Malvinas, la herida que no cierra: la vida de un héroe y la Operación Rosario









Mario Giurca se formó en la Escuela de Suboficiales General Lemos, un instituto de formación del Ejército Argentino, los cuales graduaron profesionales que prestaron apoyo a quiénes combatieron en la Guerra de las Islas Malvinas, el conflicto que enfrentó a nuestro país con los piratas ingleses en 1982, que comenzó el 2 de abril y culminó el 10 de junio con la rendición de las tropas argentinas.
En ese contexto, Giurca terminó cumplimentando las dos funciones, de apoyo y combate, desde sus operaciones con material de defensa aérea en el Grupo de Artillería Antiaéreo 601.
Un dato de color que no se puede pasar por alto es un hecho anecdótico que comentó Giurca a NOVA: “Nosotros comenzamos los preparativos logísticos el 5 de abril como para prepararnos para ir a Malvinas, y partimos el 12. Y tuvimos que ir hasta Puerto Deseado, porque el Capitán del Buque Córdoba se negó a ir a Malvinas. Llegando a dar el barco contra el muelle para abrirlo”.
Giurca cuenta con el título “mecánico de comunicaciones de equipo de campaña” dentro del Ejército Argentino. “El éxito de la defensa aérea depende de las comunicaciones. Y de ello estaba a cargo yo. Llegando a repeler el ataque de los equipos especiales del Reino Unido”, señaló.
La herida de Malvinas y su significado
“Malvinas es una herida abierta para todos los veteranos. Quiénes estudiamos y somos militares de carrera, amén de los soldados y los civiles”, sentenció Giurca a este portal. Y señaló: “Fue muy duro venir de la derrota militar”.
Por otro lado, sentenció que, con el pasar del tiempo, “se empezó a reconocer a los veteranos de guerra”. Ya que, “tener que deshacerse del material, nuestro armamento y socas, y entregar las islas de la manera que se hizo”.
“Por eso, yo particularmente, cada tanto organizo con los veteranos de guerra algunas comidas. Almuerzo o cena. Porque siempre digo que nuestra familia nos entiende y escucha. Pero los que verdaderamente entendemos de qué hablamos somos nosotros. Hacer un poco de catarsis”, expresó a este portal.
Postura de ex combatientes con el Proyecto de la Ley TOAS
“Me encuentro totalmente en contra. No hay ningún veterano de guerra que se muestre a favor de ello, tenga el grado o cargo que sea”, señaló Giurca sobre su postura frente al Proyecto de Ley TOAS.
Asimismo, señaló que “no quieren el título de veterano, sino más bien lamentablemente por las pensiones”. Y agregó: “En mi postura, le pueden dar la obra social, las pensiones, medallas y diplomas, pero no el ser héroe de guerra”.
“No sintieron el olor a pólvora, jamás escucharon un disparo, tampoco vieron caer a un compañero al lado y tuvieron todos los beneficios correspondientes”, sentenció. Y, a su vez, añadió: “Yo volví con nueve kilos menos y algunos camaradas con muchísimos más”.
“Ellos no tienen idea de lo que es juntar a un compañero en pedazos. No comer ni dormir bien. Cuando volvíamos con otros prisioneros de guerra en el Norland inglés, el olor era el de la jaula de los leones de los días sin bañarnos que pasábamos”, concluyó.
Visión actual del tema Malvinas Argentinas
“Todos perdimos en la guerra, tanto ingleses como argentinos, porque la guerra es una inutilidad. Se fueron vidas de jóvenes durante la misma”, señaló Giurca. A lo que también subrayó: “No hay ganadores”.
Por otra parte, remarcó: “Cuando uno dice ‘Vamos a volver’, es de forma metafórica, ya que uno no volvería a batallar. Más bien, considero que se pueden recuperar las Islas Malvinas mediante la vía diplomática en el día de hoy”.
“A los ingleses los reconozco como profesionales de la guerra, cumplieron con su parte. Ellos vieron la idea de mantener su imperio. Por el lado de nosotros, se trató de una gesta patriótica”, finalizó a NOVA.
Operación Rosario, el día que Argentina recuperó las Islas Malvinas
La recuperación de las Islas Malvinas para su incorporación definitiva a la soberanía nacional ya había sido decidida. La precipitó lo que los ingleses consideraron un incidente con operarios de una empresa argentina que izaron en la punta de un remo una bandera argentina.
