La columnista invitada
El trabajador como eje

Primero de mayo de un hecho trágico en los Estados Unidos, a una bisagra histórica en Argentina

La huelga del 1 de Mayo, la protesta sindicalista y el proceso judicial a los dirigentes y militantes anarquistas, ocurrieron en 1886 y fue un punto de inflexión.

Por Kristina Eva Espinosa, licenciada en Historia, especial para NOVA

El fraudulento proceso judicial llevado a cabo en Chicago tendía a escarmentar al movimiento obrero norteamericano y desalentar el creciente movimiento de masas que pugnaba por la reivindicación de la jornada de ocho horas de trabajo.

Aquellos trágicos hechos ocurridos en Chicago en 1886 (la huelga del 1 de Mayo, la protesta sindicalista y el proceso judicial a los dirigentes y militantes anarquistas) serían tenidos muy en cuenta, años después, por el movimiento obrero internacional que, justamente, adoptó como el Día de los Trabajadores.

Pero el escarmiento no sólo abarcaba al sindicalismo. Debe tenerse en cuenta que de los ocho dirigentes anarquistas, sólo 2 eran norteamericanos y el resto se trataba de inmigrantes extranjeros. Sus nombres fueron: Michael Schwab, Louis Lingg, Adolph Fischer, Samuel Fielden, Albert Parsons, Hessois Auguste Spies, Oscar Neebe y George Engel.

En Boston y en algunas otras ciudades norteamericanas de la época había una fuerte corriente contra los trabajadores extranjeros que reclamaban por sus derechos laborales y sociales junto a sus hermanos norteamericanos.

La Guerra de Secesión había interrumpido el crecimiento de las organizaciones sindicales, cuyo punto de partida data de 1829, con un movimiento que solicitó la implantación de la jornada de ocho horas de trabajo, en el estado de Nueva York. Pero a partir de los ‘80, se fue acrecentando la actividad gremial en la cual socialistas, anarquistas y sindicalistas, cumplieron un rol destacado en cuanto a su labor propagandística y política.

Mauricio Dommanget en su ‘Historia del Primero de Mayo’, al referirse a los trabajadores de Chicago, afirma: “Muchos trabajaban aún catorce o diez y seis horas diarias, partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaba a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día. Unos se acostaban en corredores y desvanes, otros en chozas donde se hacinaban tres y cuatro familias. Muchos no tenían alojamiento, se les veía juntar restos de legumbres en los recipientes de desperdicios, o comprar al carnicero algunos céntimos de recortes”.

La central obrera norteamericana de entonces, la Federación de Gremios y Uniones Organizados de Estados Unidos y Canadá, años después transformada en la Federación Norteamericana del Trabajo (AFL), había proclamado en su cuarto congreso de 1884, que la duración legal de la jornada de trabajo, a partir del 1 de Mayo de 1886, sería de 8 horas de duración. Ese día se había constituido en una fecha clave tanto para los trabajadores como para los capitanes de la industria.

La huelga del 1 de mayo de 1886

La prensa norteamericana, principalmente el Chicago Mail, el New York Times, el Philadelphia Telegram y el Indianapolis Journal habían advertido por esos días el “peligro” de la implantación de la jornada de 8 horas “sugerida (decía el Chicago Mail) por los más locos socialistas o anarquistas”.

La huelga del 1 de Mayo de 1886 fue masiva en todos los Estados Unidos. Algunos sectores industriales admitieron la jornada de ocho horas, pero la mayoría fue intransigente a aceptar ese reclamo. En Milwaukee la represión policial produjo nueve muertos obreros y hubo enfrentamientos violentos en Filadelfia, Louisville, Saint Louis, Baltimore y principalmente en Chicago. En esta última ciudad actuaban, además de las fuerzas policiales y antimotines, una suerte de policía privada al servicio de los industriales y empresarios: la compañía Pinkerton.

En tanto el 1 de mayo había transcurrido sin ninguna violencia, fue dos días después, cuando los sindicatos de la madera convocaron a una reunión, que los “rompehuelgas” de la Pinkerton atacaron a los trabajadores. Intervino la policía y el fuego de las armas produjo seis muertos y medio centenar de heridos, todos entre los trabajadores.

Así fue que los anarquistas llamaron, para el 4 de mayo, a una concentración en el Haymarket Square, acto público que contaba con autorización de las autoridades. Al finalizar la reunión y cuando se desconcentraban los trabajadores, el capitán Ward avanzó sobre los grupos obreros en actitud amenazante.

Alguien lanzó entonces una bomba contra efectivos policiales y abatió a uno de los policías, hiriendo a otros varios. Entonces, las fuerzas policiales abrieron nutrido fuego contra los trabajadores matando a varios y causando 200 heridos.

Ese hecho de violencia permitió a las autoridades judiciales, instigadas por varios políticos y diarios (principalmente el Chicago Herald) a detener y procesar a la plana mayor del movimiento sindical anarquista. Así fueron arrestados el inglés Fielden, los alemanes Spies, Schwab, Engel, Fischer y Lingg y los norteamericanos Neebe y Parsons. Comenzaba el Proceso de Chicago, una burla a la justicia y un verdadero fraude procesal como demostró pocos años después el gobernador del estado de Illinois, John Peter Atlgeld.

