
Por Solana Moiraghi (*)
El 10 de septiembre fue el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, y en línea con los objetivos de esta fecha, este mes en el Monitor GEO nos proponemos centrar la atención en esta problemática de total relevancia para la salud a nivel global, buscando crear conciencia entre las organizaciones, los gobiernos y la sociedad en general sobre la posibilidad de prevención y reducción del estigma social en torno a la misma.
Las principales medidas para prevenir el suicidio incluyen la restricción del acceso a los medios más frecuentemente utilizados. Pero más importante aún es comprender la problemática desde un enfoque social y comunitario, reconociendo aquellos grupos en situaciones de vulnerabilidad para la detección y atención temprana de posibles comportamientos con riesgo suicida. Así como también lo es promover información mediática responsable y dar a conocer las líneas de ayuda que operan habilitando el diálogo para quienes puedan necesitarlo.
Para adentrarnos en un entendimiento claro y completo del tema debemos definir primero que el suicidio no es una enfermedad, sino una muerte causada por una acción o conducta intencional autoinfligida. De todas formas, el padecimiento suicida es una problemática de salud mental, por lo que es de carácter transitorio y debe entenderse que la intención detrás no es necesariamente fallecer sino dejar de sufrir (UNICEF, 2017).
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) cada año ocurren más de 703. 000 suicidios en todo el mundo, lo que corresponde a una muerte cada 40 segundos. Cada uno de estos hechos afecta profundamente a muchas más personas que forman parte del círculo social de quienes los han llevado a cabo. Además, se calcula que por cada muerte autoinfligida se producen entre 10 y 20 intentos fallidos de suicidio, que se traducen en lesiones y hospitalizaciones ¿Qué factores generales pueden explicar estos números? ¿Y qué influencia tuvo la pandemia por Covid-19 en la profundización de esta problemática?
El género como factor de reconocimiento social
Emile Durkheim publica uno de los primeros estudios científicos sobre el tema en su obra “El Suicidio”. Allí, en base a una amplia base de datos estadísticos, el sociólogo francés trabaja sobre la hipótesis de que el suicidio es determinado por varios factores esencialmente sociales, tales como el género. Sin embargo, no basamos sólo en esta fuente nuestro argumento.
La caracterización epidemiológica del suicidio a nivel mundial muestra que en casi todos los países, el género masculino presenta tasas de mortalidad más elevadas respecto del femenino. Aunque las fuentes consultadas afirman que las mujeres son quienes realizan un mayor número de intentos de suicidio, aquellos llevados a cabo por hombres tienen una mayor letalidad.
Esta sobremortalidad masculina existe en todos los grupos etarios y puede explicarse a partir de las distintas cualidades, valores, expectativas y roles que asumimos socialmente de acuerdo con un género determinado. Este aprendizaje incide en la forma en que se vivencian los problemas vinculados a las relaciones interpersonales y a la búsqueda de apoyo emocional, claves para visualizar otras soluciones distintas al suicidio frente a los conflictos.
Dado que el reconocimiento de masculinidad se ha asociado históricamente a la autosuficiencia y la poca demostración de signos de vulnerabilidad, a los hombres se les ha enseñado a ser más agresivos por lo que utilizan medios más letales cuando intentan el suicidio. Así como también han aprendido a ser estoicos cuando se enfrentan a problemas y, por lo general, es menos probable que recurran a recibir ayuda de sus amistades o de profesionales de la salud. En esta línea, otras teorías mencionan que las mujeres tienden a desarrollar vínculos sociales más eficaces en el afrontamiento de situaciones críticas.
Otra evidencia estadística que puede leerse a partir de la incidencia del género es la tasa de suicidio entre las personas del colectivo LGBTQ+, cuyas probabilidades de suicidio en la juventud son 4 veces más comunes, especialmente cuando son víctimas de acoso tanto físico como verbal. Estamos así ante un factor que define nuestra experiencia en la vida social, no por determinantes esencialistas, sino porque establece ciertos criterios para la aceptación dentro de un grupo social de acuerdo con sus valores morales compartidos.
Por lo tanto, una familia contenedora que brinde afecto y redes de apoyo es, sin duda, el principal factor que provee protección contra la conducta suicida. Mientras que, por el contrario, muchos problemas familiares graves como situaciones de violencia, abuso sexual o agresividad establecen escenarios riesgosos. En todos los casos, quitarse la vida por mano propia aparece como el resultado de una multiplicidad de factores cuya causa es en la mayoría de las situaciones desconocida. No obstante, sentimientos de inadecuación, incapacidad, temor, culpa o vergüenza producidos en distintos contextos de violencia en la vida social pueden conducir a las personas a tomar esta decisión. La discriminación y el rechazo son así componentes absolutamente críticos para la antesala de un suicidio.
