El derrocamiento de Arturo Frondizi, a 60 años del fracaso histórico de la dirigencia en Argentina

Hace casi 60 años, la Argentina se hallaba envuelta en una severa crisis política. No era la primera ni sería la última. El presidente Arturo Frondizi transitaba sus últimos días como primer mandatario y se discutía quién sería el ciudadano que lo reemplazaría.
La decisión sobre el sucesor para muchos pasaba por los cuarteles, para otros se debía aplicar la Ley de Acefalia para salvar la frágil institucionalidad. De esta segunda posición participaban el Ministro de Defensa, Rodolfo Martínez, y el ministro de la Corte Suprema de Justicia Julio Oyhanarte.
Pasaron 60 años desde el derrocamiento de Arturo Frondizi y aún predominan las versiones descalificadoras de la gestión que intentó lanzar a Argentina por el camino del desarrollo. Por Guillermo Arizahttps://t.co/B2pYsIMdLs
— Visión Desarrollista (@VDesarrollista) March 24, 2022
Con apenas 39 años Oyhanarte se convirtió en un personaje clave. Según relató en la intimidad años más tarde, el día en que se publicaba el derrocamiento de Frondizi visitó en su casa al titular de la Corte Suprema de Justicia, Benjamín Villegas Basavilbaso, para estudiar la aplicación de la Ley de Acefalía.
Como conclusión, el presidente del Alto Tribunal le dijo: “Anoche me visitó un ex discípulo que me explicó que va a asumir una Junta Militar, acá esta la lista de quienes van a ser los ministros…uno de estos, el conservador Adolfo Vicchi, será el canciller. El asunto está cerrado, asume la Junta hoy mismo.”
Instantes más tarde, sin adelantar nada, Oyhanarte partió para ir a comunicarse con algunos referentes parlamentarios. Entre otros, con Federico Fernández de Monjardin, titular de la Cámara de Diputados, Héctor Gómez Machado, jefe del bloque oficialista y el senador Ataúlfo Pérez Aznar.
A ellos les dijo: “el senador José María Guido debe asumir, traten de convencerlo, yo me voy a ocupar de la Corte Suprema.” Mientras realizaba las primeras gestiones, se enteró que Rodolfo Martínez, ministro de Defensa, trabajaba en la misma dirección y se pusieron en contacto. Se conocían muy poco pero Martínez entró en confianza rápidamente, con su proverbial serenidad y firmeza. Era alrededor de las 16 horas y según Oyhanarte, el teniente general Raúl Alejandro Poggi iba a asumir a las 17 horas.
Mientras se encontraba reunido el Alto Tribunal llegó Alberto Gordillo Gómez un delegado de Guido y Martínez. Mientras los miembros debatían el delegado le pide a Ohyanarte hablar a solas, salen de la sala y fue directo al grano: “Oyhanarte, en representación del presidente provisional del Senado y del Ministro Martínez vengo a preguntar si el doctor Guido decide ser Presidente de la Nación puede venir a aquí a prestar juramento de acuerdo con la Ley de Acefalia”.
Oyhanarte pidió consultar a sus colegas y volvió a la reunión. Al entrar relató lo dicho por Gordillo Gómez y expuso su pensamiento: la cuestión no era Frondizi o Guido, sino Guido o un régimen militar que “para colmo no era un régimen militar mayoritario sino minoritario (lo que más tarde se llamarían los colorados). Creo que tenemos que aceptar aquello que tienda a salvar lo que resta del sistema constitucional”.
El Ministro Ricardo Colombres respondió que estaba de acuerdo, también aceptó Pedro Aberastury, y Villegas Basavilbaso opino que “el deber de la Corte era tratar de rescatar lo rescatable, lo todavía salvable del sistema constitucional argentino, el poder judicial y el poder legislativo”. El ministro Luis María Boffi votó en contra.
Tras ajustar los detalles, Oyhanarte salió de la reunión y le dijo a Gordillo que si el senador Guido se presentaba la Corte Suprema le iba a tomar el juramento. A las 16.30 apareció Guido con su secretario privado y, después de los saludos, todos se dirigieron al gran salón de actos.
Los ministros se ubicaron en el estrado. El salón estaba vacío, no estaba redactada el acta de la reunión y no había una Biblia. Guido juró sobre el ejemplar de la constitución que la Corte Suprema utilizaba en sus acuerdos. Tras el juramento, los ministros bajaron de su lugar y Guido abrazo a Oyhanarte y lloró. Seguidamente, el nuevo mandatario renuncio a su afiliación de la UCRI y poco más tarde si dirigió a la Casa de Gobierno.
Este fue el final de una semana crítica, que comenzó así: El 18 de marzo de 1962 se realizaron elecciones para elegir la casi totalidad de los gobiernos provinciales y la mitad de la Cámara de Diputados. El peronismo se encontraba al margen de la ley desde la época del gobierno de facto de Pedro Eugenio Aramburu.
En el país de aquellos años (con un poder militar casi ilimitado) la presencia electoral peronista constituyo una jugada arriesgada. Estaba en el aire que las FFAA no aceptarían una victoria justicialista y, como adelantó el senador nacional por la UCRI Alfredo García, “el triunfo de Unión Popular en algunas provincias puede poner en peligro la estabilidad”, y no se equivocó.
