Por Miguel Dao (*), especial para NOVA.
Hemos visto cómo durante trece meses Aventuras de Pi-Pío transcurrió en un mismo tiempo y espacio. A partir del número 1799 de Billiken, en vísperas del invierno de 1954, la serie experimenta un drástico giro ubicando la acción en territorios muy lejanos. El témpano de hielo que traslada a Paco-Pum y sus secuaces se supone que parte –las geografías de García Ferré no suelen lucirse por el rigor geográfico- de la costa oeste de los EEUU, donde estaría situada Villa Leoncia, y llega al Océano Ártico, específicamente –y aquí sí tenemos un anclaje concreto en el mapa- a Groenlandia. El argumento acompaña el estrafalario viaje. En forma desfasada, la serie cambia de logo recién en el número 1803. Paco-Pum y sus secuaces hegemonizan la ilustración en el inhóspito paisaje ártico. El pollito justiciero, caramba, sólo permanece en el título...
Enemigos íntimos
El encabezado refleja la primera audacia comprobable en el nuevo episodio: durante quince entregas consecutivas (es decir, casi cuatro meses de publicación), la historieta transcurre fuera de Villa Leoncia, y sin que aparezca el protagonista.
Paco-Pum y sus secuaces llegan a Groenlandia, y son liberados por Mantequilla 3°, heredero del trono de Tunka, al que inmediatamente secuestran, exigiendo a cambio el poder. “(Bla, bla, blaa... Príncipe, poder, mando, audacia, dictadura... Bla, blaa...)”, especula Paco-Pum. Ferré arrima apenas el bochín porque desde 1953 Groenlandia había comenzado a formar parte del Reino de Dinamarca, luego de haber sido colonia. Pero de reyes y príncipes que gobernaran la helada isla, ni noticias. Aunque a esta altura ya deberíamos saber que si no podemos pedirle al autor rigor en lo geográfico, menos aún vamos a pretenderlo en lo histórico.
En la negociación por el rescate, se le impone a Paco-Pum la condición de triunfar en un match de box, para ser coronado. La pelea finaliza con el knock-out simultáneo de ambos contendientes, y una enfervorizada discusión del público acerca de quién debería ser proclamado vencedor. Las opiniones están divididas entre platea y popular, siendo la última la que hincha por el visitante. Pepe el Largo arroja un balde de agua a su jefe, despertándolo, y lo insta a escapar. Ya lejos del tumulto, Paco-Pum se siente humillado y fracasado, y emprende camino hacia otras tierras.
No obstante los giros argumentales y espaciales, este episodio y los dos siguientes están atravesados por una única unidad de acción, que desarrolla y profundiza el planteo del orden establecido y los intentos de subvertirlo. Lo ideológico prima sobre el delirio, de modo que determinados giros narrativos que hasta el momento podían calificarse de surrealistas, terminan siendo abortados en función de los sentidos.
Y he aquí el primer ejemplo de lo antedicho. Mientras que Ferré vuelve a instalar de entrada la condición de subversivo del villano, insólitamente lo hace desistir de su propósito, cuando las condiciones parecían estar dadas para lograrlo. Porque Paco-Pum es el primero en recuperarse de la contienda pugilística, y porque además, cuenta con apoyo popular. Por el contrario, se proclama derrotado. Cabe preguntarse si la única disputa válida por el poder debe darse con Pi-Pío como antagonista, y en el territorio de Villa Leoncia.
No bien el príncipe Mantequilla advierte el alejamiento de Paco-Pum lo alcanza, se apiada de su desazón, e interpreta que no es malo, sino incomprendido. Y para enmendarlo, lo embarca -literalmente- en una tarea lícita: la caza de ballenas, para la comercialización del aceite. La empresa se ve coronada por el éxito, pero el bandido, que estuvo a punto de ahogarse durante la cacería y superó el percance, se agrava imprevistamente. Un veterinario le diagnostica “colitis encefálica”.
Siendo consecuentes con la caracterización que Ferré hizo hasta ahora del bandido, cabría la suposición que no le venía mal una diarrea que limpiase definitivamente su cabeza. Pero al armado de la historieta no le conviene que Paco-Pum se regenere, por lo tanto, el único que podrá curarlo (es decir, devolverle su idiosincrasia) es Calculín, aliado de su archienemigo.
