Editorial
Barco a la deriva

¿Hasta cuándo?

El devaluado peso argentino, símbolo de la debacle económica acentuada por la inflación. (Dibujo: NOVA)

Mientras la clase gobernante se entretiene en el enredo de una interna feroz que tiene al peronismo en crisis, en un melodrama que presenta como protagonistas a Alberto Fernández (responsable de la decepción del pueblo), Cristina Fernández de Kirchner (como lanzallamas y dueña del circo) y Máximo Kirchner (francotirador k), -con los argentinos como rehenes-, el escenario político 2023 se desdibuja en una incertidumbre alarmante, con una economía en ruinas que nadie logra reconstruir.

En un mercado desregulado, donde el Estado no sabe intervenir a pesar de las decenas de intentos fallidos, los precios son puestos a gusto y piacere de cada actor de la cadena de consumo. Pero ojo, la culpa no es del chancho, sino del que le da de comer. Ahí el error del Gobierno, cuando acusa a los dueños de supermercados por las remarcaciones, en un contexto donde no existe el orden.

En los últimos tres meses, la inflación superó el 5 por ciento, con un pico del 6,7 en marzo, que eleva a casi un 70 por ciento la proyección anual, dato que viene anticipando un deplorable récord histórico.

El caos económico es tal, que según un estudio reciente, el 97 por ciento de los consumidores, cada vez más desorientados a la hora de comprar, ya no logra acertar o “adivinar” cuál es el precio de un producto determinado, a pesar de que hace las compras de manera frecuente y evaluando todas las posibilidades que tiene a su alcance para ahorrar un mango. En el libre mercado, el mismo alfajor que en la esquina de tu casa el kiosquero lo vende a 80, dos cuadras más lejos cuesta 110. ¿La explicación? El des-control del Estado, que favorece la especulación.

Por más que hayan reestructurado la Secretaría de Comercio Interior, el área sigue siendo un fracaso, aún estando bajo la órbita del Ministerio de Economía. Porque descartar al chivo expiatorio no sirve cuando no hay directivas eficaces. Días atrás, el Gobierno renovó el programa Ahora12, con un salto en las tasas de interés de hasta 11 puntos. Y si bien el financiamiento continúa a tasas negativas con respecto a la inflación esperada, expertos esperan que se debilite el consumo junto con la caída en el poder adquisitivo. Así, no hay paritaria que alcance para que el bolsillo pueda hacer frente a la escalada de precios.

En este marco, se anunció otra suba de la tasa de interés para los plazos fijos, esta vez al 53 por ciento. Otro paso en falso disfrazado de beneficio para los pocos ahorristas que lograron juntar un peso para su supervivencia. La medida no es otra cosa más que un síntoma de la furiosa escalada inflacionaria que no saben frenar.

A esta ensalada de medidas inservibles, se suma el aumento de las tarifas de luz y gas, que el Gobierno pretende mostrar como una segmentación que va a favorecer a los más humildes.

Una señal más de que en esta gestión, el Estado se ha convertido en una especie de aspiradora que le saca recursos a las clases media y alta para seguir alimentando las bocas de los vagos que tan enérgicamente salen a las calles a hacer piquetes, solicitando un salario base de 100 mil pesos, pero jamás para tomar una herramienta de trabajo.

El pésimamente implementado Impuesto a las Ganancias, la novedosa “Renta Inesperada”, el “Aporte Extraordinario” aprobado en el Congreso en el contexto de la pandemia, las retenciones al campo, son solo todas muestras de un Gobierno débil que ante las dificultades derivadas de su pésima gestión, lejos de luchar verdaderamente contra la pobreza con políticas públicas eficaces, solo sabe emitir billetes y castigar a los ricos, con el único objetivo de seguir gestando planes sociales que solo contribuyen al fin de la meritocracia, a la expulsión del país de los grandes cerebros que buscan un futuro prometedor y al fin de la cultura del trabajo que alguna vez nos inculcaron nuestros padres. Cuando todavía la educación era considerada un tesoro que traía entre sus manos un futuro feliz.

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