La peligrosa herencia k y el titánico desafío de apagar la mecha a tiempo
El 10 de diciembre finaliza un Gobierno obsoleto, desgastado, inoperante y acéfalo, signado por la desidia en materia económica y social. El resultado es una Argentina atrapada en tres problemáticas cruciales: inflación, inseguridad y pobreza. Un combo fatal que la nueva gestión deberá desarmar con destreza, eficacia y mano de cirujano en tiempo récord, a los fines de poder iniciar un nuevo modelo de Gobierno que permita recomponer un tejido social profundamente dañado.
Nada bueno ocurrió en nuestro país de la mano del Gobierno saliente. Quienes ahora imploran por “no perder derechos” probablemente estén flojos de memoria: vacunatorio VIP, escandalosa foto en la residencia de Olivos en pleno confinamiento, más de 130 mil muertos por los desmanejos de la pandemia, estériles renegociaciones de la deuda con el FMI heredada de la administración macrista, “funcionarios que no funcionan” que fueron expulsados, cierre de pymes, puja por la coparticipación, emisión monetaria fluyendo como una canilla abierta -con el consecuente impacto inflacionario-, escasez de dólares, despilfarro de millones en planes sociales a cambio de ningún trabajo, déficit habitacional sin precedentes (cero acceso a la vivienda) e incremento de la pobreza, todo ello producto de una incapacidad e indiferencia sin precedentes en la "conducción" del país.
Por supuesto, el victimario pretendió pasar por víctima escudándose en los efectos de la sequía y la guerra Rusia-Ucrania, graves sucesos coyunturales con efecto global, que sin embargo el resto de los países de la región logró superar. El argumento no alcanza, y no cierra...
Luego, un hecho que les vino como anillo al dedo para desviar la atención de todas las falencias de la gestión: el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner durante la primavera del 2022, un atentado con repercusiones que trascendieron fronteras y que volvió a darle visibilidad a la vicepresidenta, quien de a poco venía perdiendo poder dentro del espacio oficialista, a lo que se sumó el peso de las causas por corrupción.
Ese mismo año, fue acusada de encabezar una asociación ilícita para defraudar al Estado durante su Presidencia, direccionando contratos millonarios de obras viales en la provincia de Santa Cruz. A pesar de que intentó desligarse, fue condenada a 6 años en el marco de la causa Vialidad. Debido a la inmunidad de su cargo actual, zafó de terminar en prisión. Habrá que ver cómo sigue la historia cuando pierda la protección de los fueros, sin olvidar además que pesan sobre su persona otras dos causas: el Memorándum de entendimiento con Irán de 2013, por el supuesto encubrimiento del atentado a la AMIA, y Hotesur-Los Sauces, que la tiene señalada por lavado de dinero y asociación ilícita. Un espécimen político que la mayoría de los argentinos está feliz de dejar atrás.
Aunque le cueste aceptarlo, la estratega de la ex Jefa falló. Si bien el peronismo siempre se ha caracterizado por poner al frente del espacio a figuras de liderazgo, la decisión que tomó CFK en 2019, al rescatar a Alberto Fernández de las cenizas para ganarle a Cambiemos en las urnas, fue la pala que cavó su propia tumba. Aunque en la fórmula Alberto-Cristina fue aplaudida cuando salió victoriosa, la euforia se iría apagando a medida que transcurrían los meses, cuando el Gobierno comenzó a mostrar la hilacha.
Para poner en contexto: al culminar el mandato de Mauricio Macri, la inflación anual alcanzó el 53,8 por ciento, y la variación del Índice de Precios al Consumidor en el total de su gestión superó el 290 por ciento.
Si ya veníamos mal, todo empeoró estrepitosamente. La administración albertista registró niveles récord, marcando una de las mayores alzas de los últimos 40 años de la democracia. La inflación acumulada en lo que va de 2023 supera el 120 por ciento (se estima pasará el 140 por ciento a fin de año), y un número mensual alarmante: 12,7 por ciento en septiembre, que “casualmente” bajó a un 8 por ciento en octubre. Cuatro puntos de golpe, un dato realmente llamativo, particularmente por el momento electoral clave en el que se dio a conocer.