Al día siguiente, el título de La Nación, a 6 columnas, lo decía todo: “Anuló el Gobierno los comicios de Buenos Aires, Tucumán, Santiago del Estero, Río Negro y el Chaco”. La excusa que se dio para tamaña decisión fue que se hizo “para asegurar la forma republicana de gobierno”.
El ministro del Interior, Alfredo Vítolo, presentó la renuncia. Entre el martes 20 y el miércoles 28 la sociedad siguió por los medios de comunicación maratónicos cónclaves militares, civiles y gestiones de todo tipo para determinar el futuro del gobierno. En principio, Frondizi convino formar un gabinete de unidad nacional, y los nombres de los candidatos figuraban en los medios gráficos.
El cordobés Hugo Vaca Narvaja reemplazó a Vítolo en Interior; Jorge Wehbe asumió en Economía; Rodolfo Martínez en Defensa; Roberto Etchepareborda fue designado en la Cancillería y Oscar Puiggrós en Trabajo y Seguridad Social. Los cambios no alcanzaban.
Según un prolijo racconto de esos críticos días realizado por el coronel Alejandro Agustín Lanusse, segundo jefe de la Escuela Superior de Guerra, el secretario de Guerra analizó con el Consejo de Generales 3 variantes. La primera mantenía a un Presidente absolutamente condicionado; la segunda consideraba la renuncia de Frondizi y la aplicación de la Ley de Acefalia y la tercera constituía un gobierno de facto con “civiles elegidos por las FFAA”.
De acuerdo con el relato de Lanusse “el Consejo de Generales se resuelve por la variante 3. Solo cuatro generales votan en disidencia”. En un trabajo manuscrito sobre esos momentos, el mayor Albano Harguindeguy destacó que “las declaraciones de otros partidos políticos manifiestan que con el Presidente Frondizi no hay solución posible a la crisis”, mientras que la UCRI sostiene que “no hay solución constitucional sin Frondizi, cualquier otra solución significa su derrocamiento…y rechazan su renuncia”.
Fueron horas dramáticas para Arturo Frondizi, porque un golpe militar estaba en el aire, en los despachos del Gobierno y en la sociedad política. “Hemos retrocedido al 13 de noviembre de 1955” (derrocamiento del general Eduardo Lonardi), le comenta el Presidente a un amigo.
Alejandro Lanusse anotó: “El 22 de marzo, en las horas de la noche un grupo con antecedentes golpistas ya conocido en el Ejército, pretende apurar los acontecimientos (los nombra), no concretan sus propósitos. El Comandante en Jefe promete que antes de cumplirse las 72 horas habrá una solución.” Según relata Lanusse, “en una de las conversaciones tenidas en esos días con el general Turolo (Director de la Escuela Superior de Guerra), este me hace saber que desde el año pasado existe un plan de gobierno completo que ha sido confeccionado por él y los generales Martijena y Reyes”. El plan venía siendo confeccionado desde abril de 1961 y “la Armada con muy pequeñas modificaciones había aceptado el plan.”
Ninguna gestión conseguía aplacar la furia de las FF.AA. Quedó, entonces, una última prueba: el viernes 23, Laureano Landaburu, ministro del Interior de la Revolución Libertadora, se entrevistó con Arturo Frondizi durante el mediodía.
De la reunión salió ungido como mediador el ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu, con el objetivo de asegurar “a todo trance el orden constitucional”. Mientras pasaba el tiempo, algunos, como el teniente general Raúl Alejandro Poggi, imaginaban que podían reemplazar al primer mandatario. La tapa de La Nación del 26 de marzo de 1962, titulaba: “La Marina sugirió a Frondizi que dimita”.
La del 27 la respuesta del Gobierno: “Niégase el presidente a presentar su renuncia” y, al mismo tiempo, da a publicidad una carta a Frondizi del mediador, Aramburu, en la que finaliza diciendo: “En nombre de ese orden (jurídico), la Nación pide a Usted un noble renunciamiento. Lo pide y lo espera de su reconocido patriotismo”.
Como relató José María Guido años más tarde en la intimidad, la Corte Suprema no podía tomar el juramento si no había una renuncia de Frondizi. Un grupo de líderes del Congreso apoyaron la asunción de Guido. Siendo las 2.30 del 29 de marzo, el secretario de la Armada le manifestó: “Quiero informarle que se acaba de adoptar la fórmula 3 (derrocamiento de Frondizi). Lo lamento mucho, pero yo no puedo hacer nada y dentro de un rato lo va a visitar el jefe de la Casa Militar”.
Pocas horas más tarde, Frondizi era conducido preso a la isla Martín García, en un DC-3 T-01 de la Fuerza Aérea. Al día siguiente, La Nación comunicaba a la sociedad que “ante la Corte Suprema juró el doctor (José María) Guido”. La decisión de Guido hizo enfurecer al general Turolo. “A las 21.30 horas dijo a sus subordinados en la ESG que el doctor Guido es un traidor porque ha jurado sin previo aviso a los comandantes en Jefe”.