
Por Miguel Dao, actor, director, dramaturgo y otras yerbas no demasiado clasificables.
Siempre me cayó simpático Torino. Quiero decir la persona de Torino. O quien intuyo que era, ya que no lo conocí. Y eso, independientemente de considerarlo uno de los grandes de la historieta cómica argentina. Que dicho sea de paso murió -en 1992, a los 79 años- prácticamente en el olvido.
Pude habérmelo cruzado. De muy pibe viví un tiempo a escasas cuadras de donde él vivía, por Boedo y San Juan.
Sí, claro, me crucé con las revistas que editaba. Los kioscos de los '60 eran una fiesta, y juntando moneditas de éste y aquél otro pariente –mis viejos se encargaban del Billiken- se podía conseguir de todo.
A eso de los seis años (hablo de 1963), precisamente en el barrio de Boedo, empecé a leer Correrías de un Pequeño Gran Cacique Patoruzito, y Las Grandes Andanzas de Patoruzú e Isidoro. Ya poseído por la fiebre de los cuadritos, vorazmente, seguí con Capicúa. Para terminar anclando en El Conventillo de Don Nicola.
EDQ (Quinterno), Editorial Mazzone y Ediciones Torino, eran en aquella época las tres editoriales importantes que publicaban historietas cómicas completas y con personajes fijos.
No resulta casual la repetida secuencia en la enumeración. Denota prioridades. Aunque en realidad, "importante" es un adjetivo aplicable sólo a Quinterno, que como editor aventajaba largamente a Mazzone. Y Mazzone un tanto a Torino.
Paradójicamente, Torino era el que más títulos sacaba, pero en tiradas pequeñas. Con distintos personajes suyos, podemos enumerar: La Barra de Pascualín, Nicolita y su Pandilla (que tiene su antecedente en Aventuras de Nicolita, que aparecía en la revista femenina Maribel), El Conventillo de Don Nicola, Barrabás, El Mago Fun-yi-to y Soplete.
Además, les daba la oportunidad a sus colaboradores de tener una publicación con sus propias creaciones. Mazza con Pepinucho y Coliflor, Daloisio con Tric y Trake, Govio con Piratón Kid, Mazzeo con Caburito, en Historias Tangueras (la de mejor calidad, a mi gusto, dicho sea de paso), etc. Por supuesto que todas llevaban el clásico sello editorial con el rosto de Don Nicola, pero la dirección de cada una la ejercían los dibujantes.
Incluso, la generosidad de Torino fue más lejos. Mazzone -ya alejado de Quinterno en cuyas huestes había debutado- fue asiduo colaborador suyo en la revista La Barra de Pascualín, desde su aparición, a mediados de 1958. Poco después, según distintas fuentes, el mismo Torino le prestó a Mazzone el dinero para que arrancara con su empresa personal (octubre de 1959, fecha del lanzamiento de Nuevas aventuras de Capicúa y Piantadino), que a la postre se convertiría en competencia, no sólo en los kioscos, sino además porque terminó captando a otros dibujantes del staff toriniano, como Guerrero y Dol. Hubo allí inicialmente, intuyo, un proyecto conjunto de disputarle mercado a Quinterno que luego no cuajó.
Cilencio, humorista gráfico que trabajó para innumerables publicaciones, narra en un reportaje ("El Historietista" N°4, Marzo del 2004): “Si quieren saber cómo fueron los trompas que tuve, tengo que decir como los jugadores de fútbol, que los mejores DT son los que los ponen de titulares. Y si les pagan bien, mejor. Y los peores quienes no los ponen. Si es por eso, tuve muchos buenos trompas o jefes. Entre los mejores, está Torino…”
Pero Cilencio también cuenta que a Torino no le iban demasiado bien las finanzas, porque no se ocupaba lo suficiente de la editorial.
Sin duda, Héctor L. Torino (así firmaba, por su verdadero apellido, Locurátolo, siendo Torino un apodo que lo acompañaba desde la niñez) no tuvo conciencia de la importancia de sus invenciones. Como sí la tuvo en cambio, desde siempre, Quinterno, quien terminó relegando su faceta de dibujante en pos de la de editor.
