
La llegada de la pandemia al mundo es digna de una película de ciencia ficción. Hasta hace poco, una situación imaginable solo en relatos literarios o cinematográficos.
Esta realidad increíble tuvo un correlato aún más espeluznante en Argentina, especialmente en Olivos, el pasado 30 de diciembre, cuando el presidente Alberto Fernández decidió reunir a los principales referentes del Frente de Todos, el espacio que en plena campaña electoral prometía la gloria y hasta ahora solo entregó decepciones.
El objetivo del encuentro, que contó con la presencia del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa (con el pecho inflado por los “triunfos” legislativos); el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y el diputado Máximo Kirchner, entre otros, fue realizar un “brindis de fin de año” por los logros alcanzados por el Gobierno. Lo llamativo del caso fue la participación de 62 legisladores, quienes precisamente fueron los que pusieron el voto positivo para la consumación de dos polémicos proyectos de ley que luego del ejercicio de una fuerte presión por parte del Poder Ejecutivo, fueron aprobados en el Senado.
El discurso hacia afuera pretendió subestimar a la opinión pública, camuflando una celebración meramente legislativa, de tinte político -mediante la cual el Gobierno asumió erróneamente que levantó su imagen- con un simple “brindis” de cierre del catastrófico 2020.
Sea cual sea el lente desde donde se lo mire, el escenario es contundente: la gestión del señor mandatario finalizó un año que solo dejó ruinas en el camino. Luego de casi 9 meses de cuarentena, los casos de coronavirus siguen en alarmante aumento; la inflación superó el 35 por ciento anual, la pobreza creció 4 puntos en relación a 2019 (pasando la barrera del 44 por ciento), la educación sufrió un fuerte retroceso, y la economía quedó quebrada.
Sin embargo, Alberto Fernández se dio el lujo de levantar la copa para festejar la legalización del aborto (en un país con un sistema de salud colapsado, imposible de absorber una demanda de este calibre, más allá de que suprimió el derecho humano del niño por nacer) y el cambio en el esquema de movilidad jubilatoria.
En el primer caso, el objetivo fue plantar en la agenda el único tema que podía ayudarlo a traccionar futuros votos hacia su molino, en un clima social con amplio rechazo hacia el Gobierno. El sector de los pañuelos verdes era carne de cañón, y ya se lo metió en el bolsillo. En el segundo caso, CFK logró manejar los hilos hasta echar por tierra el modelo jubilatorio establecido durante el macrismo, para volver al diagrama k que les impedirá a los abuelos actualizar sus haberes en paridad con la inflación. Lo que implica un nuevo cachetazo para uno de los sectores más vulnerables, a quienes dicen defender.
El mismo presidente que celebró con champagne la hipocrecía de las mentirosas “mieles” de un Gobierno fallido, en un encuentro presencial que superó las 70 personas, es el que hoy arremete y culpa a la sociedad por el aumento de contagios del Covid-19, diciendo que “no podemos jugar con fuego porque el virus está circulando”. Eso sí, en “ciertos” casos, reunirse “en Massa” está permitido.