El columnista invitado
Miradas

Lo que pudimos ser y lo que somos

Juan Manuel Martínez, emprendedor y escritor.

Por Juan Manuel Martínez, emprendedor y escritor

Esta semana se hizo público uno de esos datos que suelen ser demoledores. Según la UNESCO, Argentina registró el peor desempeño de su historia en una evaluación internacional, ubicándose por debajo del promedio de los países del continente en matemáticas, lengua y ciencias naturales. Esto marca un evidente retroceso en materia de educación, dado que los resultados son peores que los obtenidos en 2013 y peores aún que los de 2006, año en el que se realizó la primera edición de la prueba. El resultado no hace más que exponer el fracaso sistemático de una generación entera de dirigentes que no han sabido (o no han querido) torcer el rumbo, entre otras cosas, porque hicieron de la pobreza y la ignorancia un mecanismo fenomenal para generar dependencia y juntar votos.

A esta involución académica, podemos sumar otras aristas que hacen a la cuestión. Por un lado, según cifras de UNICEF, 6 de cada 10 chicos menores de 18 años en nuestro país viven en situación de pobreza. Este dato es por demás relevante, pues alguien que no puede comer, no puede pensar y mucho menos estudiar. Esto explica, tal vez, los alarmantes niveles de deserción escolar de los últimos años. Pero esto no es todo. Por otro lado, y casi al unísono, aumenta también la cantidad de jóvenes que desean abandonar el país en busca de un futuro mejor según los datos arrojados por Migraciones durante el último año. Los dos extremos son por demás desalentadores.

Economía y educación en cualquier país más o menos ordenado van de la mano. Al menos, deberían. Y es que no hay horizonte posible sin estabilidad y sin certezas económicas, como tampoco lo hay sin políticas sostenidas a largo plazo en materia de educación. Usted seguramente piense (y comparta) que somos un país potencialmente fuerte y potencialmente rico. Potencialmente. Porque por algún motivo, ahí nos quedamos. Y este mismo problema que delata la falta de planificación, la falta de estrategias y la falta de coherencia, es un denominador común en los distintos sectores que integran el Estado. Y es que Argentina parece tener una obsesión. Como hay que tratar las urgencias, no hay tiempo para pensar a largo plazo. Cuando en mi opinión la premisa funciona a la inversa: tenemos urgencias, porque nunca pensamos a largo plazo.

El mundo está cambiando y Argentina parece estar cada vez más lejos, discutiendo temas que otros países resolvieron hace años y planteando escenarios que a esta altura de los acontecimientos parecen ser anacrónicas. El desafío es enorme, porque lo que hay por delante es extremadamente complejo, entre generaciones que no comen y otras que se quieren ir. Los años siguientes serán decisivos para pensar cómo vamos a resolver cada una de las urgencias, pero también cómo vamos a proyectar en función de las nuevas demandas. En este sentido, la responsabilidad y el compromiso de la sociedad para exigir mejores resultados a quienes toman decisiones será determinante. Modernizar cualitativamente la currícula, apostar por la ciencia y la tecnología, invertir en el conocimiento asociado a la producción y buscar consensos más allá de la coyuntura parecen ser la punta de lanza. En otras palabras, llegó el momento de trabajar para pensar más allá de las elecciones que ocurren cada dos años.

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