Fuera del ámbito del coleccionismo, los últimos escasos rastros que quedaron del trazo del creador de Conventillo se podían hallar desde principios de los '80 hasta entrados los '90 en las deficitarias compilaciones que sacó Seijas, un bolsero de editoriales arruinadas. Provenían de la década del '70, del sello Cielosur, etapa decadente de por sí -a la que me referiré más adelante-, ya disuelta Ediciones Torino.
En las largas charlas que mantuve por el 2010 con otro grande, Arnoldo Franchioni (Francho), salía de tanto en tanto el tema de sus colaboraciones para Torino o Mazzone. "Se trataba de editoriales con tiradas mínimas, no existían. Y lo que se pagaba era ínfimo”, me contaba. Sin embargo, recordaba con cariño tanto a Torino como a Mazzone. Aunque deslizaba alguna crítica hacia éste último: “Le gustaba mucho la guita. El hacía las tapas, se ocupaba de todo”. Contrastaba, claro, con el espíritu bohemio de don Héctor, que dejaba que sus colaboradores trabajaran con absoluta libertad: “Me recibía las tapas con bromas. Me decía: pero me hiciste medio maricón a Don Nicola!”, relataba Francho riéndose.
A raíz de una consulta específica que le realicé vía mail, Francho me responde, prologando con la anécdota de su primer encuentro con Torino: "SALUD MIGUEL, es un placer tener noticias tuyas que me retrotraen unos añitos a los tiempos en que disfrutaba la amistad de Torino, cuyos trabajos en “¡Aquí Está!“ conocí cuando yo recién aprendía a leer. Lo admiraba, y pensaba que Torino debía ser un tipo como mi padre (adulto), pero increíblemente poco tiempo después, Billy Kerosene, mi editor en Avivato, me lo presentó como colega. Torino me saludó tan efusivamente y juvenil como siempre lo era. Al notar mi expresión me preguntó qué me pasaba, le dije que leía El conventillo de Don Nicola y que creía que él era un “hombre grande” , me dio un abrazo típico suyo y me dijo ” ¡Pero si somos hermanos!”. Y así lo fuimos desde aquel momento."
Un discípulo de Torino fue quien me indujo hace casi dos décadas a la búsqueda de ¡Aquí Está!, un bisemanario de interés general, donde se ubicaba el manantial de toda la creación de su maestro. Yo apenas si había vislumbrado esa maravillosa fuente de pibe, en las reediciones del Suplemento del Conventillo de Don Nicola, desconociendo su procedencia.
Recién en junio del 2007 pude acceder, de pura casualidad, rastreando en Mercado Libre, a más de 70 páginas de los orígenes del tano encargado del Conventillo, que algún visionario arrancó de ejemplares de ¡Aquí Está! (lo que se suele llamar "clipping") y preservó en folios. Lo hice público en mi blog (https://historietas---cine---teatro-por-dao.blogspot.com/2007/07/conventillo-por-hector-l-torino.html), y a partir de ahí, junto a otros coleccionistas, fuimos intentando armar el rompecabezas de trece años (desde 1937 a 1950) de aventuras seriadas y episodios auto conclusivos (tiras). Así fue que logramos rescatar, sin el menor afán de lucro, esa obra magna en su totalidad.
El ya citado discípulo me señaló cierta vez: "Torino dibujaba a los pobres". Aserto de sobra comprobable en las viñetas de Conventillo, en sus fondos de piletas con canillas chorreando, de sogas para colgar la ropa en medio del patio, de calentadores a querosén en el interior de las piecitas…
Torino venía de ese origen y jamás renegó de él. No se inventó una prosapia de nobles piamonteses, como hizo Quinterno (dato que me brindó personalmente la hija de Muzio Saénz Peña, quien había sugerido por fines de los '20 el nombre de Patoruzú), que provenía en verdad de una familia de quinteros, lo que parece –pero no es- un juego de palabras con su apellido.
