Por Patricia Heñin, escritora, desde Resistencia, Chaco, especial para NOVA
Irrumpe en la aparente calma del rutinario ir y venir, esa incesante avalancha de preguntas, que levanta el polvo de estrellas caídas.
Aquellas que quizás, resbalaron del escalón de algún sueño lejano, demasiado caro, demasiado distante de nuestra experiencia.
Arrogante dueño de fantasías de antaño.
Se atolondra la marcha de aquel que intenta escapar buscando el olvido, y se encuentra de cara con el espejismo de su historia.
En un vano intento de fuga, se desvanece el día, y también los ratos, y los sordos gritos de la confusión.
Los días vuelven a sentirse en las agujas del tiempo.
Salen del fuego las palabras, y volátiles se pierden en el hollín de algún ensayado verso.
Nada alcanzan a decir.
La atrevida carcajada del joven acaricia los ásperos temores de quien, pasmado, es silencioso testigo de la más palpable finitud.
En ese silencio, que parece amargo, se congela el segundero. Se revela el dulce canto de los delfines.
Se acomodan las fichas del tablero.
Se distingue aquello que exhuda verdad.
La mano entumecida vuelve a dar la caricia justa.
Las miradas esquivas se encuentran, en el intento de sonreírse entre sí, añorando que ese segundo de almas presentes pueda llegar a parecerse a lo eterno.
Acaricia tiernamente el abrazo, que resume lo que nadie jamás podría decir.
El silencio profundo se sumerge en el instante en que todo es posible, cuando nada parece serlo.
Suenan fuerte los latidos, se acallan las sombras, todo vuelve al pulso imaginario de la vida.
La canción encuentra su ritmo, y volvemos al ruedo. Y pisamos más fuerte.
Y soñamos más lento.