“Miren, se me mejoró la voz y todo”, fue la chicana que disparó Cristina Kirchner tras enterarse de la renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía mientras estaba en Ensenada dando un discurso en el marco del acto homenaje a Juan Domingo Perón. Hace poco más de un año, la vicepresidenta ya lo había declarado su “enemigo” cuando quiso mover fichas en la Secretaría de Energía, un área que, según la exmandataria, no era de su incumbencia.
La gota que rebalsó el vaso fue el acuerdo con el FMI, cuyo contenido siempre fue repudiado por la exjefa de Estado y su hijo Máximo, quien mostró su descontento al abandonar la jefatura del bloque del Frente de Todos en la Cámara de Diputados. Esta sucesión de acciones llevó a que Cristina pasara del amor al odio hacia Guzmán, el joven experto al que miró embobada y aplaudió con ímpetu cuando asumió en el cargo.
Parece que la agudeza de los sentidos que todo animal político posee le viene fallando a CFK. Y su manera de deslindar responsabilidades es utilizar sus discursos para acusar exclusivamente a Alberto Fernández de todos los males de la Argentina, colmo si ella misma no fuera parte del Gobierno, e ignorando el hecho de que fue su elegido para el sillón presidencial, con el objetivo de adentrarse nuevamente en el poder. Sin duda, el cargo le quedó demasiado grande al mandatario nacional, quien por inútil se quedó solo, carente de toda toma de decisiones que no sea avalada por la dueña del Ejecutivo.
Cuando el instinto político de La Jefa dejó de funcionar y el fracaso se hizo evidente, aplicó un método de venganza lento pero certero: comenzó a hacer rodar cabezas de los “funcionarios que no funcionan”. Los dos últimos, alfiles que Alberto defendió a capa y espada: Matías Kulfas y Martín Guzmán. El extitular de Economía era el único recurso que le quedaba para sostener su ya debilitada gobernabilidad, que tras la dimisión de este sábado, derivó en una crisis política sin precedentes en el espacio oficialista, la cual seguirá deshilachando el ya dañado tejido socioeconómico actual.
La desesperación de Cristina ante este escenario fue tan grande, que sorprendió al reunirse días atrás con Carlos Melconian, referente económico con el cual no comulga, y a pesar de que estuvo a cargo del Banco Central durante la gestión de Mauricio Macri, a quien detesta abiertamente. Sin embargo, el contenido de ese diálogo debe haber tenido sus repercusiones, pues horas después la vicepresidenta reveló: "Tuvimos una coincidencia sobre la economía bimonetaria". Y adoptando un traje que no le entra, el de “dialoguista” y “conciliadora”, aseguró que “le gusta escuchar a todos" y que si la convencen es capaz de "cambiar”.
En el acto del sábado pasado, CFK tiró el comentario que minutos después dispararía la renuncia del ministro de Economía: “Melconian piensa más parecido a Guzmán con el tema de déficit fiscal, pero bueno, opiniones son opiniones...”. Fue la jugada letal luego de meses de choque con Alberto Fernández, a quien dejó de atenderle el teléfono después de una feroz pelea plagada de palazos sobre quién tiene el uso de la lapicera.
Este domingo, Cristina volvió a salir victoriosa tras la caprichosa actitud del presidente Alberto Fernández en una jornada particularmente candente, sin ministro de Economía, durante la cual se negó rotundamente a llamarla por teléfono para acordar el reemplazo en el área. Nadie pudo convencerlo de levantar el tubo, excepto una persona: la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. El resultado fue una sucesión de llamados, en los que la vicepresidenta puteó a su súbdito y logró su cometido: Silvina Batakis, ex ministra de Economía bonaerense durante el mandato de Daniel Scioli en la Provincia, ocupará el cargo que dejó vacante Guzmán.
La decisión fue un baldazo de agua fría para Sergio Massa, quien en el marco de las reuniones en Olivos había propuesto a Marco Lavagna como sucesor, hombre afín a su espacio y nombre que sonaba firmemente hasta último momento. Pero no: una vez más, La Jefa logró su cometido. Alberto quedó anulado otra vez y el presidente de la Cámara de Diputados se quedó con las ganas de asumir como “súper ministro” al frente del Gabinete, desde donde pretendía dirigir las áreas referentes a la economía.
De modo que será Batakis quien deberá ahora nadar en aguas agitadas, en un país con escasez de insumos tras el freno a las importaciones, un Banco Central sin reservas que no deja de emitir billetes, una devaluación cada vez más alarmante, una inflación anual que alcanzaría el 80 por ciento en 2022, en un contexto de profunda crisis política e institucional que impide proyectar un rumbo económico favorable. Ni Guzmán ni nadie hubiera logrado un avance en ese sentido, sin el respaldo necesario, y así lo expresó en su carta: "Desde la experiencia que he vivido, considero que será primordial que se trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante".
Analistas coinciden en que para evitar que la Argentina siga sufriendo, lo mejor sería despejar el horizonte mediante una renuncia de CFK y Alberto Fernández, y hacer un llamado a Asamblea Legislativa que conduzca a un gobierno de transición de cara a 2023. Poco factible viniendo de un espacio que se niega a dejar el timón, frente a una oposición que espera agazapada la implosión del Frente de Todos para impulsarse nuevamente hacia la toma de poder.
Claramente, la clase política argentina no está a la altura de las circunstancias. Es hora de decir basta a los atropellos, el vedetismo, al egocentrismo, a la codicia de poder en detrimento del pueblo. La ciudadanía está cada vez más olvidada, decepcionada, empobrecida, atrapada en una grieta cuyos protagonistas -de un lado y del otro- se oponen a unirse e idear un modelo que deje atrás las diferencias. Todos llegan prometiendo la salvación, pero no la ejecutan. A pesar de eso, el Gobierno sigue chamuyando con slogans de campaña mentirosos, como “Primero la gente”.