Así, el tramo argumental, que parecía conducir a la consolidación del aspecto bueno del villano, vuelve a torcerse con un giro caprichoso, para retomar los cauces habituales. Daría la impresión que la historia por momentos, guiada por su propia lógica absurda, sigue un curso autónomo de las intenciones del autor y éste debe intervenir cada tanto para enderezarla.
El requerimiento al niño sabio, vía radial, llega de inmediato a una tranquila Villa Leoncia, pero sin que se revele la identidad del enfermo. La necesidad de transportarse urgentemente al Polo lleva al diseño y construcción del segundo ingenio estrafalario de la serie, el Frigidaire II, mucho más sofisticado que los cañones de engrudo, del episodio de Los piratas y la Isla Perdida. El aparato –que toma su nombre de una famosa heladera producida en aquella época por la General Motors- se lanza con éxito al espacio alcanzando con rapidez la línea de puntos marcada en la viñeta final de la página como límite máximo para dibujar. Un personaje que observa el lanzamiento, comenta admirado: “Por poco se salen de la historieta”... ¿Quiénes? ¿Los héroes? ¿O Paco-Pum y sus secuaces?
Un pequeño paréntesis en el largo y estrafalario trayecto del cohete-heladera: los héroes, al sobrevolar Andalucía, señalan la casa de su artífice.
Resulta conmovedor que un García Ferré, nostálgico del lugar que había abandonado hacía años, regrese allí a través de su creación. También es de destacar la audacia y sobriedad -al mismo tiempo- de la autocita, que da cuenta una vez más de la libertad creativa con que se movía en Aventuras de Pi-Pío, muy lejos de las especulaciones sensibleras con que se manejó posteriormente. Dicho sea de paso, cuando el anhelo de posteridad comenzó a gestarse, en la etapa de Anteojito, García Ferré opta por la modestia cediendo a otro García célebre. En la reedición de la página se lee: "la casa donde nació García Lorca".
Más allá de esta perlita no se puede obviar, en la dirección que venimos analizando, el propósito de retornar a las fuentes ideológicas de la historieta.
Sorteados los delirantes peligros del aterrizaje, Pi-Pío, Calculín y Ovidio llegan a tiempo para salvar a un camuflado Paco-Pum. El niño sabio pone en marcha un imposible sistema centrífugo-descongestionador para sacar pajaritos de la cabeza (¿equivale a la idea de regenerarse que había ganado al malhechor?).
Cumplido el tratamiento, se descubre la verdadera identidad del paciente. Pepe el Largo y Toto se apoderan del Frigidaire, para llevar a su jefe de retorno a Villa Leoncia, colaborando así en el encauzamiento de la serie. Han recorrido otras latitudes, tomado un poco de aire fresco... es hora de volver a casa.
Paco-Pum “recupera el conocimiento y a pesar de su estado de convalecencia ya se encuentra con ánimos de seguir haciendo de las suyas”, reza una didascalia. Y ya próximos a destino, el bandido -repuesto físicamente, y también en condición de tal- dice: “Ahora que Pi-Pío no está y yo me siento curado, nos haremos los amos de este pueblo”. Queda claro que la enfermedad no radicaba en su cuerpo, sino en haber perdido tanto su esencia como su espacio.
Los héroes, aunque demorados, se lanzan a la persecución a bordo de la rudimentaria Cacerola (trineo a motor, ideado una vez más por Calculín), no sin antes haber advertido al pueblo del Fart-West mediante ondas sonoras el inminente peligro. Doña Ursula, autoridad máxima, en ausencia de Pi-Pío, arenga a los vecinos para combatir contra el sempiterno enemigo.
Todo ha vuelto a la normalidad. Número 1828 de Billiken, 27 de diciembre del '54, comienza una nueva unidad, logo sincronizado incluido: Pi-Pío, montado en Ovidio y con Calculín a la rastra, intenta enlazar a Paco-Pum.
Hecho el enroque del pollito aún lejos y el bandido vuelto a casa, éste se lanza a tomar el poder y lo logra. Paradójico. En Groenlandia, con la victoria pugilística en discusión y una fracción del pueblo a favor suyo, había desistido de su ambición. En cambio, en su terruño, con todos los habitantes haciéndole frente, arremete decidido.
