Por Gustavo Zandonadi, especial para NOVA
Desde que Javier Milei asumió la presidencia, la economía argentina ha sido testigo de una serie de reformas que fueron aplaudidas por los mismos de siempre, pero que han tenido un impacto devastador en las pequeñas y medianas empresas (pymes). Un informe de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (SRT) le pega una trompada a la mandíbula del relato mileista y lo deja al borde del knock out: en los primeros seis meses del año cerraron 9.000 micropymes, que son empresas con menos de cinco empleados.
Para poner las cosas en claro, hay que decir que estamos hablando de pequeños empresarios que invirtieron su capital para obtener ganancias. No se trata de grandes corporaciones, ni de gente con gran espalda financiera. Son personas que en otro momento económico alquilaron un local, compraron mercadería y contrataron dos, tres y hasta cinco empleados. Estamos hablando de un kiosco, una franquicia de empanadas, un local de ropa o un almacén. Lo que se dice locales de barrio. A lo mejor muchos de estos emprendedores votaron a Milei y ahora están recibiendo el vuelto.
El cierre masivo de estas pequeñas empresas representa una pérdida significativa de empleos. En buen criollo se dice que "no hay laburo". Justamente ese es el fantasma que asusta a los argentinos hoy por hoy. Antes la preocupación de los argentinos era la inflación, ahora lo que ocupa la centralidad de los pensamientos pasa por lo que hay que hacer para conservar el trabajo, aunque a veces perderlo es inevitable y eso golpea duro en el ánimo de las personas.
No hay peor sensación que la que se apodera de un hombre o de una mujer, cabezas de hogar, que están desocupados. El trabajo es mucho más que un ingreso económico para vivir. También en relación de dependencia es sentirse útil, tener la tranquilidad de contar con la protección del ordenamiento jurídico para el trabajador, tener una cobertura médica para todo el grupo familiar y un seguro que responderá en caso de sufrir un accidente.
La política económica de Milei fue una sucesión de pelotazos en contra. La devaluación del 118 por ciento de la moneda apenas dos días después de haber asumido, el Decreto de Necesidad y Urgencia 70, la Ley de Bases, la desregulación de la economía, -que permitió aumentos demenciales en la medicina prepaga y la educación privada- los tarifazos de luz y gas, el aumento del boleto de colectivos y trenes, la liberación de precios, el virtual congelamiento de salarios -hace rato que no hay noticias de un gremio logrando una buena paritaria- y el real congelamiento de jubilaciones, con represión incluida, contribuyeron a empeorar el nivel de vida de los argentinos desde que Milei es presidente, pero no es nada que no haya pasado antes.
Otro problema que hay es que el presidente tiene un grave problema de etiquetas que debería resolver. Se define como liberal-libertario, como minarquista y como anarco-capitalista. Dijo tantas cosas que al final no dijo lo que en verdad es, aunque no hace falta que lo diga. El fantástico archivo político argentino nos regala los discursos de Álvaro Alsogaray y del delincuente fallecido José Alfredo Martínez de Hoz que es oportuno volver a verlos porque decían lo mismo que hoy dice Milei. Lo cierto es que este antisistema, seguidor de la escuela austríaca, autopercibido como el "segundo presidente con mejor imagen el mundo" está ocupado en esos menesteres, por lo tanto es lógico que no tenga noción de las penurias que pasan los argentinos mientras él gobierna.
Por supuesto que no se puede esperar nada de este gobierno, seria muy ingenuo pensar que lo que ya se hizo y terminó mal, ahora pudiera resultar. Lo prudente sería mirar que hace la oposición, que parece estar adormecida. El peronismo no reacciona y con eso lo único que demuestra es la profunda crisis lo afecta. Son las consecuencias que dejó el gobierno de Alberto Fernández, que fue una verdadera patada en la zona baja. Los peronistas todavía están pagando el daño causado por la pésima gestión del expresidente y de una Cristina Kirchner que permanentemente buscaba despegarse del presidente que ella misma eligió. El peronismo debe recoger esa mala experiencia y aprender de ella.
Párrafo aparte merece la Confederación General del Trabajo (CGT). Para decirlo sin eufemismos, la parsimonia de los "gordos" de la CGT frente a la política económica mileista es, sin más, patética. Por si algo faltaba, el gobierno reglamentó la reforma laboral. Se eliminan multas para empleadores que tienen personal en negro y se crea la figura del "trabajador independiente" para tener personal precarizado, pero lo más polémico es la creación del fondo de cese laboral que reemplazará al antiguo régimen indemnizatorio. La adopción de este sistema será consensuada entre empresarios y sindicalistas. Si no hay acuerdo se mantiene el régimen anterior. La CGT brilló por su ausencia dejando a los trabajadores en el más absoluto desamparo. Así están las cosas por estos días en los que la pregunta es inevitable ¿Dónde está la oposición?