La mecha estaba encendida. Se haría un asalto directo y sorpresivo a la capital, Puerto Argentino, para provocar una repercusión política internacional tal que obligara a Gran Bretaña a negociar seriamente la soberanía de las islas de acuerdo a las resoluciones de Naciones Unidas.
Debían evitarse bajas enemigas, instalar un Gobierno argentino en las islas y retirar las fuerzas de recuperación, dejando sólo los efectivos indispensables para la seguridad. Cada Comandante y Jefe de Batallón o Regimiento recibió cinco sobres lacrados que se abrirían al recibir la orden.
Con un sol radiante, como todavía acostumbra regalar marzo en la zona de Puerto Belgrano, el 28 zarparon de la base naval el buque de desembarco ARA “Cabo San Antonio” con todo el Batallón de Infantería de Marina 2 (BIM2) a bordo, unos 750 hombres. También 20 VAOS (vehículos anfibios a oruga) y un VAR (a rueda); 30 vehículos de la Infantería de Marina y parte del Regimiento de Infantería 25 del Ejército; en total una carga de combate de 8 mil toneladas.
De la misma dársena soltó amarras el buque insignia de la Flota de Mar, destructor misilístico ARA “Santísima Trinidad”, con las tropas de Fuerzas Especiales de la Armada que tomarían el cuartel de los Royal Marines, más los hombres (16 entre buzos tácticos y comandos anfibios) quiénes bajo órdenes del Capitán de Corbeta Pedro Edgardo Giachino tomarían la casa del Gobernador para lograr su rendición.
A esas alturas el submarino ARA “Santa Fe”, que la noche anterior había bajado su periscopio mientras abandonaba aguas marplatenses haciéndose invisible, navegaba hacia el sur para sumarse a la operación. A bordo iba la Agrupación Buzos Tácticos encargados de marcar la playa para el desembarco del BIM2. Mientras que en el rompehielos ARA “Almirante Irizar” iba el personal de reserva y un helicóptero Puma del Ejército.
El resto de la Fuerza de Tareas 40 estaba integrado por el destructor misilístico ARA “Hércules”, el portaviones ARA “25 de Mayo”; los destructores ARA “Py”, ARA “Seguí” y ARA “Piedrabuena”; las corbetas ARA “Drummond” y ARA “Granville”, y el transporte ARA “Isla de los Estados”.
También, por ser una operación naval conjunta, incluyó a un avión C-130 Hércules de la Fuerza Aérea; unidades de la primera y segunda Escuadrilla Aeronaval de Helicópteros; aviones caza A 4-Q de la tercera Escuadrilla Aeronaval de Ataque; y aviones S2T-Tracker de la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina. El puño que daría el primer golpe no podía titubear.
Al poco tiempo de zarpar, se dio la orden de abrir los sobres. La operación sería la recuperación de las Islas Malvinas. Los buques navegaron a toda máquina, pero desde el 29 (y por tres días) los frenó un temporal capaz de sacudir hasta la mesoatlántica (cordillera bajo el mar); tanto que un rolido alcanzó los 46 grados.
Muchos hombres de las tripulaciones fueron afectados por mal de mar, por lo que el día D previsto originalmente para el primer día de abril debió retrasarse. Era preciso al menos un día de mar calmo para efectuar el desembarco.
La operación de recuperación de las Malvinas había sido bautizada inicialmente como “Operación Azul”, pero en medio del fuerte temporal el entonces Teniente Coronel Mohamed Alí Seineldín, embarcado en el “Cabo San Antonio”, recordó que cuando ocurrieron las invasiones inglesas al Río de la Plata, el General Liniers había enfrentado inclemencias que cesaron cuando invocó a la Virgen del Rosario.
Por esa sugerencia, el Contralmirante Büsser, Jefe de la Fuerza de Desembarco, rebautizó la operación como “Operación Rosario”: el cambio en las condiciones climáticas que posibilitó el inicio de las acciones el 2 de abril quedó para siempre adjudicado a la intercesión de la Virgen. Sin embargo, el factor sorpresa se había perdido.
“Habitantes de las Islas Falklands, les habla el Gobernador Hunt, tenemos información que una fuerza de tareas argentina zarpó del continente y viene navegando hacia las Islas (…)”; fue parte del mensaje que se escuchó la noche del 1 de abril en la radio del “Cabo San Antonio”.
Algunos planes cambiaron. Los desembarcos pensados hacia el Noreste de las islas se replanificaron hacia el Este. Sobre las frías aguas del Atlántico Sur emergió de las profundidades una silueta robusta. Primero el tubo periscopio, luego la torreta y finalmente el resto del submarino ARA “Santa Fe”.
