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Los beneficios de la alta costura

En época de incertidumbre, los desfiles pueden ser un oasis de evasión y un espejo más claro del que imaginamos.

"Alta costura" son 2 palabras que hacen soñar a unos y que dan miedo a otros. No esa fobia que se puede tener a espacios cerrados o a cualquier bicho que se cruce por el camino, sino un miedo de los informes y difíciles de verbalizar, de los que, a veces, pueden llevar a la burla y al desdén. De los que nacen de la incomprensión.

Con los desfiles y las tendencias de la alta costura de París todavía burbujeando en las retinas, puede que surja la pregunta de para qué sirve todo este despliegue de tejidos brillantes y joyas epatantes; de qué vale dedicar tantos recursos a la creación de unos vestidos que luego no estarán en las tiendas.

Es lógico que, sobre todo para quienes no están cerca de la industria de la moda, la pregunta repiquetee. Y no, no hay una respuesta única para ella, pero sí varias reflexiones que se pueden hacer al respecto.

Lo primero que puede argumentarse (lo haría cualquier persona, no hay que ser un entendido ni un estudioso para ello) es que la Alta Costura es una herramienta de imagen y posicionamiento, una medida 'marketiniana' (casi) perfecta. Más efectiva que una campaña publicitaria al uso, incluso, porque ayuda a generar contenido y presencia de manera orgánica: lo hacen quienes asisten y también los que ven el espectáculo en diferido y a través de una pantalla.

Hasta tal punto llega la ensoñación de estas creaciones. ¿Cómo no hablar de esos vestidos-joya de Schiaparelli o de la delicadeza de las piezas de Dior? ¿Y de Carolina a caballo antes de que Virginie Viard presentase su colección para Chanel?

Todavía no hay números que hablen del impacto de esta edición de 'haute couture', pero sí son muy conocidos otros que quizás sorprendan, quizás no: hay poco más de 2 mil costureras que forman parte del elenco de 'les petite mains' que están autorizadas a trabajar dentro de la alta costura, cuyos vestidos no tienen un precio fijo, sino variable según materiales y tiempo empleado (la agencia Reuters publicó que oscilaría entre los 9 mil euros y un millón) en realizarlos.

Porque sí, a pesar de que no estén al alcance de la mayoría, esas piezas pueden terminar en armarios reales, como los de, por ejemplo, Rania de Jordania o Wendy Yu, la hija del fabricante de puertas de madera más importante de China.

Yu vendría a ejemplificar un nuevo tipo de clientela de Alta Costura que baja una media de edad tradicionalmente alta: los millennials. Están lejos de considerarse extremadamente jóvenes (hola, generación Z), pero no responden al público canónico.

Aunque fue en 2018 cuando Bain & Company lanzó su estudio en el que aseguraban que el poder adquisitivo de los millennials supondría "el 45 por ciento del mercado global de artículos de lujo en el 2025", los datos no han experimentado tantos altibajos, sobre todo teniendo en cuenta que el sistema en el que los ricos siguen siendo ricos incluso en épocas de crisis, siempre funciona.

En este sentido, y aunque sea difícil competir con el alcance y el volumen que las líneas de belleza suponen para las grandes marcas de lujo, la alta costura también significa una fuente de ingresos que no deben desdeñar. Porque, además, es una de esas que hacen sentir bien: es cualitativa (al menos, en la mayoría de los casos).

La clientela de la alta costura invierte y permite que una maquinaria que implica a productores de tejidos, costureras y todo tipo de personas relacionadas con este oficio, continúe bien engrasada. Un hecho en el que tampoco hay que desdeñar el papel de la Federación de la Alta Costura.

La misión de esta organización es "unir marcas de moda que fomentan la creación y el desarrollo internacional, promoviendo la cultura de la moda francesa, donde la alta costura y la creación tienen un gran impacto al combinar el saber tradicional y la tecnología contemporánea en cada momento", puede leerse en la página oficial. "Contribuye a reforzar París en su papel de capital mundial de la moda".

El título es antiguo, y lo siguen llevando con orgullo. Quizás ahí está la clave: en una creencia férrea que se sustenta en el apoyo gubernamental a una industria que no solo mueve grandes cantidades de dinero, sino que también realiza una labor de relaciones públicas difícilmente alcanzable por otras vías.

Con el sueño de que en terreno patrio esa unidad se alcance y la moda sea considerada de una vez por todas un bien cultural que hay que potenciar (pero de verdad), toca pasar a otro de los puntos que hablan de la utilidad de la Alta Costura: el de la proyección estética. El del sueño. El que, realmente, coquetea con los límites de la utilidad.

La consideración del papel de la belleza en el día a día y en el crecimiento personal de cada uno es, eso, cosa de cada uno; una ponderación que hay que realizar a nivel individual. No todo el mundo tiene (ni debe tener) la misma sensibilidad, los mismos gustos, las mismas referencias.

Respeto, sí; homogeneidad absoluta, no. Así que estas líneas apelarán de manera directa a quienes son capaces de emocionarse con exposiciones en los museos, con conciertos (sean del tipo que sean) o con un buen párrafo en negro sobre blanco.

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La Alta Costura puede ser un ejercicio de evasión visual, pero también mental. Puede nutrir la mente y ayudarnos a olvidar, durante unos segundos, lo que está sucediendo en el mundo exterior, como cuando nos sentamos a ver el último documental de Netflix o una actuación de corte eurovisivo que se comenta con fervor.

También como cuando se va al cine o se asiste con gusto a una alfombra roja. La Alta Costura también entretiene, abre la puerta a mundos tan delicados como el de un universo imaginado en blanco, negro y dorado o a una Roma futurista y distópica.

La alta costura nos permite una suspensión de la realidad momentánea y necesaria, uniendo a través de un hilo invisible a quienes vibran con el susurro de una capa marchándose en un salón cualquiera de París.

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