
Por Miguel Angel De Renzis, especial para NOVA
El 1° de julio se cumplirán 47 años de la inmortalidad del más grande conductor de masas de América Latina. Juan Domingo Perón se retiró invicto, venciendo en todas las elecciones en las que se presentó. Su última presidencia consagró la lucha de 18 años de la Resistencia Peronista.
Días antes del 1° de julio de 1974 se sabía que la salud de Perón era delicada. Cada vez que brotaba de los rostros la tristeza, todos se miraban y nadie quería ser el portador de la infausta noticia.
Un largo camino parecía llegar a su fin.
Finalmente, llegó el día y la hora señalada. Su tercera esposa, María Estela Martínez, en ese momento Vicepresidenta de la Nación, anunciaba por la cadena de radio y televisión, entre sollozos, el fallecimiento del general Perón.
Era casi el final de una crónica anunciada.
Mi primera reacción fue llamar por teléfono al ex diputado nacional Pascual Preste y en su automóvil nos dirigimos a la residencia de Olivos.
Caso curioso: estaban abiertos los portones de la Avenida. Maipú, cosa que casi nunca ocurre, e ingresamos sin que nadie nos detuviera.
El dolor era tan fuerte que por momentos ese era territorio de nadie. Estacionamos el automóvil dentro de la residencia y avanzamos hacia el chalet.
Afuera estaba el diputado Gallo, el coronel Sosa Molina vestido de uniforme llorando contra un árbol, y el coronel Corrado. Más atrás, algunos miembros de la custodia, y algunos funcionarios de Bienestar Social, entre ellos, Demetrio Vázquez. No seríamos más de quince personas.
Nos decidimos e ingresamos al chalet.
Hacía muy poco la cochería Lázaro Costa lo había colocado en el féretro.
Estaba solo. Todavía sin flores. Sus manos cruzadas con un anillo que resaltaba. Lo cubría una bandera nacional.
Todos llorábamos. Sentí por dentro el grito de la Historia. Ha muerto Perón. ¡Viva Perón, carajo!
Pero no lo dije. Lo contuve.
De pronto, quien me acompañaba no se sintió bien, y salió. Los soldados, con los fusiles bajos, también habían salido. Era un tiempo impensado.
Allí estaba el cuerpo quieto del mayor movilizador de la Historia Argentina.
Quedé solo. Nunca sabré si fueron segundos, minutos, o cuánto tiempo en realidad. Era la Historia. Era el padre de la Patria. Era el más grande de todos los argentinos y ya nada se podía hacer para seguir teniéndolo. Para egoístamente seguir teniéndolo.
Respiré profundo. Moví mi mano izquierda y toqué las suyas. Nacía en mí el propio juramento: defender la eternidad del único argentino capaz de hacer feliz a su pueblo.
No me animaba a salir para que no quedara solo. Nadie entraba. Allí estaba el tres veces Presidente. El hombre que en Vicente López forjó su infancia se hacía inmortal justo en esta ciudad.
Con una tremenda velocidad vino a mí el recuerdo de Gaspar Campos, la fortuna que tuvimos los argentinos habitantes del distrito, que Perón nos hubiera vuelto a elegir.
No sé el tiempo pasado. Cuando vi que ingresaba el coronel Damasco acompañado de dos o tres personas, aproveché para retirarme.
Al salir entraba Isabel acompañada de ministros. Cuando iba en búsqueda del automóvil para regresar nos cruzamos con Amadeo Genta, y luego con Carlos Alberto López, Oliveira, Molina y Barrionuevo, tres funcionarios de la Municipalidad de Vicente López que acompañaban al Intendente.
Cada año, para esta fecha se refleja de manera increíble ese momento y ese tiempo.
Perón ha muerto. NO ES CIERTO. PERON ES INMORTAL.
La seguimos el lunes a las 6, por AM 650 Radio Belgrano.