Cómics e Historietas
Talentos argentinos

Walter Alarcón, de Columba con amor

Walter Alarcón y una página de "Wolf" cien por ciento de su autoría.

Por Ariel Avilez (*), especial para NOVA

Semillero de grandes talentos, nadie niega -incluso sus detractores- la importancia de Editorial Columba en los años en los que la historieta era una verdadera industria en nuestro país.

Walter Alarcón es un claro ejemplo de los tantos historietistas que nacieron y crecieron bajo las alas de la palomita, y en esta cybercharla nos cuenta sus experiencias de primera mano. Nacido el 8 de enero de 1963, “frente al puerto de Buenos Aires, en Capital Federal”, su nombre es más que familiar entre los lectores de D’artagnan, Nippur Magnum y El Tony, pero también entre quienes interesados en la historieta popular de fines del siglo XX, encuentran en las entrevistas y notas que ha publicado aquí y allá jugosísima data muy poco o incorrectamente difundida. Fundador del Estudio Drakkar II junto a su colega y amigo Rubén Meriggi, el amable señor Walter nos regaló parte de su tiempo y sus recuerdos, desenterrándolos desde sus primeros años. Que los disfruten...

- Cuando era niño me compraban Anteojito y Billiken pues tenían mucho material para la escuela. Recuerdo que en esas revistas había algunas historietas realizadas por Bruno Premiani. En Billiken leía la serie “Marvo Luna”, de Héctor Oesterheld y Solano López. También recuerdo “La batalla de Tobruk”, de Ernie Pike, alguien me la prestó.

- ¿Quiénes fueron sus maestros en el dibujo de historieta y qué es lo más importante que aprendió de cada uno de ellos?

- No estudié formalmente, pero considero a los hermanos Villagrán como a mis maestros. De Enrique admiro la soltura, los movimientos y sus mujeres bellísimas; de Ricardo la figura, la anatomía y el pasado a tinta; de Carlos la disciplina, el método y el dominio de la perspectiva. Eso no significa ni por asomo que yo posea esas cualidades; tampoco que me les parezca. Por supuesto, admiro y estudio a decenas de dibujantes de aquí, del exterior, de diferentes épocas y escuelas. Nunca se deja de aprender.

- Usted es un dibujante íntimamente relacionado con Editorial Columba. ¿Cómo se produjo su llegada a ella?

- Tenía once o doce años cuando bebí agua en un arroyo equivocado. Eso me provocó fiebre tifoidea y acabé internado en el hospital Muñiz. A mi lado había un paciente que por las noches se escapaba a recorrer garitos, jugar a las cartas y apostar por caballos. Él volvía al hospital de madrugada y siempre me encontraba leyendo. Un día lo descubrieron, chequearon su salud y le dieron el alta. Cuando se fue me dijo: “Pibe, debajo del colchón te dejo un regalo”. Cuando revisé encontré decenas de revistas de El Tony, Fantasía, D’artagnan e Intervalo. Así conocí las publicaciones de Editorial Columba. Al principio no me gustaron. Yo era lector de editorial Novaro, las revistas mexicanas que publicaban el material de DC Comics: Batman, Superman, la Liga de la Justicia, todos esos personajes. Las revistas de Columba me parecían recargadas de texto. Lo primero que vi fue “Modesty Blaise” y “Dr. Kildare”, esas historietas con veinte cuadros por página, muy difíciles de leer. Pero hojeando con mayor detenimiento hallé a “Roland el Corsario”, “Argón el Justiciero”, “Nippur de Lagash”, “Dennis Martin” y “Mi novia y Yo”, entre otras.

Desde entonces comencé a coleccionarlas y a prestar atención a los dibujantes. A los trece, busqué los nombres de los autores en la guía telefónica. Hallé algunos pero vivían muy distantes los unos de los otros. Fue así cuando se me ocurrió ir a visitarlos a la editorial. Llevaba pocos meses de iniciado el primer año del secundario cuando una mañana partí hacia el colegio. A mitad de camino decidí faltar y tomé el tren desde San Fernando hacia la Capital. Caminé desde Retiro hacia Callao, recorrí toda la calle Corrientes maravillado con sus cafés, sus cines y librerías. Era mi primera vez solo en el centro. A poco de llegar, una tormenta me empapó todo el uniforme.

