El Presidente se rajó a mendigar apoyo al Primer Mundo en pleno incendio
Había una vez un político de la era kirchnerista al que le llovió de arriba la candidatura a Presidente en el momento menos esperado, impulsada por una ex jefa de Estado que ahora lo tiene vigilado y de a poco le va cobrando el gran favor. Gesto que ya no vislumbra un futuro benevolente como en un principio, sino todo lo contrario: se convirtió en el tormento del mandatario nacional.
Dicho de otro modo: a menos de un año y medio de Gobierno, el balance de la gestión de Alberto Fernández es paupérrimo. Los números de la pobreza, la inflación, el desempleo y la crisis económica, agravados exponencialmente por el manejo ineficiente de la pandemia, hablan por sí mismos.
A esto se suman los contagios del Covid-19, que no dejan de dispararse a pesar de la batería de medidas restrictivas que rigen en el país, luego de meses de un estricto confinamiento que dejó a las pymes quebradas y las mesas de los hogares vacías, bajo la promesa de vacunas hoy demoradas. Mientras todo esto pasa, los muertos se multiplican.
Sin embargo, el Presidente se da el lujo de subirse a un avión junto a una vasta comitiva, en busca de un apoyo político en el viejo continente que logre levantarle la autoestima, y atemorizado por la proximidad del vencimiento del pago de la deuda con el FMI, organismo con el que busca llegar a un acuerdo “sustentable”.
En ese sentido, aseguró que le pide al Fondo "comprensión" y explicó que este pedido se basa en "la naturaleza de ese acuerdo, que fue nocivo para la Argentina, pero también comprensión por el tiempo que vive el mundo, que es la pandemia".
Y fue más allá con su osadía, que por atrevida no deja de ser tercermundista: dijo que busca cambiar "algunas reglas del sistema financiero internacional", particularmente a "la sobretasa que el FMI impone a los países que han superado la cuota de endeudamiento".
Al iniciar su ronda de reuniones por Europa, que incluyen una visita al Papa Francisco - ¿le rogará un milagro?-, Fernández agradeció este lunes desde Lisboa al primer ministro de Portugal, António Costa, por "acompañar a la Argentina", dado que el país está "necesitando comprensión de Europa y el mundo en un momento que ya era difícil" al asumir el Gobierno "y aún más en la pandemia". Otra vez, golpe bajo a las administraciones pasadas y poco foco en buscar herramientas para solucionar un presente que no logra pilotear.
En su discurso junto a Costa, se animó a realizar comparaciones insólitas, como decir que “Portugal y Argentina son dos pueblos hermanos. Portugal es también una puerta de entrada de América Latina a Europa, y en lo personal, creo que tenemos que aprovechar la oportunidad de que tiene un gobierno muy afín a nuestro pensamiento. Esta buena sintonía tenemos que aprovecharla en favor de nuestros pueblos”.
Asimismo, el mandatario nacional habló de la apertura del mercado vitivinícola, para que “el mundo disfrute de los buenos vinos argentinos y portugueses, y ver cómo impulsamos el turismo entre ambos países”.
Después de escuchar esto, cabe preguntarse: ¿qué película está viendo Alberto Fernández? ¿Habla de afianzar lazos turísticos cuando las compañías argentinas de ese sector siguen intentando frenar su sangrado para no extinguirse? ¿Pone a la comercialización de la bebida nacional entre las prioridades de su agenda internacional?
Ojalá que al momento del retorno, esta “gira” haya servido para algo, y no solo se traduzca en millones desperdiciados en grandes hoteles y placeres gastronómicos con sello del Primer Mundo. Los mismos que le criticaban a Mauricio Macri cuando se tomaba el palo.