La humildad resulta aún más notable cuando se es un genio. Como dibujante, Torino estaba a la par, sin duda, de Quinterno y Mazzone. Como guionista, su imaginación voló siempre mucho más lejos, permitiéndose delirios impensables en los otros. La imaginería de Torino se asemeja a los mundos que crearon Battaglia en Don Pascual y Ferro en Langostino. Los viajes de Don Nicola al pasado, a otros planetas, al fondo del mar, al interior del cuerpo humano, al centro de la tierra y al Infierno mismo, entre otros, desbordan de gracia, aventura, intriga, delirio.
No obstante eso Torino cuidó a lo largo de toda su carrera el anclaje con la realidad, a contramano de los reproches que se le hacían –según él mismo refería- por "abuso de pintoresquismo". Don Nicola era un personaje que, por lo menos hasta los años de mi infancia, uno podía encontrarse en el barrio, a la vuelta de la esquina. Cuánto más en La Boca. El cocoliche en que se expresaba, es una de las jergas más logradas de la historieta cómica argentina.
Cuando Don Nicola pasa a ser editado por Cielosur rápidamente sufre una transmutación en su identidad. Luego de unos pocos episodios donde Torino demostró que su maestría seguía intacta, llevado quizá por insidiosas críticas de anacronismo, le hizo ganar la lotería al gringo de Cattanzaro y lo lanzó, fuera del conventillo, a una vida similar a la que llevaba Isidoro Cañones, figura con la que incluso se intentó equiparar absurdamente a su compañero de antiguas aventuras, el Maestro Esculapio. Así se generó lo que dio en llamarse, durante toda la década del '70, Grandes Aventuras de Don Nicola.
El esquema, por supuesto, era difícil de sostener, ya que alejado de su hábitat natural, Don Nicola resultaba poco reconocible y el efecto cómico que podía generar su inserción en el nuevo ambiente, se diluía muy rápido.
El autor dejó definitivamente las historietas de ese tano, que ya no era el suyo, en manos de otros.
Como si se hubiera rendido frente a las supuestas necesidades del mercado, pero sin convencerse del todo, siguió haciendo, de tanto en tanto, casi como un hobby, tiras auto conclusivas del conventillo.
Don Nicola reaparecía situado en su ámbito original. Con algún apunte de vestuario más actualizado, eso sí, en sus inquilinos.
Aunque sin abandonar los magistrales fondos de la época de ¡Aquí Está!: la pileta y las medias colgando de la soga en el patio, las chapas rotas de los techos, las palanganas atajando las goteras, los tachos desbordando de basura, las inquilinas gordas mateando junto al calentador. Y siempre, mudos testigos de todo, los perros, los gatos, las ratas...
En esas gloriosas viñetas de Conventillo en ¡Aquí Está!, en sus detalles, se cifra nuestra historia, la de nuestros padres y abuelos. Comunidad forzada de inmigrantes que habiendo llegado apiñada en barcos, volvía a apiñarse en minúsculos cuartuchos, compartiendo piletas de lavar ropa, cocinas, baños, patios. Allí la desavenencia, reforzada por la disparidad de lenguas, era moneda corriente.
Pero en la historieta también aparecía la solidaridad, que empezaba por el propio encargado, Don Nicola. A pesar de renegar constantemente con los inquilinos, el tano terminaba perdonando deudas y albergando gratis a los que estaban definitivamente en la lona.
Además, se podía encontrar en Conventillo el barrio multirracial, dedicado al comercio: el tano verdulero o dueño de fonda, el turco cambalachero, el gallego almacenero.
Torino solía pintar un paisaje urbano de casas pobres, fábricas, baldíos, tapiales, montículos de tierra...
Un país en difícil construcción.
Y al mismo tiempo, insisto, Don Nicola podía pegar repentinos saltos a los sitios más inusitados de éste o de otro mundo. Un ciclo que transcurría del sainete a la ciencia-ficción, al terror, al grotesco, a impensados submundos. Para retornar invariablemente al conventillo.
En tal magistral pirueta radica la singularidad de Torino: partir del costumbrismo sainetero y trascenderlo, transmutarlo en lenguajes mucho más complejos, tal como hizo Armando Discépolo en su teatro o Roberto Arlt en la narrativa.
Y aparte de todo eso, Don Nicola era y sigue siendo querible. Entrañable, como lo es para mí y para los muchos seguidores de Conventillo, la figura de su autor.