Esperaban la recepción de la que sin dudas sería la orden más importante de sus carreras. Regía el silencio absoluto de radio, por lo que el señalero se dirigió al reflector de señales y envió en Morse luminoso: “Operación Rosario: aguardo confirmación”.
Mil metros a babor del submarino, desde el ARA “Santísima Trinidad” que ya había ingresado a la Bahía Enriqueta, los parpadeos de luces fueron claros. “Hora y lugar confirmados”. El “Santa Fe” se viró y sumergió.
Misión: recuperar las Islas
A bordo del “Santísima Trinidad”, los comandos anfibios y buzos tácticos se prepararon concentrados en su objetivo. Repasaron en sus mentes la que debía ser su actitud durante el desplazamiento y en el objetivo mismo. Pondrían en práctica lo que tantas veces, en las peores condiciones climáticas y de mar grueso, habían entrenado.
Por algún motivo sintieron que todo se aceleró; se impartieron las acciones a desarrollar y toda la secuencia de aproximación de buque a costa. Los kayaks serían los primeros y una vez asegurada la cabecera de playa, desembarcaría el resto de las Fuerzas Especiales.
Dibujaron la carta en sus cabezas: distancias, rumbos, obstáculos, alambradas, caminos, alturas, ríos, todo. Lo estudiaron al detalle para que ese mapa fuera parte suya. Probaron el armamento y lo limpiaron. Les dieron granadas, donde cada uno llevó las que creía que podía necesitar, y cargadores con alrededor de 1500 disparos a granel.
Esa noche se reunieron en equipos de combate y, con todas las luces apagadas, sobre las 21 del 1 de abril comenzó el movimiento de buque a costa. El “Santísima Trinidad” paró motores. Se tendieron las redes de desembarco, se cargaron las mochilas y descendieron a toda velocidad.
La oscuridad de la nubosa noche sólo era interrumpida por una tenue luz de luna que parecía cómplice de la operación. Los cachiyuyos (similares a algas) se enredaban en los motores de los botes y complicaban el avance, que continuaba a fuerza de machetazos. Entrada la noche la oscuridad se cerró más y la delgada línea que hacía minutos representaba la costa, desapareció.
La playa regalaba un solo rompiente que resonaba con fuerza y ocultaba los ruidos. Ni siquiera se oían los motores que llegaban más atrás. Cuando varó el primer kayak un silencio absoluto habitaba la costa y no se veía absolutamente nada. Hasta las luces de la ciudad y el faro San Felipe fueron apagadas.
Con una rápida técnica de barrido en flor de unos 150 metros, los primeros comandos aseguraron la zona y con el visor nocturno hicieron la marcación infrarroja a los otros botes, que desembarcaron y armaron la cabeza de playa unos 250 metros más adelante. Luego desembarcaron los 20 botes restantes.
Como un relámpago se encolumnaron y avanzaron a los objetivos. En el punto de disloque, la patrulla del Capitán Pedro Giachino se abrió hacia la Casa de Gobierno mientras el resto siguió avanzando con el Capitán Guillermo Sánchez Sabarots hacia el cuartel de los Royal Marines.
Estaban marginales con el tiempo, por lo que debieron apretar la marcha. Faltando cuatro minutos para las 6 cruzaron el puente donde la avanzada ya había preparado las cargas de demolición para aislar el objetivo, de ser necesario. Nada entra, nada sale.
Iniciaron el asalto. Desde el cuartel comenzaron a tirar hacia la zona del Teniente Sergio Robles, abriendo una brecha por donde los ingleses se fugaron. Los comandos ingresaron al cuartel rompiendo puertas y ventanas. Cada uno tenía un lugar de ingreso específico. “Limpiaron” el cuartel recorriendo todo. Segundos después arriaron la bandera inglesa e izaron la argentina. Fue la primera bandera que volvió a flamear en Malvinas.
Mientras tanto en la casa del Gobernador se solicitaba la rendición. “Míster Hunt, somos marinos argentinos, la isla está tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí, hemos cortado su teléfono y le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza, a fin de prevenir mayores desgracias. Le aseguro que su rango y dignidad, así como la de toda su familia, serán debidamente respetados”, dijo el Teniente Diego García Quiroga, quien ya secundaba a Giachino.
No obtuvieron respuesta y por eso arrojaron una granada para disuadirlos. Una voz que provenía de la casa contestó: “Mr. Hunt is going to get out.” Pero no salió. García Quiroga reiteró el mensaje, pero la voz aseguró: “Don’t go (Mr. Hunt),” y esas palabras vinieron seguidas de un tiroteo.