Llegué a Editorial Columba, un edificio en la calle Sarmiento, estornudando y chorreando agua. Afortunadamente el portero me dejó pasar. En el segundo piso me recibió la secretaria. Debe haber visto mi desilusión cuando me dijo que los dibujantes no trabajaban allí. Tomó el teléfono, habló brevemente y me envió al quinto piso. Allí un hombre de voz profunda y leve tartamudeo me hizo pasar y me mostró decenas de originales y tapas. Con infinita paciencia me enseñó el proceso de realización, primero los lápices, luego el entintado y finalmente la guía de color. Yo tenía miles de preguntas para hacerle “¿Por qué Roland el Corsario cambió de dibujante?”, ¿Por qué Haupt, el dibujante de 'Big Norman', a veces usaba pluma y otras pincel?”, “¿Cómo se pintaban las tapas?”, eran esa clase de preguntas. En un momento él me interrumpió para preguntarme: “¿Usted dibuja o escribe?”. Yo era apenas un niño pero aun así él no me tuteó. Por supuesto que yo dibujaba pero había galaxias de distancia entre mis dibujos y lo que me estaba mostrando. Así fue que lo negué. “¿Y cómo le va en el colegio? ¿Puedo ver sus carpetas?”, me consultó. Abrí mi mochila, extraje las carpetas y él pudo ver mis carátulas de Geografía, Historia, Lengua y Matemáticas. Estaban ilustradas con guerreros, dragones, naves espaciales y explosiones. Instintivamente yo las había dibujado a lápiz y entintado con plumín. Él me preguntó si conocía a un dibujante llamado Enio y si quería colaborar con la editorial. Por supuesto que lo conocía; había leído “Sam Malone”, uno de sus personajes, y disfrutado de sus adaptaciones de películas. Y colaborar con Columba era un sueño tan imposible que ni siquiera me lo había planteado. “¿Tiene dinero para el colectivo?” me consultó. Asentí y me dio las instrucciones para llegar al estudio de Enio, en Parque Chacabuco. Sus últimas palabras fueron “En cuanto pueda cómprese 'El dibujo de la figura en todo su valor', de Andrew Loomis. Estúdielo, y cada vez que venga aquí, tráigame sus dibujos”. Me llevé una nota con el título del libro y la dirección de Enio. La secretaria que me recibió aquel día en el segundo piso era Ana María Lameiro con quien aún me unen el cariño y la amistad.

El hombre del quinto piso era Antonio Presa, director de Arte de la empresa, formador y guía de muchísimos dibujantes en nuestro país. El dejó una huella indeleble en nuestro medio. Varios años después de aquella visita comencé a trabajar directamente con la editorial dibujando “Rodwin de las Galias”, “Wolf”, “Ciborg”, “Aar”, “Historias del Mañana”, unitarios de ciencia ficción y adaptaciones de libros. Tuve la fortuna de dibujar guiones de Armando Fernández, Ricardo Ferrari, Jorge Morhain, Walter Slavich y Douglas Moore.

- Háblenos por favor de su asociación con Rubén Meriggi, con quien colaboró en varias ocasiones.

- A las pocas semanas de trabajar con Enio quedé libre en el colegio. Alguien descubrió que ya no asistía y se lo contó a mi padre. Fue un momento difícil, perdí ese año y debí comenzar de nuevo. Pero al menos había conseguido trabajo. Empecé en un colegio nocturno. Cuando cursaba segundo año, por cuestiones de azar o de destino, Rubén Meriggi se inscribió, aunque en otra división. También había perdido varios años de estudios a causa del dibujo.

En aquel tiempo él estaba realizando los lápices de “Argón” o “Bull Rockett”, no lo puedo precisar. Tímidamente comenzamos a hablarnos pues nuestros compañeros nos vieron dibujar y nos presentaron. Semanas después, en un recreo, me contó que había tenido un problema con un par de alumnos y habían prometido darle una paliza. A la salida, cuando nos retirábamos, lo esperaban cinco o seis muchachos para cumplir su amenaza. Parecía una escena de “Semilla de Maldad”. Rodeamos a Rubén entre varios compañeros y a mitad de cuadra vimos asomar el colectivo. Corrimos, lo empujé hacia las escalerillas y lo cubrí con mi espalda. Trepados en los pasamanos, los golpes desde atrás nos llovían. Cuando estuvimos a salvo él me agradeció. Yo me bajé del colectivo un par de cuadras más adelante y ya no volví a verlo.