La adultez y el mundo del trabajo
Otra variable pertinente para el análisis de las tasas de suicidio es la edad y las responsabilidades que esta conlleva en la vida en sociedad. Durante la infancia, cuando las exigencias sociales aún no caen con igual fuerza sobre las personas, los casos de suicidio son menos y las diferencias entre géneros casi nulas. En la juventud aumentan los riesgos y en la adultez se vuelve clara la mayor prevalencia de suicidios entre los hombres. La estabilidad económica es una prioridad en la vida cotidiana de las personas adultas y podemos reconocer que esta tarea en todo el mundo ha caído históricamente sobre los hombros de los varones del hogar. Sin embargo, ante las dificultades para cumplir con su rol de proveedores, son estos quienes tienen mayores dificultades para pedir ayuda y demostrar esas emociones.
En general, la pérdida del empleo o del estatus socioeconómico constituyen elementos centrales en sus posibilidades de planificación de una vida a futuro y la estabilidad emocional de las personas de esta franja etaria. Por lo que el desempleo suele considerarse otra variable asociada con el aumento de suicidios.
En relación a los grupos poblacionales más relevantes en términos epidemiológicos, la tasa de suicidios en muchos países presenta un incremento entre las personas mayores, especialmente en aquellas por encima de los 65 años. En esta etapa de la vida, entre las variables intervinientes asociadas al suicidio, se encuentran factores tales como la pérdida del cónyuge o de las amistades, el padecimiento de enfermedades o discapacidades, hospitalizaciones prolongadas, así como la soledad, la inactividad, la ausencia de proyectos vitales y, consecuentemente, una mayor predisposición a la aparición de distintos tipos de depresión, que suele ser antecesor de casi un 50 por ciento de los suicidios cometidos.
Pero la depresión también, como hemos trabajado en otras ediciones del Monitor GEO, es una problemática de salud mental que puede entenderse estrechamente vinculada con diferentes condiciones de la vida social. No sólo los duelos sino además muchas situaciones conflictivas de pareja o familiares que conllevan un distanciamiento del grupo social más cercano pueden provocar un aumento del riesgo suicida.
Las crisis como factores contextuales
Durante la pandemia del Covid-19, atravesamos un período de aislamiento social preventivo y obligatorio en el que muchos de aquellos factores de riesgo asociados al suicidio aumentaron. Han sido tiempos en los que la importancia de las redes de contención social quedan en evidencia, en relación con las dificultades para sobrellevar cualquier problemática importante en soledad. La solidez de la vida social como la conocíamos se vio profundamente sometida a una crisis global sanitaria, económica y social.
Por un lado, las barreras para acceder a la atención médica por el exceso de contagios junto con limitaciones nunca imaginadas para hablar y compartir el estrés vivido se expresó en un incremento de los niveles de ansiedad a nivel mundial. Así como también la pérdida de muchos seres queridos a causa del virus y el sufrimiento ante la imposibilidad de acompañarse presencialmente contribuyeron al aumento de indicios depresivos en estos tiempos.
En adición, la crisis económica en diálogo con una aspiración generalizada de la población a emigrar, construyen un escenario social y emocional de pérdida de sentido u orientación así como de dificultad para encontrar un lugar estable y propio en el mundo.
Vemos así que el aislamiento social y la falta de contacto, ya sea a causa de las medidas de distanciamiento gubernamentales o por etapas y factores propios de la vida en sociedad, expanden sentimientos de vacío, incertidumbre y desesperanza sobre los grupos más vulnerables. Por oposición, puede entenderse que la variedad de espacios de sociabilidad que favorezcan la integración comunitaria de todas las personas son prioridad para combati r los riesgos de suicidio.
Conclusión
El suicidio es una problemática que afecta a una gran cantidad de personas en el mundo entero, especialmente a los hombres, y se relaciona fuertemente con la falta de integración que pueden experimentar las personas en sus diferentes espacios de socialización, como la propia familia, el trabajo o la escuela. Comprender el suicidio implica comprender aquellas circunstancias en las que las personas experimentan la ausencia de sentimientos de pertenencia e integración así como de confianza en la búsqueda de ayuda para superar situaciones dolorosas.
Ninguno de los factores repasados está cerca de ser un determinante del suicidio, de hecho nada lo es. Se trata de una problemática compleja con múltiples causas para las que nunca el suicidio es la única solución. El suicidio es una situación de sufrimiento que puede superarse brindando apoyo afectivo y demostrando interés por la escucha de los problemas que nos atraviesan como sociedad. Por ello es importante habilitar el diálogo sobre las distintas situaciones conflictivas que las personas atravesamos para recibir un acompañamiento sano, ya sea de nuestros seres queridos o acudiendo a profesionales de la salud mental. Así como también promover el fortalecimiento de redes sociales de soporte y la participación en actividades que alienten la inclusión en distintos ámbitos de la comunidad.
Ante una situación de riesgo, recurrir personalmente o en nombre de otra persona al centro de salud más cercano. Comunicarse con Línea de Prevención del Suicidio - Ayuda a Personas en Crisis: 135 (gratuita desde Capital y Gran Buenos Aires), (011) 5275-1135 o 0800-345-1435 (desde todo el país). El llamado es confidencial y anónimo.
(*) Analista de Datos de GEO Estudio y Opinión.