“Razón de Estado”

Es evidente que el Proceso de Chicago contra los 8 sindicalistas anarquistas produjo una sentencia dónde primó el principio de la “Razón de Estado” y que no se buscaron pruebas legales ni se tuvo en cuenta la normativa jurídica de la época. Se quiso juzgar a las ideas anarquistas en la cabeza de sus dirigentes, y en ellos escarmentar al movimiento sindical norteamericano en su conjunto.

Para ello fueron amañados testigos, se dejaron de lado las normas procesales, y los miembros del jurado (como se demostró pocos años después) fueron seleccionados fraudulentamente. Entre otras anomalías procesales, la primera fue que se los juzgó colectivamente, y no en forma individual, como disponía la legislación penal. Se trataba de un juicio político, y la causa no era la violencia desatada el 4 de mayo de 1886, sino las ideas anarquistas, por un lado, y la necesidad de impedir el avance de la organización gremial que había paralizado a los Estados Unidos el 1º de mayo del mismo año, por el reclamo de la jornada laboral de ocho horas.

El gobernador John Peter Altgeld, años después, explicaría al pueblo norteamericano que el juez interviniente en el Proceso de Chicago actuó “con maligna ferocidad y forzó a los ocho hombres a aceptar un proceso en común; cada vez que iban a ser sometidos a un interrogatorio los testigos suministrados por el Estado, el juez obligó a la defensa a limitarse a los puntos específicamente mencionados por la fiscalía pública”. En tanto que “en el interrogatorio de los testigos de los acusados, permitió que el fiscal se perdiera en toda clase de vericuetos políticos y leguleyerías extrañas al asunto motivo del proceso”.

“Ahorcadles y salvareis a nuestra sociedad”

El fiscal, en su alegato, proclamó: “Señores del jurado: ¿Declarad culpables a estos hombres, haced escarmiento con ellos, ahorcadles y salvaréis a nuestras instituciones, a nuestra sociedad?”. El 28 de agosto de 1886 el jurado, especialmente elegido para aniquilar a los acusados, dictó su veredicto especificando que siete de los imputados (Parsons, Spies, Fielden, Schwab, Fischer, Lingg y Engel) debían ser ahorcados, y el octavo, Neebe, condenado a 15 años de prisión.

Antes que el crimen judicial se consumara, se cometió otro previo, el misterioso suicidio de uno de los condenados: Louis Lingg, quien con la colilla de un cigarrillo habría prendido la mecha de un cartucho de dinamita. En realidad, como afirman los historiadores actuales, se trató de representar ante el gran público otra demostración de que los anarquistas morían en su propia ley, las ‘bombas’. Hoy se coincide en que Lingg fue asesinado.

Spies, Fischer, Engel y Parsons subieron al patíbulo el 11 de noviembre, y fueron ahorcados ante el periodismo, las autoridades judiciales, la policía y el público allí reunido. El escándalo fue tan grande que a Fielden y Schwab se les conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua. La movilización de las fuerzas sindicalistas y la actuación de políticos como John Peter Atlgeld, hizo que el 26 de julio de 1893 se les otorgar el ‘perdón absoluto’ a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab.

De todas maneras, estos 3 anarquistas tuvieron mucha más suerte que otros 2 ajusticiados cuarenta años después: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, en otro proceso igualmente fraudulento. Pero la reivindicación de los mártires de Chicago fue realizada pocos años después de la muerte de cuatro de ellos y de la liberación de los tres restantes.

En la Argentina los herederos anarquistas, dirigentes obreros como Cipriano Reyes y Ángel Borlenghi, protagonizaron el hecho más importante en la historia del movimiento obrero nacional: el mítico 17 de octubre de 1945, movilizaran a los obreros a la más grande concentración en la historia argentina a la Plaza de Mayo, en defensa de sus derechos pidiendo la libertad del entonces coronel Juan Domingo Perón, que ostentaba la secretaria de trabajo y previsión, ellos esos anarquistas independientes del socialismo y el comunismo de ese entonces aliado a la oligarquía que esclavizaba a la entonces masa obrera, logran incorporar a la política nacional a los actores ausentes hasta ese momento: los trabajadores.

La clase alta oligárquica y la clase media se habían repartido el poder entre el partido conservador y el radical, este surgimiento del peronismo los va a atravesar y los va a derrotar en 1946 electoralmente con el apoyo de los sindicatos anarquistas que van a crear las bases de la actuales CGT y la CTA, que siguen a pesar de las políticas neoliberales del Proceso de Reorganización Nacional, menemismo y macrismo, defendiendo a los derechos de los trabajadores.

En Estados Unidos fueron ejecutados esos dirigentes anarquistas aquel 1ro de mayo, sepultando toda intervención obrera en la participación política norteamericana y en nuestro país se dio un fenómeno diferente: sentaron las bases de un gran movimiento nacional y popular de la Argentina: el Peronismo, vigente hoy en día defendiendo y ampliando derechos a las minorías como ningún otro espacio político lo hizo en nuestro país.

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