Varios años después me presenté a Columba con nuevas muestras. Había tomado la decisión de dejar de trabajar con Enio pues el género policial no me gustaba, no lo sentía. Hice dos páginas de “Mark” que fueron aprobadas. Presa decidió enviarme al Estudio Nippur IV; llamó a Ricardo Villagrán pero él no podía aceptarme: “Ya tengo el equipo completo”, le dijo. Presa le respondió que la editorial se iba a hacer cargo de mi paga, y en esas condiciones Villagrán aceptó. Nuevamente, por azar o por destino, se me ocurrió mencionarle cuan admirado estaba por el trabajo de Jorge Zaffino. “Hay un chico que está siguiendo su estilo” -me contestó-, “se llama Rubén Meriggi”. Lo primero que pensé fue aquella noche en el colectivo. “Lo conozco” -le respondí-, “fuimos juntos a la escuela”. En ese instante Presa cambió de opinión y el acuerdo con Ricardo Villagrán se deshizo. Ese mismo día me dieron un guión de “Rodwin de las Galias”. Así fue como nació “Drakkar II”, el estudio que fundamos con Rubén Meriggi.

- ¿Cuál de sus historietas es la que más lo ha conformado?

- Probablemente las de Wolf, por lo que significaba el personaje para mí. Pero la que más recuerdo es “El juguete”, no por el dibujo, sino por el guión de Ricardo Ferrari. Me gusta mucho cómo escribe.

- ¿Qué nos puede contar acerca la continuación de Wolf que usted iba a dibujar cuando Meriggi abandonó la serie?

- No sucedió. Las muestras de tinta fueron aprobadas y Presa conservó los originales. Iba por el cuarto o quinto episodio de los lápices de Wolf -si mal no recuerdo “La maldición de Morgana”- cuando todo se derrumbó. Yo me había casado y había sido padre muy joven. En esa época de Wolf mi matrimonio colapsó. Me separé y quedé solo con un bebé de seis meses. Tuve que replantear mis prioridades. Hablé con Presa y le pedí un tiempo para reorganizarme. Me lo concedió y quedaron las puertas abiertas para regresar.

Al año y medio, cuando mi hijo pudo caminar, volví. Aunque esta vez trabajando desde mi casa. Fue un tanto difícil dibujar con un bebé trepando al tablero pero lo pude sobrellevar. ¿Viste la escena de Mafalda donde Guille garabatea toda una pared y le dice a la mamá: “¿No es increíble todo lo que puede tener adentro un lápiz?”. Bueno, igual pero en una primera página de Wolf ya entintada. Para peor no usó lápiz, sino bolígrafo azul. En otra oportunidad, a horas de una entrega, no pude hallar una de las páginas de “Rodwin de las Galias”. Se trataba de una batalla con caballos, soldados y guerreros. Jamás la pude encontrar. Cuando mi hijo ya era adulto me confesó que había decidido colorearla. Apenas comprendió lo que había hecho, decidió hacerla desaparecer (risas).

- ¿Para qué otras editoriales ha trabajado?

- Cielosur Editora, Thalos, Sofovich (Operación JaJa); también trabajé dentro de Ediciones Record, cuando estaba sobre Carlos Pellegrini.

- ¿Cómo vivió la caída de Columba y qué conoce acerca de los motivos que la precipitaron?

- La viví desde afuera pero veía que número tras número el contenido empeoraba. Tengo tantos interrogantes como tienen sus lectores. En principio, las bajas en las ventas. Luego, por razones que desconozco, Ramón Columba (h), vendió sus acciones de la empresa a Claudio Columba, su primo. Claudio dejó la dirección de las revistas en manos de personal que no estaba capacitado para hacer el trabajo. Los resultados de esos cambios fueron fatales. Hace un tiempo realicé un reportaje a Ana María Lameiro, la secretaría de los mejores tiempos de la editorial, que arrojó un poco de luz acerca del cierre. Esa nota tuvo miles de lecturas, el interés por la caída de la editorial sigue vigente.

- Usted tiene un trabajo muy importante como difusor de la historieta nacional. ¿Cuándo y por qué decidió iniciarlo?

