Literarias
Cuento breve

Amores prescindentes, abstenerse

Con un día maravilloso sin demasiado frío, pero bajo una lluvia firme, dejaba a su perro Valen con su adiestrador. (Dibujos: NOVA)

Por Mariela Battistessa, especial para NOVA

Muchas personas como Lucía, pasan una gran parte de sus vidas esperando encontrar un amor ideal, ese amor correcto y comprometido: Gran equivocación.

Ella continuaba soñando cada día con encontrar a su príncipe azul. Fantaseaba con ese momento romántico e idealizado, en el que se tropezaría casualmente con ese ser que complementaría su vida y le daría sentido.

Pero en medio de tanta búsqueda, pudo darse cuenta de que ese amor que ella esperaba recibir no era otro que el que se podía dar a sí misma y que no necesitaba de nadie para llenar de sentido su vida.

-Yo lo intento. Nunca dejo de intentarlo. Y, por supuesto, he salido con varios chicos. Acepto encantada todas las citas que me surgen. Pero en el fondo, no puedo evitar que alguien repare en mi carácter alegre y mi bondad. Tengo que cambiar mi forma de ver las cosas, pensaba.

A veces, de tanto buscar, sentía que el universo no era justo con ella cuando la relacionaba con quien no la valoraba o cuando la persona que tenía en frente definitivamente no se merecía su amor.

Pero había cambiado. Y ahora tenía una certeza: “Ya no más prescindentes, de esos tipos que te prometen el cielo a puras palabras, pero que no salen de su egoísmo o caparazón y ni siquiera cumplen con el “mañana te llamo”.

Son los que encajan perfectamente en el genial arquetipo de Sandra Russo cuando afirma: “(…) que son hombres que creen estar enfundados, pero se han puesto el forro en el lugar equivocado: lo llevan en las emociones más profundas.”

Lucía entendió que la mejor inversión que podemos hacer es amarnos a nosotros mismos y prescindir de esos ejemplares aprovechadores.

Comprendió que se había equivocado y dejó de buscar. La vida la sorprendería.

Con un día maravilloso sin demasiado frío, pero bajo una lluvia firme, dejaba a su perro Valen con su adiestrador.

Ella no podía disimular su tristeza después de tan profundas reflexiones, pero lo vio a él, quién recibe a su perro cubierto de barro y sus gestos le provocan risas. Recordó un viejo proverbio: “el que te hace reír sabiendo que estás a punto de llorar se merece el doble de tus sonrisas”.

Jorge, el adiestrador canino, continuaba mirándola con ojos entrecerrados, pero sonrientes. Tenía los ojos preciosos, verdes y dorados, como el pasto recién cortado bajo el sol. ¿Estaría Lucía frente al amor de su vida? ¿O será que solo los locos se enamoran?

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