Pareciera contradictorio como conducta, pero es coherente con la esencia de la serie.
A más de la íntima asociación entre malhechor y antagonista, el vínculo debe generarse en el espacio común. Resulta a tal punto determinante para la conducta de Paco-Pum que con la distancia llegó a perder la propia esencia. Al retornar la recupera, junto con su pelo que también había desaparecido en el episodio anterior.
Pero sigamos paso a paso el desarrollo argumental.
Doña Ursula, en función de la delegación de mando que le hizo Pi-Pío al partir, y alertada de la llegada del bandido, decide convocar para la lucha a Don Revoco, un fornido albañil. Este, a su vez, propone la ayuda de sus patronos, tres curiosos arquitectos cuyas cabezas en forma de capitel hacen honor a sus nombres: Don Dórico, Don Jónico y Don Corintio.
Rápidamente, la enérgica señora los incorpora como asesores, anunciando -de forma nada democrática, como es costumbre en la Villa- a una población atemorizada: “¡Atención, pueblo: se acaba de constituir un triunvirato aquí presente y un poder ejecutivo que recae en mi digna persona, o séase yo! ¡Todos los sucesos y acciones de guerra tendrán que ser consultados a nosotros y si así obran ganaremos a los invasores, y si no, que el pueblo les demande!”. Traducido: en caso de derrota, el pueblo deberá demandarse a sí mismo, los dirigentes ninguna responsabilidad asumen.
La defensa es efectiva respecto a Pepe el Largo y Toto, a quienes se da captura. Doña Ursula los enfrenta triunfante, diciéndoles: “Así que ustedes querían quitarme el poder? ¿¡Eh!?”. De la frase se desprenden dos cosas: una, la señora presumía las intenciones de los bandidos, dado que en ningún momento éstos las habían declarado públicamente; dos, la disputa por el poder es concebida en el estricto plano de los liderazgos personales.
Pero la alegría de la victoria es breve. La huida de Paco-Pum genera una inexplicada anarquía, y los ciudadanos -en el rol siempre de simple espectadores pasivos del accionar de la dirigencia- comienzan a cuestionar a Doña Ursula: “¡...es muy buena mujer, pero no sabe gobernar!”, opina un señor. “¡Siempre lo dije yo! ¡Para gobernar, hay que saber gobernar!”, remata tautológicamente una señora.
Así Paco-Pum, aprovechando el revuelo, con unas cuantas trompadas, patadas y cabezazos a la matrona y al digno triunvirato, da un golpe de estado. Reza la didascalia: “El coraje y la decisión de Paco-Pum hace que éste le gane a los capiteles”. Es inédito hasta el momento el hecho que, objetivamente, se ensalce al denostadísimo archivillano de la serie. Por otra parte, contrario sensu, se sugiere que los derrotados carecieron de las virtudes del pillo.
A Paco-Pum le llega el turno de la proclama, en idéntica tesitura que la anterior de Doña Ursula: “¡Súbditos de Villa Leoncia y ciudadanos de la patria: ahora el que manda aquí soy yo! ¡Entienden?”. En cuanto al pueblo “desfila resignado y en silencio”. Maravillosa clase de instrucción cívica para niños, impartida el 7 de febrero de 1955. Faltaban siete meses para que la historia sincronizase con la Historia.
El flamante emperador da rienda suelta a sus delirios de grandeza, y entre las leyes que dicta figura la del impuesto al boleto capicúa. Nótese que la diferenciación entre gobernantes se da únicamente por la forma de ejercer el poder, no por el método utilizado para alcanzarlo.
En tanto, se observa a unos honestos ciudadanos alcanzando comida a la cárcel a los dirigentes depuestos. Los alimentan para que puedan resistir, según se declara. Lo que denota que delegan en ellos la posibilidad de deponer al tirano.
Con la llegada de Pi-Pío, por fin, “el pueblo entero, que había llevado unos días de cruel sometimiento, tiene ahora una esperanza”. Y el emperador, por primera vez, tiembla.
Por supuesto, el pollito no defrauda. A más de sus proezas físicas, enfrentando solo a los adláteres del emperador, cuenta nuevamente con el ingenio de Calculín. Este monta sobre Ovidio un cañón sonoro. Los habitantes del palacio terminan huyendo por la cocina, lo que no les evita ser alcanzados por el temible artefacto y capturados por las fuerzas del orden, que de este modo queda debidamente restaurado.