- Me parecía que algunos autores muy valiosos ya no eran considerados en los medios especializados. El conocimiento es atemporal, va más allá de las modas. Así que comencé en mi blog y continué en distintas publicaciones. En la revista Magma escribí una serie titulada “Historias de Gigantes”, con notas acerca de José Luis Salinas, Alberto Salinas (con una entrevista a sus hijos), Juan Zanotto y Jorge Zaffino. La idea era continuar con Domingo Mandrafina, Ernesto García Seijas y Carlos Vogt, entre otros, pero la revista cerró prematuramente. En DC Comics Argentina publiqué la primera entrevista que concedió José Luis García López a nuestro país. En “El Historietista” publique varias entrevistas y notas más. También difundí la primera reunión de artistas y personal convocada por Ramón Columba (h) luego del cierre de la editorial. Cuando subí ese material a mi blog muchísimos lectores me lo agradecieron. Era la primera vez que conocían los rostros de los artistas que admiraban.

- ¿Nos cuenta lo que recuerde acerca de la gestación y ejecución de la mítica revista El Historietista que mencionó hace un ratito?

- Estaba de visita en el estudio de los Villagrán cuando Enrique me presentó a Walter Vázquez, el editor de la revista. El estudio publicaba sus anuncios allí.

Enrique, además de dibujante, era escritor. Había publicado decenas de guiones en Columba y Record. Me acercó un ejemplar de la revista (el número cero) y me pidió una opinión sincera. La revista me gustó pero los textos no. Les faltaba la corrección de estilo. Le respondí que me parecía una pena que semejante esfuerzo fuera diluido por esa ausencia de revisión. Vázquez realizaba una tarea titánica. Entrevistaba, diagramaba, imprimía y distribuía, pero nunca había escrito y se notaba. Con él congeniamos de inmediato y así fue como me ofrecieron ocuparme de los textos. Me hice cargo de la Redacción a partir del primer número. A algunos autores no hacía falta tocarles una coma: Fernando Ariel García, César Da Col, Danilo Guida, Néstor Barrón, Germán Lanzillotta y tampoco a vos, Ariel, por supuesto. A otros costaba entenderlos pero los contenidos que generaban eran fantásticos. La idea era que pudieran ser comprendidos por cualquier lector, no por especialistas en historietas. Lo que buscaba era claridad en los textos. Yo estaba muy conmovido por la muerte temprana de Jorge Zaffino, fue así que en el número uno escribí “El hombre de la mancha” donde repasaba toda su historia. En el número siguiente escribí “Un pincel cargado de magia”, un extenso reportaje a Ricardo Villagrán y una breve historia del estudio Nippur IV.

La revista mejoraba número tras número pero era insostenible en lo económico. Ya sabíamos que no podríamos continuar. Para el último número reservamos dos reportajes; uno a José Luis García López, que ya estaba listo, y otro a Ramón Columba (h), que ya estaba acordado. No pudo ser. Como te dije, publiqué el reportaje a García López en DC Comics. En cuanto a Ramón Columba, a último momento se arrepintió. Yo le había acercado varios ejemplares de la revista a su departamento en la calle Mansilla. También le anticipé el tenor de las preguntas. No era una entrevista biográfica, eso ya existía. Se trataba del por qué de la caída de la editorial. Pocos días después llamó a mi casa y se excusó. Me confió que la entrevista le ocasionaría problemas familiares.

- ¿Cuáles fueron sus últimos trabajos como dibujante?

- El último trabajo en Columba fue la adaptación de un libro de ciencia ficción. Una miniserie de tres capítulos de la que no recuerdo el título. Salió varios meses después de mi partida. Digo partida pues me fui. Aún cuando la editorial subía habitualmente el precio por página, la inflación era más rápida que los aumentos. Llegué a dibujar siete historietas -lápices- por mes pero apenas cubría mi presupuesto. Y entintar no me convenía, me llevaba demasiado tiempo. Dibujar esa cantidad de páginas daba resultados perniciosos. El lector espera disfrutar de sus personajes y ese no era el camino. Yo tenía responsabilidades más grandes que las de dibujar y las excusas no se publican. Así que por segunda vez me fui, también en buenos términos. Rubén no podía comprenderlo. Yo le causaba un perjuicio al estudio pero no tenía remedio. Sé que luego él pudo recomponerlo.