Lo que siguió se inscribió para siempre en la historia de la recuperación de Malvinas y fue parte del precio de ver la bandera argentina en alto. Giachino y García Quiroga seguidos de tres hombres se lanzaron al interior de la casa. El primero rompió el vidrio de una puerta y abrió el picaporte. El resto fue cuestión de segundos: un feroz tiroteo, a Giachino lo alcanzan las balas británicas, cae y el segundo en resultar gravemente herido es García Quiroga, que iba detrás.
García Quiroga sintió que le arrancaban el brazo, fue el primer tiro; el otro le dio en el abdomen. Hoy una navaja suiza exhibida en la Agrupación Buzos Tácticos es la muestra de suerte, que también es azar y destino, porque paró la bala que reclamaba su vida.
Giachino llamó al Cabo enfermero Ernesto Urbina, pero éste también había sido batido. Ya en el suelo y anticipándose a la posible pérdida de conocimiento, este tomó la correa de sus binoculares y ató la granada (con la que rompió la ventana) para que no explote, evitando la muerte de todos los de la casa. A esas alturas ya estaba bañado en sangre.
La patrulla del Capitán Sánchez Sabarots escuchó los estruendos de la balacera que resonaron desde la Casa de Gobierno y corrieron a apoyar a Giachino que estaba a unos 7 kilómetros. A unos 500 metros de la Gobernación se separaron. Sabían que la fracción inglesa los superaba en número.
Avanzaron desplegados de a cuatro viendo las cabezas y las antenas de comunicaciones enemigas. A pesar de llevar el arma cargada con el fuego abierto tenían la orden de no causar bajas enemigas.
A 50 metros de la casa se levantaron todos juntos avanzando con las armas apuntadas y, cuando saltaron un ligustro espinoso listos a descargar, se escucharon las voces de alto el fuego en español y en inglés.
El despliegue de las tropas
Tres horas antes, en un punto más al Noreste y ya promediando la madrugada, los buzos tácticos del “Santa Fe” (enfundados en sus trajes secos y completamente camuflados) desembarcaron para cumplir con su misión. Doce hombres. Apenas tocaron la costa una bengala los iluminó como si fuera de día.
Se prepararon para recibir fuego enemigo, pero nada. La misión era habilitar y proteger esa playa hasta que las tropas argentinas desembarcaran, y ese aviso tenía un tiempo límite: las 6.30. Esa bengala demoró en un minuto el cumplimiento de ese tiempo (eran las 6.31), revisada toda esa playa, avisaron al “Cabo San Antonio” que estaba marcada, es decir, libre.
Después de unos minutos agazapados, haciendo una especie de trinchera por si había que soportar un ataque, comenzaron a pasarles por al lado los VAO de la Infantería de Marina, cuando el crepúsculo matutino empezaba a convertir las siluetas de las islas en certeza.
Se formaron a la derecha de un VAR y en ese momento se abrieron las tapas y en un acto espontáneo todos comenzaron a gritar “¡Viva la Patria!”.
Luego de enfrentar las defensas inglesas que custodiaban el aeropuerto y de quitar los vehículos que habían sido atravesados en la pista, el VAO con el Coronel Seineldín llegó lleno de impactos de bala al hospital de Puerto Argentino.
Ya sabían que el Capitán Giachino había sido herido. Seineldín entró al hospital y diez minutos después volvió a salir para darle el pésame a sus hombres, todos reunidos afuera. Giachino había muerto.
El Museo de la Infantería de Marina, en la Base Baterías, atesora un amplio patrimonio referido a la Operación Rosario y a los días de la Guerra.
Para entonces en la isla ya había más de 800 soldados argentinos desplegados y se habían iniciado los vuelos que traían al resto de las tropas del Ejército, lo que motivó la rendición del Gobernador, quien pidió parlamentar con el Estado Mayor de la operación. Un jeep con bandera blanca condujo al Contralmirante Büsser a su casa.
La Operación Rosario había sido ejecutada con precisión y sin bajas enemigas. Una trompeta sonó poniendo a todos en firme para iniciar el saludo. Después de casi 150 años, la bandera argentina izada por el Suboficial Mayor de Infantería de Marina Guillermo Rodríguez y el Capitán Guillermo Andrés Sánchez Sabarotsen, coronaba la Gobernación de Malvinas. Comenzaban 74 días de guerra.
Investigación:
Ulises Cuenca