Panorama Político Nacional
Con Roberto Navarro en el papel de Robin

¿Alberto Fernández desempolva el traje de superhéroe?

El presidente Alberto Fernández. (Dibujo: NOVA)

Cuando el fin de semana pasado el periodista todoterreno Roberto Navarro publicó que Alberto Fernández le confió en supuestos chats que: “Seré quien termine con 20 años de kirchnerismo”, provocó un revuelo mayúsculo en la política argentina, y no sólo del Frente de Todos (FdT). El comunicador ex menemista, duhaldista, nestorista, sciolista, albertista y ahora cristinista entrecomilló frases que atribuyó al presidente en supuestos chats que nunca publicó, para “preservar la fuente”.

¿Dijo eso efectivamente el presidente? ¿En qué contexto? Y, en caso de ser así, ¿lo hizo para que tomaran estado público sus declaraciones, o sólo se trató de una confesión en el marco de la intimidad de una relación de confianza que el periodista habría quebrado?

Una vez más, Navarro consiguió su objetivo de convertirse en el centro de la controversia disparando bombas de humo. Su temor ante el fin de la actual gestión, que le proporcionó fabulosos beneficios económicos y empresariales, resulta indisimulable.

Pero morder la mano que le dio de comer no parece ser una estrategia rentable, dejando de lado cualquier clase de consideración ética.

Desde el Gobierno hubo desmentidas tibias y en off, pero ninguna tuvo la contundencia que demandaba la grave revelación. Mucho menos las primeras líneas del “albertismo” se hicieron cargo. Tal vez porque los chats “supuestos “ sean efectivamente reales.

Tal vez porque el Presidente tiene en claro que, en la medida en que se distancia y confronta con Cristina Fernández de Kirchner, sus flacos números crecen.

El punto es que habida cuenta del tono variopinto del comunicador, no queda en claro si está atacando o está operando en favor de Alberto. Mal que les pese a los que decretaron su funeral político a mediados de 2022, el Presidente sigue vivo.

Al haber delegado la mayor parte de las áreas de la administración, prácticamente nada de lo que hace o deshace el gobierno es considerado como responsabilidad suya, por lo que los misiles apuntan en otras direcciones. Y, como siempre fue ambiguo y contradictorio, no sorprende tampoco que actúe en uno u otro sentido.

Si bien queda claro que necesita mantener viva la alternativa de su candidatura, aunque sólo sea para preservar la gobernanza que no podría garantizar un presidente devaluado y alejado de su opción a la reelección por parte de sus propios socios políticos, Alberto parece tomarse el tema muy seriamente. De algún modo, es él o el abismo.

En efecto, ¿cómo podría el Frente de Todos solicitar una renovación de la confianza de parte del electorado si previamente tira al cesto de los desperdicios al primer magistrado que debe su rol nada menos que a la decisión estratégica (como siempre, errada) de Cristina? ¿Cómo podría postularse cualquiera de los actores que tuvieron alguna responsabilidad en el gobierno actual en caso de reconocer que esta es una experiencia fracasada?

Pero lo que dictaría la razón en cualquier sociedad con ciertos ribetes de seriedad no es lo que pasa en la Argentina. Profundizando su estrategia de desprestigio que tan buenos resultados tuvo al impedir la llegada al gobierno de Daniel Scioli en 2015, ahora la vicepresidenta y su tribu lucen recargados en su determinación de destruir a quien fue el Frankenstein de su creación, sin darse cuenta de que el escarnio público de Alberto significa no ya dispararse en los pies, sino directamente cortarle las piernas a cualquier alternativa de futuro promisoria.

El Presidente debe agradecer. Si tiene algo de sobrevida se debe, justamente, a que la sociedad lo considera una víctima de Cristina y La Cámpora: tal vez el único dirigente que se animó a contradecirla desde la gestión y a criticarla frontalmente durante los largos años previos a 2019 en los que estuvieron enfrentados.

Paradójicamente, al no haber ningún cuadro político relevante electoralmente dentro del Frente de Todos, la opción de la candidatura de Alberto puede pasar de ser una simple estrategia de gobernabilidad a convertirse en una realidad efectiva. El presidente, cuya inestabilidad emocional no es secreto para nadie, aparece con mejor aspecto y entonado al momento de decidir declararle la “guerra al narcotráfico”, aún cuando su Ministro de Seguridad esté convencido de que esa lucha está perdida de antemano.

Y es que, desde su debilidad, Alberto se animó a intentar lo que ninguna de las administraciones anteriores ensayó: comprometerse públicamente y en los hechos a confrontar con el cáncer que corroe a las sociedades rosarina y santafesina. Ni el narcotráfico, ni la corrupción, ni la violencia rosarinas son temas que hayan aparecido durante la actual gestión. Pero todos miraron para otro lado, a excepción de Alberto.

Tal vez urgido por la publicidad que tomó la cuestión tras el ataque a uno de los supermercados de la familia Rocuzzo y la amenaza de muerte al héroe nacional Leonel Messi. Tal vez porque no tenga nada que perder, y si la “guerra contra el narcotráfico” tiene el mismo resultado que la “guerra a la inflación” no sorprenderá a nadie, ni deteriorará más una imagen ya ultra deteriorada.

Pero también podría suceder lo inverso: con algunos resultados mínimos que consigan obtenerse, sumado a la condición de Presidente del PJ con incidencia decisiva en la composición de las listas, Alberto podría generar la ilusión de que Clark Kent finalmente se decidió a desempolvar el traje de Superman. Y que el verdadero Alberto es quien filtró los entrecomillados de Roberto Navarro: el superhéroe que vino a poner punto final al kirchnerismo.

En realidad, más allá del destino que le espere a la ilusión colectiva del presidente en funciones, ese objetivo de destrucción parece asegurado: si tiene éxito, porque terminará de devaluar el cada vez menor capital político de Cristina y los suyos; si no lo tiene, porque la derrota del Frente de Todos, y tal vez su estallido previo, es el desenlace lógico después de tantos años de errores.

Cristina ya tiene 70 años y los “pibes para la liberación” son ya adultos que no sienten mayor atractivo por rebelarse ante ninguna injusticia (en el caso de que alguna vez lo hubiesen tenido). Una derrota electoral quienquiera que sea el candidato que se presente por el oficialismo prácticamente los jubilará a todos. A excepción del más capaz: Eduardo “Wado” de Pedro, quien decidió fotografiarse sonriente con Alberto Rendo, CEO de Clarín y organizador del viaje a Lago Escondido, y supo obtener el reconocimiento de Luis Barrionuevo, tal vez el “gordo” más vituperado dentro del relato cristinista.

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