Editorial
Los hilos del poder

Adiós motosierra

Un nuevo gobierno de Mauricio Macri, orquestado detrás de la figura de Javier Milei, quien se "amigó" con Patricia Bullrich para no quedar afuera del balotaje. (Dibujo: NOVA)

Tras las Generales del 22 de octubre, el mapa electoral se reconfiguró a partir de la nueva e inesperada alianza entre las dos figuras con menos adeptos en las urnas, Javier Milei y Patricia Bullrich, orquestada por el jefe opositor, el ex presidente Mauricio Macri, quien a pesar de haber declinado formalmente su candidatura presidencial por Juntos por el Cambio a principios de año, desde las sombras fue sembrando el terreno con hábiles maniobras hasta lograr tierra fértil y apta para una cosecha a su favor, dejando varios aliados en el camino. Entre ellos, el sector dominante del radicalismo.

Según confesó en una entrevista con Jorge Lanata este domingo por la noche, “no logré convencer a Horacio (Rodríguez Larreta) de que se bajase” de la interna de Juntos por el Cambio, en la cual Bullrich resultó ganadora por amplia diferencia, quien de inmediato, tras las Primarias, comenzó a olfatear una inclinación de Macri hacia el libertario Milei, en detrimento de su propia campaña. Y aunque se lo hizo saber, sus reclamos no le movieron la aguja. Recién cuando pudo palpar a través de encuestas, los magros resultados que iba a obtener Bullrich en las Generales (que efectivamente la dejaron afuera del balotaje), el “Gato” -más calculador que nunca- se acercó a la candidata de su espacio con un único objetivo: utilizarla para unirse a Milei y de ese modo “resucitar” al frente opositor que había resultado herido de muerte en las urnas, a los fines de robustecerse para enfrentar al candidato oficialista que alcanzó 36 puntos: Sergio Massa. Quien encarna la perpetuación de un modelo que la mayoría de los argentinos desaprueba.

En este inédito tablero de ajedrez, el que salió perdiendo fue Javier Milei. Su discurso extremista y anticasta se esfumó en el mismo instante en que se dieron a conocer los números electorales de las Generales, cuando pronunció: “Vengo a dar por terminado el proceso de agresiones y ataques, y estoy dispuesto a barajar y dar de nuevo con el objetivo de terminar con el kirchnerismo” (…) “Todos los que queremos un cambio tenemos que trabajar juntos”. Este claro y dirigido mensaje a JxC no convenció a gran parte del electorado que lo había apoyado en las urnas, y fue entonces cuando surgieron dudas sobre su credibilidad.

Los pilares de campaña que elevaron a Milei a posicionarse como el favorito en las PASO se desintegraron como un castillo de arena en el viento en la segunda vuelta, cuando fue derrotado por Massa con un margen que lo dejó perplejo. ¿Qué ocurrió en el medio? Pasaron cosas. Pasó que a pesar de contar con los excelentes números logrados en agosto, decidió levantar el perfil, desestimar toda chance de moderación y agudizar sus declaraciones de campaña en contra de todo aquello que no tolera, al punto de irritar y ofender a varios sectores que, de otro modo, tal vez le hubieran dado un voto de confianza. Entre ellos: la Iglesia (tras insultar al Papa), los científicos (tras denostar al CONICET), los estatales (tras amenazar con eliminar ministerios), los radicales (tras denigrar a Alfonsín), los homosexuales y las feministas que tanto adoran agitar el pañuelito verde proaborto.

De pronto, el candidato que prometió barrer con la casta política y sus privilegios, motosierra en mano, se vio debilitado. Y tuvo que ir a suplicarle a Macri que lo ayude a salir del pozo en el cual su exagerada verborragia lo había hundido.

Por supuesto, este gesto le vino como anillo al dedo al Gato, que supo gestar el acercamiento de Pato al candidato derrotado para fundar una nueva alianza electoral que permita batallar “dignamente” ante Unión por la Patria. Esta vez, la bandera libertaria quedó guardada en el armario, y Milei tuvo que adherirse al discurso antikirchernista de su nueva compañera de ruta rumbo al balotaje (como decía Groucho Marx, “estos son mis principios, si no les gustan tengo otros”). La trampa electoral de Macri daba sus frutos, y el libertario quedó preso de la ambición de poder de su nuevo “Jefe”.

En este escenario, las especulaciones no tardaron en llegar. ¿Quién manejará la economía? ¿Qué pasará con la promesa de dolarización de Milei? ¿Cuántas cosas tuvo que entregar a cambio de este salvataje electoral? ¿Cuántos ministerios, cuántos cargos, cuántos favores? ¿Cuál es el caudal de poder que seguirá en sus manos, si es que ha logrado conservar algo?

En los hechos, el líder de La Libertad Avanza (partido ahora acabado) se vio obligado a bajar el tono en los medios de comunicación, donde ya no aflora su alma enardecida contra “la casta”. En cambio, ahora elige postear tiernas imágenes de Disney donde antes que un León, se parece a una fiera domada. Esta postura que se le ha impuesto, que lo ha llevado a fundirse en un abrazo con la candidata a la que acusó de “montonera tirabombas”, le hizo perder su valor más preciado: la autenticidad.

En este contexto, cabe preguntarse qué rumbo tomará el electorado que lo eligió en un principio por las propuestas que lo perfilaban como la única alternativa de cambio ante la grieta de los inservibles y corruptos llenos de privilegios.

Tras el anuncio de la alianza Milei-Bullrich, Massa -quien no tiene un pelo de lento- les enrostró a ambos el apoyo que consiguió de los gobernadores que conforman el núcleo peronista de cara al balotaje.

Sumado a esto, ciertas voces cantantes del radicalismo, como Gerardo Morales y Martín Lousteau, pusieron el grito en el cielo por el pegoteo de Bullrich con Milei, promovido por Macri. En una entrevista reciente, Morales llegó a declarar: “No sé por qué Mauricio nos tiene tanto odio. Hemos sido un socio que ha trabajado para empoderarlo como presidente. Y ahora, está haciendo una campaña en favor de Milei como nunca lo he visto hacerla para Patricia. Militó por Milei desde antes de las PASO”.

Aunque días atrás Macri acusó a estos referentes radicales de traidores por “transar con Massa”, Morales decidió salir a refutar esa afirmación y respondió que en el balojate “seremos prescindentes”.

Por su parte, Macri intentó justificarse al decir que “Milei tiene una visión de cambio muy profunda y en eso coincidimos. La discusión no es Milei sí, o Milei no. La discusión es cambio sí o cambio no. Somos el cambio, o no somos nada”.

Mucho puede decirse, pero hay una sola realidad que se avecina: la del cuarto oscuro, donde cada votante estará cara a cara con dos boletas, y en esa decisión que tome, se jugarán sus propias convicciones, ideas y valores. Un espacio privado que ninguna figura puede invadir ni trascender. Luego, la moneda quedará suspendida en el aire y cuando caiga, el destino del país estará marcado.

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