Muchos años después, poco antes de su fallecimiento, él dejo un mensaje muy cálido en mi muro de Facebook. No era su costumbre, lo usual era hablarnos. Él había sido padre y debió superar noticias inesperadas. Me escribió que lo ponía muy feliz ver que me había superado. Ambos sabíamos que no hablaba de dibujo. Hablaba de aquellos siete años que pasé a solas con mi hijo. Finalmente me había comprendido. Desde aquel día en la escuela, hasta el día de su fallecimiento, fuimos amigos, hermanos. Yo aún no encuentro palabras para despedirlo. Habían pasado diez años de la partida de Columba y no había vuelto a tocar un lápiz. Tenía una historieta de ciencia ficción -afortunadamente inédita- (risas) llamada “Ciborgland”. Sabía que si pretendía volver necesitaba un material distinto.

Enrique Villagrán era agente de dibujantes argentinos en el exterior así que fui a visitarlo. Yo había olvidado el oficio. Me dio ánimos y pasé dos o tres temporadas en el estudio. El primer intento fue enviar unas muestras a una editorial en New Jersey: SQP. Ni siquiera contestaron. Carlos Villagrán decía que nos estábamos apurando; tenía razón. Poco tiempo después, Chuck Dixon, el guionista de Batman y tantos otros títulos, solicitó muestras para una editorial de New York: CrossGen. Enrique envió muestras de más de cincuenta dibujantes. Aprobaron seis. Entre ellas mis muestras. Él las había enviado sin avisarme. Me tocó “Meridian” una serie de ciencia ficción con islas flotantes y barcos voladores. La protagonista era Sephie, una joven bellísima. Me enviaron un portfolio con los protagonistas, los personajes secundarios y la escenografía. Dibujé cuatro o cinco páginas y todo fue aprobado. De nuevo debía cumplir con las fechas de entrega y ya no estaba acostumbrado. Enrique armó un equipo con Miguel Ángel Verón y me dijo que contara con el respaldo del estudio. Todo estaba previsto cuando de pronto CrossGen dejó de contestar los mails y los llamados telefónicos. El silencio duró meses. Luego supe por José Luis García López que CrossGen había quebrado. Así que, respondiendo a tu pregunta, ese fue mi último trabajo.

- ¿Continúa leyendo historietas? Si es así, ¿qué guionistas y dibujantes disfruta?

- Sí, sigo leyendo. Me gustan Robin Wood, Ricardo Ferrari, Manuel Morini, René Gosciny, Alan Moore, Neil Gaiman y Héctor Oesterheld. Entre los dibujantes la lista es infinita: los hermanos Villagrán, Salinas padre e hijo, Zaffino, Mandrafina, Juan Giménez, Alex Toth, Carlos Gómez, Frank Frazetta, Moebius, Neal Adams y García López, entre muchos otros

- ¿Tiene algún proyecto comiquero en carpeta?

- Me gustaría compilar en un solo volumen los reportajes y las notas que publiqué aquí y allá. También, aunque no es un proyecto comiquero, terminar una novela de la cual ya llevo escrita las dos terceras partes.

- Probablemente quiera compartir con nosotros algún recuerdo de sus años columberos: el cierre de esta charla virtual es todo suyo...

- Tengo un gran recuerdo del equipo de fútbol de Columba; más que nada los duelos contra la revista Hum®: nos cansamos de ganarles (risas). Por otro lado, habitualmente cobrábamos en un banco en la avenida Callao, a la vuelta de la editorial. En una oportunidad cambiaron de sucursal y debimos ir a la calle Florida... Sobre la avenida Corrientes caminaba parte de la Historia de la Historieta Argentina: Alberto Salinas, Carlos Vogt, Domingo Mandrafina, Rubén Marchionne, Lito Fernández y muchos otros; estaban casi todos. Parecía un sueño. Robin Wood decía que Columba era su gente; no puedo estar más de acuerdo: Ana María Lameiro, Teresita Murray -histórica secretaria antes de la llegada de Ana María-, María del Carmen Lois, Jorge Vasallo, Antonio Presa, Manuel Pérez, Patricio Merlo, Emiliano y Damián Parmeggiani, Héctor Cugno, Manuel Morini y todos los que trabajaban puertas adentro formaban el espíritu de la editorial. Ellos y todos los que colaboraron con la empresa a lo largo de sus más setenta años de historia.

(*) Redactor especializado en cómics.

Una página de "Meridian", otra de Rodwin de las Galias: dos épocas y el mismo talento como narrador.
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Páginas de "El Juguete", uno de sus laburos más recordados, con guión de Ricardo Ferrari
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Una página de su "Wolf" y un pin-up erótico.
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Afiche promocional de Drakkar II, el estudio de dibujo que fundó junto al gran Rubén Meriggi.
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