Así, con la nueva derrota de Paco-Pum, se refuerzan y extienden algunos puntos que veníamos señalando desde episodios anteriores. Más allá de cualquier circunstancia, la disputa por el poder sólo tiene sabor en Villa Leoncia. Arrebatarlo a cualquiera que no sea Pi-Pío (sin entrar en las consideraciones sexistas que aparecen en este tramo, entendibles en el contexto de la época) resulta fácil. El pueblo está pintado, los dirigentes sustitutos son buenos, aunque inútiles, Paco-Pum es valiente y decidido, pero malo y tiránico. Consecuencia: el único habilitado para mandar es el pollito, que reúne todas las condiciones de un justo gobernante.
A través de esta sumatoria de conceptos subyacentes en la serie, Ferré intenta legitimar -y logra naturalizar, sin duda- su curiosa concepción acerca de la construcción y sostenimiento de un estado.
En el número 1840 de Billiken (21/03/55) arranca un nuevo capítulo que consta de dieciocho entregas. Se lo conoce comúnmente como "El Puente". Con un logo de presentación apacible (Pi-Pío montado en Ovidio y detrás una casilla rodante con Calculín y Maida) es el primer traspié que presenta la serie luego de las cumbres alcanzadas. El planteo argumental resulta errático.
Una Maida rescatada del olvido presenta al pollito a su tío Palmiro, que llega desde Villa Envidiosa a proponer el trazado de una línea férrea hasta Villa Leoncia.
No obstante el inicio y parte del desarrollo con Paco-Pum encarcelado, la acción principal termina recayendo nuevamente sobre la figura del adversario por naturaleza del pollito. Da la impresión que esta insistencia de Ferré con el personaje tuviese por destino borrar definitivamente de la memoria del lector cualquier virtud suya que pudiera haberse atisbado durante la estancia en Groenlandia, de modo que se consolide como contracara absoluta del héroe. Porque Calculín libera de la cárcel al bandido y sus secuaces con la promesa de ser buenas personas. Deben, a cambio de su libertad, ayudar al sheriff pollo en una peligrosa tarea vinculada a la construcción de un puente sobre el río, No cumplen, por supuesto, ni con la ayuda ni con la promesa. Una coz de Ovidio dirime la traición arrojando a Paco-Pum a la otra orilla, donde se emplaza Villa Envidiosa.
Don Palmiro cree en la teatral victimización del forajido, creándose así una alianza entre ambos. Recuerda al no tan lejano complot con los indios y hasta suena a arbitraria.
Los recientes socios se presentan ante Pi-Pío y Calculín con la intención de reemplazarlos en la dirección de las obras. Llegan respaldados por seis forzudos encapuchados tipo Ku Klux Klan que visten remeras estampadas con los distintos pronombres personales. Luego de enfrentamientos varios se produce la consabida derrota de los malos.
Sin perjuicio de la apuntada endeblez de la trama, se registran algunos gags antológicos. Ejemplos: la marcha de los pobladores de Villa Leoncia para realizar las obras viales es encabezada por Calculín, que arrastra de una cuerda a Don Revoco, el albañil, cual si fuera su esclavo; el niño prodigio frustra el intento de arrebato de los planos del tren, rompiéndolos y cerrando luego su cabeza-libro, donde conserva la idea del proyecto; vencidos los ursos encapuchados se revela que en realidad son críos enclenques rellenos con almohadones.
La serie podía permitirse cualquier delirio, pero siempre conservando coherencia interna. En "El Puente" inclusive el final toma un sesgo caprichoso. Don Palmiro se despide arrepentido de su sobrina Maida y se aleja con Paco-Pum, al que sigue considerando su amigo. Linyera al hombro ambos, se pierden en el horizonte. El bandido había rechazado una última oferta de Pi-Pío para regenerarse. Al verlo marchar, el pollito concluye: "¡Pobre Paco-Pum! ¡No quiere ser bueno!". Pareciera tratarse de una despedida definitiva...
(continuará)
(*) Miguel Dao es actor, director, dramaturgo y otras yerbas no demasiado clasificables.