VIDEO | El primer gesto de cariño hacia Rosas que terminó abriendo la puerta a la repatriación de sus restos

Habían quedado en el pasado los tiempos en que Juan Manuel de Rosas era el gobernante que manejaba con mano de hierro a la Confederación Argentina. Vivió un cuarto de siglo en el exilio inglés
Vivió al día y se alimentaba de lo que producía en los 140 acres de la granja que alquilaba en Swanthling, a unos kilómetros de Southampton, sobre el camino a Londres. Se negaba o directamente ignoraba las invitaciones a recepciones porque no tenía qué ponerse.
Había quedado en el pasado las visitas que intercambiaba con su amigo Lord Palmerston, que ya había fallecido.
Había dejado la casa que ocupaba en la ciudad en 1862 y esa granja se transformó en su residencia definitiva, donde moriría a las siete de la mañana del miércoles 14 de marzo de 1877, dos semanas antes de cumplir 84 años.
Juan Manuel de Rosas había caído en cama por un enfriamiento que tomó, porque hasta último momento trabajó en el campo, a pesar de su edad y de sus achaques, entre ellos sus problemas de gota.
A las ocho de la mañana comenzaba su jornada de trabajo que interrumpía una hora al mediodía para almorzar. Luego seguía hasta las cinco de la tarde, tiempo en que se ponía a escribir, preferentemente a lápiz. Tenía varios con la punta preparada, para no perder tiempo.
En Argentina le habían confiscado sus propiedades, la legislatura lo declaró en 1857 “reo de lesa patria”, no tenía contacto con su familia ni con su hermano Prudencio, que vivía holgadamente en un palacete en Sevilla.
Se animó a escribirle a Justo José de Urquiza por su situación, y éste lo ayudó económicamente. Lo seguiría haciendo su viuda, cuando el entrerriano fue asesinado en 1870.
En el dormitorio de su granja guardaba, en armarios, papeles, documentos y libros, que había logrado rescatar cuando dejó Buenos Aires. Decía que los ayudarían a defenderse de las acusaciones de sus enemigos.
Rosas siempre fue personaje algo pintoresco para los lugareños. Lo recordaban montado a caballo y con esa extraña costumbre de tomar mate, hábito que logró imponer entre los ingleses del lugar.
El idioma, que había empezado a estudiarlo junto a su hija Manuelita en el barco que lo llevó a Gran Bretaña y que siguió con lecciones en Southampton, lo hablaba mal pero lo hacía de corrido.
Lo que primero fue un enfriamiento, el sábado 10 de marzo se había transformado en neumonía. Lo atendió su vecino y amigo, el doctor John Wiblin.
Su hija Manuelita, que vivía en Londres, y que solía visitarlo dos veces al año junto a su marido Máximo Terrero y sus hijos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo, recorrió los 120 kilómetros y llegó el lunes.
Tenía otro hijo, Juan Bautista, que lo había acompañado junto a su familia en su exilio. Había regresado a Buenos Aires en 1855, y no había ido a despedirlo.
Rosas tomó como una traición el hecho de que su hija haya decidido casarse. No asistió a la boda y en cartas a allegados se lamentaba que “me ha dejado abandonado”.
El anciano volaba de fiebre y se conmovía con los accesos de tos. Si bien el martes había mejorado, en las primeras horas del miércoles 14 de marzo su hija, que dormitaba junto a su cama, lo besó como acostumbraba, y al hacerlo en la mano la notó muy fría.
“¿Cómo se siente, tatita?”, le preguntó. “No sé, m’ hija”. Fueron las últimas palabras de Rosas.
El lunes siguiente fueron los funerales en el cementerio local. El 24 el Southampton Times & Hampshire Express publicó una breve necrológica, que informaba que “su excelencia” el general Juan Manuel de Rosas había muerto de inflamación a los pulmones.
El féretro de roble inglés macizo y lustre francés, cubierto por un paño negro que tenía una cruz blanca, fue acompañado por dos coches fúnebres. Fue una ceremonia corta, de la que participaron unos pocos allegados. Se cumplió su deseo, de que en su despedida al más allá solo se rezase una misa.
Muy lejos, en Buenos Aires, al llegar la noticia, viejos federales salieron a manifestar, lo que dio lugar a que otros viejos unitarios, que habían sufrido la persecución y el exilio, hicieran lo mismo y tuvieran como blanco el sepulcro de Juan Facundo Quiroga en La Recoleta, donde intentaron enlazar por el cuello a la Dolorosa, la escultura que coronaba el sepulcro. El gobierno prohibió a los familiares de Rosas rezar una misa en su memoria.
Así y todo, el 10 de agosto de 1970, en el pequeño cementerio de Southampton, Inglaterra, un grupo de 10 hombres colocó rosas rojas sobre la tumba del Brigadier don Juan Manuel de Rosas, como primer paso de una campaña encaminada a la repatriación de sus restos. Luego, todo lo demás, es historia.