Los hijos son para todos nosotros el regalo más precioso, el tesoro más valioso y la vida más celebrada del universo.

Antes de tener a mi hijo Santiago recuerdo que sólo un abrigo y algunas pocas pertenencias me permitían salir de casa.

Luego de su nacimiento, un bolso lleno de varias mudas de ropa, y objetos de lactancia encabezan la lista interminable de cosas que nos permitían salir a la aventura.

Aun así nada vuelve a ser igual, cuando sos mamá o papá, nunca más tienes la libertad total de tus pensamientos, (ni tus acciones) porque nuestra mente y nuestro corazón se va a donde ellos estén.

Esos bebés maravillosos, dulces, tiernos, risueños van creciendo, tan rápido que a veces no sabemos ni cómo fue que pasó, lo cierto es que sus voces cambian, a veces nos superan en altura y ya no buscan ese mimo que tanto los complacía.

Quiero dedicarles esta columna a nuestros hijos adolescentes, a ustedes que nos miran de reojo, que comenzaron a alejarse para encontrarse y que se buscan a veces demasiado lejos para nuestro gusto.

Quisiera quitarle mala prensa a la palabra y aceptar con afecto todas las complicaciones asumiendo que juntos (y con distancia), se puede transitar mejor, vinculándonos desde el amor y rompiendo etiquetas, sin olvidarnos de que no hace tanto pasamos por ahí y también carecemos de todo.

Te abrazo hijo en crecimiento, hoy beso en la frente a todos los adolescentes de mi familia y a todos los adolescentes que siguen mis programas y siempre tienen un gesto maravilloso conmigo. A todos aquellos que me llaman a estar viva y en alerta.

Los amamos, los necesitamos. Ustedes son la esperanza en movimiento que hará de este mundo, un nuevo Mundo mejor que el anterior.

Ustedes son los equilibristas en la soga de los sueños y acá estamos para ser su red de contención desde ahora y para siempre.