémicos caramelos “media hora”.

Patoruzú, el último cacique de los Tehuelches Gigantes, alcanzaría al poco tiempo una popularidad definitiva entre los personajes de la historieta argentina, un podio en el que sólo lo acompañan, por derecho propio, Hijitus y Mafalda. Por lo pronto, es el más longevo de los tres, a sus 96 vigorosos años.

Patoruzú nació como personaje secundario de “Las aventuras de Don Gil Contento”, un porteño fanfarrón y chanta que recibía al indio a modo de herencia de un tío acaudalado.

La tira se canceló a los dos días y Patoruzú reaparecería recién en septiembre de 1930, en las viñetas de “Julián de Monte Pío”, en el diario La Razón.

El primer Patoruzú era más bien bruto y taciturno pero creció hasta encabezar la historieta, a partir de 1931.

Pocos años después, la leyenda del cacique sería reelaborada por última vez en las páginas de El Mundo a través de la figura del “porteño vivo” por excelencia: su padrino, Isidoro Cañones, un playboy alérgico al trabajo, aficionado al whisky, las minas y los autos deportivos, a quien el indio conoce como animador de un circo. (¿Y por qué, en la versión diminutiva, Patoruzito e Isidorito ya son compañeros de aventuras desde niños? Por la magia de la historieta, y punto.)

La dupla protagonizó cuatro décadas de andanzas originales y llegó a vender 300.000 ejemplares semanales de su propia revista. Y ya llevan otras cuatro décadas más de reimpresiones, apenas actualizadas con el reemplazo de los nombres propios de la farándula y de algunas expresiones de antaño por otros más vigentes.

Todo indica que los niños del futuro continuarán descubriendo el curioso argot del cacique Patoruzú, que amalgama expresiones de todo el territorio argentino.

La biografía de Patoruzú se fue develando con el correr de las tiras. Desciende de los faraones egipcios y sus antepasados más cercanos llegaron a América mucho antes que Colón. Es dueño de media Patagonia, pero administra su enorme fortuna con la sola asistencia de dos empleados, su nodriza Chacha y el capataz Ñancul.

Posee una fuerza sobrenatural, producto combinado de su herencia genética con una alimentación híper saludable y un riguroso régimen de baños termales.

De sus ancestros, también heredó la nariz pronunciada y los grandes pulgares de sus pies. Se dice que es más bien “fiero”, y la pinta no lo ayuda: sandalias, botamangas arremangadas, boleadoras al cinto, poncho sobre el torso desnudo y la vincha, apretando sus crenchas largas y negras, coronada por una única y solitaria pluma, símbolo de su jerarquía tribal.

Exhibe una timidez casi patológica frente al sexo opuesto y el dinero sólo le importa de manera secundaria, mientras garantice su subsistencia y la de los suyos, y lo pone a disposición de quien requiera auxilio.

Pero, eso sí, es muy celoso de las ambiciones de maulas y trompetas que intentan aprovecharse de su bonhomía. Esto incluye a su padrino, Isidoro, que todos los meses recae en el mangueo, ya sea para pagar el alquiler o para cancelar alguna deuda de juego.

Dante Quinterno –que además fundó el gremio local de los historietistas, inspirado en el modelo que forjó Walt Disney, con quien además trabajó– tuvo que reunir un numeroso equipo de guionistas y dibujantes para cumplir con las demandas de aventuras de sus lectores.

Dedicó a sus colaboradores un detallado perfil del personaje, del cual no debían apartarse ni un centímetro. Allí, Quinterno define a Patoruzú como “el hombre perfecto, dentro de la imperfección humana”; “generoso hasta el asombro”, pero a no confundir “su credulidad e ingenuidad con la necedad del lelo”.

“Patoruzú sale invariablemente en defensa del débil y por una causa noble se juega íntegro, sin retaceos”, y “traspone las fronteras de lo humano para transformarse en un símbolo del Bien”. Se lo ha criticado por ingenuo y patriotero, pero sus aventuras tienen un encanto innegable y su personalidad es una aleación de heroísmo y buenas intenciones.

Esas pequeñas revistas apaisadas que recogen sus andanzas –e incluyen unos avisos publicitarios muy misteriosos– despiertan aun hoy sonrisas de ternura entre chicos y grandes.

¡Larga vida a Patoruzú, canejo!

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