El columnista invitado
Miradas

Pasiones volcánicas

Huérfanos de volcanes, siquiera los extinguidos como el del asteroide B612, los cubanitos valorábamos ese pedazo de Nicaragua como el mejor entre los obsequios recibidos.

Por Alejandro Langape, especial para NOVA

Siempre me gustó la geografía, ese viajar desde un planisferio por valles, montañas, ríos, el reconocer sobre el mapa bahías, penínsulas, lagos, descubrir que, con un poco de imaginación, Francia puede ser un hexágono, España la piel de un toro, Vietnam una S y Cuba un caimán o, mejor, ese fino manjuarí dormido sobre las aguas del Caribe del que habla Dulce María Loynaz.

Mi amor por la geografía me llevó a participar en mi época de estudiante de nivel secundario y preuniversitario en varios concursos de esta asignatura que, bajo el altisonante nombre de Conoce Geografía para defender el socialismo, se convocaban primero a nivel de escuela y luego de municipio, provincia.

Falsas modestias aparte, confieso que me fue muy bien en estas competiciones y me llevé varios primeros lugares y los consiguientes premios, de los cuales recuerdo particularmente una pequeña bolsa hecha de lo que en Cuba llamamos nylon que contenía tierra de uno de los volcanes de Masaya.

Corría el año ochenta y nueve y estábamos convencidos de que el Frente Sandinista de Liberación Nacional gobernaría en Nicaragua per seculum secularum y los “compas”, más que amigos, eran nuestros hermanos y los intercambios entre funcionarios de ambos países muy frecuentes, por lo que nada tenía de especial que algún metodólogo de nuestra provincia hubiese tenido la idea de incluir entre los obsequios a los premiados un poco de aquella tierra que había recogido en su visita a suelo nica y que despertó la curiosidad del resto de concursantes que se acercaban a los premiados para apreciar mejor sus tonos negruzcos y palpar su consistencia.

Huérfanos de volcanes, siquiera los extinguidos como el del asteroide B612, los cubanitos valorábamos ese pedazo de Nicaragua como el mejor entre los obsequios recibidos.

Pasarían los años, incluso las décadas, y en el 2021 en las redes sociales volvía a encontrar referencias a los volcanes nicaragüenses y el interés que despertaban en mis compatriotas.

Cierta funcionaria del gobierno que encabeza el eterno comandante Daniel Ortega explicaba que el notable aumento en la llegada de cubanos a suelo nicaragüense tras la reapertura de fronteras en Cuba se debía al interés de mis compatriotas por los volcanes, razonamiento que, imagino, iba en línea con identificar a cada turista cubano como un émulo de aquel metodólogo de Geografía recopilador de suelo volcánico, o aquellos estudiantes maravillados. Vamos, puro sarcasmo.

La funcionaria, mis compatriotas y yo sabemos perfectamente que las motivaciones de mis coterráneos al viajar a Nicaragua no pasan por escalar la cima de algún volcán.

Ojo, ya antes del estallido de la pandemia, miles de cubanos aprovechaban el no requerimiento de visa para viajar a suelo nica para comprar al por mayor en grandes almacenes de Managua diverso género de mercancías, especialmente textiles, que luego revendían en Cuba al amparo de dudosas licencias o sin ninguna, confiados en que las autoridades locales, cuyas familias también compraban mercadería a estos emprendedores, se hicieran de la vista gorda.

Pero la pandemia de Covid, la terrible contracción económica que redujo en más de un diez por ciento el producto interno bruto de la isla, la falta de fe en una mejoría a corto plazo y el desencanto que acompaña a buena parte de la generación nacida después de la debacle del socialismo real europeo, han provocado que muchos cubanos decidan emigrar y la ruta centroamericana que pasa por suelo nicaragüense se ha convertido en la gran favorita para emigrar ilegalmente a Estados Unidos.

Guyana, Rusia, Nicaragua y tal vez algún otro país son las escasas opciones que tiene un cubano para viajar sin necesidad de visado. Basta tener el pasaporte en regla, comprar tus pasajes y a volar sin necesidad de hacer largas colas frente a cualquier embajada, pagar sobornos aquí y allá para luego recibir la descorazonadora noticia de que tu petición ha sido denegada porque los funcionarios de la embajada no se han tragado el cuento de que pretendes viajar a Estados Unidos para conocer al recién nacido sobrino del nieto de tu vecina Carmela, comer yuca con mojo (mojo, con abundante limón, Dios) en la miamense Calle Ocho y al mágico mundo de Disney en Orlando, claro.

Desde Rusia puede viajar a Grecia y desde allí a España en un recorrido transfronterizo harto complejo y que ha dejado en la estacada de aeropuertos rusos o griegos a no pocos compatriotas después de haber dormido en trigales o pajares y casi congelarse de frío.

Desde Guyana, son muchos los que han atravesado tierras brasileñas para llegar a Argentina, Uruguay o Chile, países que han visto crecer enormemente a la comunidad de residentes cubanos allí.

Ahora bien, los problemas para comunicarse con la mafia que controla esta trata de personas en Europa y el miedo a que España no cubra sus expectativas y los avatares de las economías sudamericanas, tocadas por la pandemia y el malestar social, amén de las diferencias culturales que dificultan la adaptación de muchos cubanos, han contribuido a que estas opciones de migración ilegal sean cada vez menos socorridas por mis compatriotas y que prefieran emprender desde Nicaragua el largo camino hasta la frontera de México con Estados Unidos, un recorrido no exento de peligros en el que están a merced de los coyotes capaces de asesinar y dejar tirado en las frondas centroamericanos a quien no pueda aportar el dinero que se le reclama y que usualmente proviene de amigos y familiares emigrados previamente a Estados Unidos.

Vendiendo cuanto tienen en Cuba, en ocasiones viajando casi con lo puesto y los dólares comprados en el mercado negro escondidos en el fondo de las mochilas o dentro de las medias, en el aeropuerto José Martí de La Habana ha resultado usual en los últimos meses ver largas filas de cubanos haciendo checking para abordar el vuelo a Managua, descubrir que amigos que llevaban años sin verse se sorprenden al saber que compartirán este viaje a la aventura.

Tras la partida de los aviones quedan familiares y amigos que vacilan entre las lágrimas y un discreto júbilo que les da la esperanza de que a los viajeros les irá todo bien.

También los hombres llevan dentro sus volcanes, y a veces estallan afirma uno de los personajes del cuento El Batallón Sagrado, escrito por mi amigo Lázaro Andrés y recuerdo la cita y pienso en las pasiones volcánicas que ahora mismo viven compatriotas que conozco con nombres y apellidos, que no pueden usar sus celulares más que para contar brevemente a sus familiares su lento avance hacia esa frontera tan lejana de Masaya, tan llena de incertidumbres y miedos, tan ajenas a esos montes donde alguna vez se revuelve la sangre de la tierra y que llamamos volcanes.

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