La “segunda ola” de la que se agarra el Gobierno nacional para justificar el aumento de casos de coronavirus, producto del mal manejo de la pandemia desde su inicio en Argentina, llega en el momento más crítico de Alberto Fernández en su rol de jefe de Estado.
El creciente debilitamiento político del Presidente que ingresó al poder para salvar a la población de las pestes ocasionadas por el macrismo, tuvo su evidencia más contundente la semana pasada, cuando respondió con un insulto a los ataques de la oposición, que aprovecha el oscuro panorama para juzgarlo por las últimas medidas aplicadas en materia sanitaria.
“Ayer leí a un imbécil que me llamaba dictador. ¿Cuál es la dictadura, cuidar a la gente? Hay 20.000 contagios diarios, no los escribo yo. Otro imbécil decía que los contagios son una solución política", disparó el jefe de Estado durante una entrevista, en una postura totalmente fuera de eje. Ante la duda de a quién se refería, sostuvo que "son un montón de dirigentes lo que lo dicen”.
La inquietud del mandatario nacional tiene varios orígenes, aunque el último tiene que ver con la lluvia de críticas recibidas por la falta de criterio a la hora de luchar contra la evolución de la pandemia. El estricto confinamiento implementado en 2020, que prometía ser una medida paliativa de los contagios, funcionó solo a corto plazo, y nada más que para resguardar el sistema de salud, pero tuvo consecuencias socioeconómicas tan letales como el Covid. De hecho, hizo explotar por los aires a la matriz económica, provocando exorbitantes niveles de desempleo y un crecimiento exponencial de la pobreza.
Ante ese escenario, invadido por un profundo malestar social, esta vez el Presidente no tuvo el coraje de volver a fuertes medidas restrictivas, y recurrió a la tibia resolución de disminuir la circulación nocturna, como si durante el día el virus durmiera la siesta, como dijo una científica. El coronavirus no solo no descansa, sino que prolifera en toda aglomeración en la que no se respete el protocolo básico de la distancia social, ya sea de día o de noche.
Lo que ocurre es que volver a trazar un esquema de cuarentena total, implicaría un costo político irreversible para oficialismo, que este año se verá la cara con la oposición en las urnas. Y a pesar de que el Presidente insiste en que las elecciones no le quitan el sueño, es clara su responsabilidad de mantener en la cúpula del poder a la figura que lo puso en ese lugar: Cristina Fernández de Kirchner, quien tras utilizarlo para volver a escalar y desplazar a Mauricio Macri, lo atormenta quitándole a sus ministros y ninguneándolo en cada oportunidad en la que se adueña de un micrófono.
"Cuando la historia se escriba, quiero que me pongan del lado de los que cuidaron la vida de los argentinos. Si tengo que perder una elección por eso, la pierdo. Pero me voy a dormir en paz", declaró Alberto Fernández, en un intento de echar por tierra toda especulación política. Al menos, tiene un buen lugar donde conciliar el sueño, mientras millones de argentinos sufren la falta de acceso a la vivienda, porque no pueden alquilar -en un mercado inmobiliario cada vez más resentido-, y menos aún, comprar un techo digno.