Según estimaciones de los que saben, el mandato de Alberto Fernández podría terminar con una inflación por arriba del 800 por ciento en el balance de su gestión. Cifra que nos deja vergonzosamente pegados a Venezuela, país que registra el índice inflacionario más elevado de América Latina.
Asimismo, especialistas estiman que desde que comenzó la administración Fernández, se emitió el equivalente a 18 puntos del Producto Bruto Interno (PBI), lo cual derivó en esta nefasta racha inflacionaria.
En este contexto, el dólar, único refugio al que puede recurrir la clase media para resguardar sus ahorros con un peso cada vez más devaluado, pasó de costar 9 pesos en el cierre de la segunda presidencia de Cristina Kirchner, a 63 pesos al finalizar la de Macri (tipo de cambio oficial). Por su parte, el blue saltó de 14,5 a 69,5 pesos.
Ahora, poco antes de finalizar el 2023, la divisa oficial trepa hasta los 373 pesos, mientras que el blue ya superó la barrera de los mil pesos. La falta de reservas en el Banco Central llevó al Gobierno a la improvisada decisión de crear varios tipos de dólar que funcionan de manera paralela según su finalidad, medida que lo único que ha logrado es generar caos y un descontrol macroeconómico infernal.
Como contrapartida, mientras se dispara el dólar y crece la inflación, los salarios siempre van por escalera, y a paso lento. Esta dramática situación ha repercutido directamente en la pobreza, que se incrementó 5 puntos desde que asumió Alberto Fernández, alcanzando hoy al 40 por ciento de la población, con gran incidencia en el segmento infantil y adolescente.
A pesar de este catastrófico panorama, el jefe de Estado se ha ocupado de engrosar la planta estatal, que hoy consta de casi medio millón de trabajadores, luego de que sumara 30 mil nuevos puestos en los últimos tres años. Lo peor es que no aportaron absolutamente nada en sus “funciones”, sino todo lo contrario.
Una visionaria
Harta de las críticas por las torpezas de su títere, en octubre de 2017, Cristina Fernández de Kirchner canchereaba frente a todos los argentinos al pronunciar una frase que la dejará ridiculizada por siempre en los libros de historia argentina: “Si quieren tomar decisiones de gobierno, formen un partido y ganen las elecciones”. Pues bien, en menos de un suspiro, la lámpara de Aladino convirtió sus desafiantes palabras en hechos. Un nuevo espacio de poder (La Libertad Avanza) emergió fuertemente de la grieta que tanto alimentaron, y terminó de barrer el residuo kirchnerista que dejó desparramado la pésima gestión de los últimos años.
Por su parte, Alberto sigue haciendo dibujitos en el aire. Así quedó comprobado al finalizar su reunión de traspaso con el mandatario electo: “Si a Milei le va bien, a la Argentina le va bien. No quiero ser un obstáculo”, dijo, como si él mismo no lo fuera. Por lo visto, ni en el momento más crítico del país da señales de mea culpa.
Una bomba de regalo
La tarea a la que se enfrentará el Presidente electo, Javier Milei, desde el 10 de diciembre (o antes, porque el barco está a la deriva hace rato), requiere entereza, conocimiento, decisión, cintura política, inteligencia y cambios de raíz que, según afirman desde el espacio libertario, implicarán un gran sacrificio para salir adelante.
La motosierra apunta, en primera instancia, a desmantelar las Leliqs para poder levantar el cepo cambiario y de ese modo, iniciar el camino de normalización del funcionamiento de la economía, además de implementar un fuerte recorte del gasto público -junto a una reforma tributaria- para acomodar las cuentas y de ese modo, comenzar a salir del pozo en el que el país está hundido. Medidas prioritarias para apagar la mecha a tiempo e iniciar el camino de la reconstrucción antes de que la bomba estalle.