Aya Markay Killa: "Sumo en el cielo tu risa, cenizas de un viaje que vuelve a empezar"

Por Facundo Amuchástegui, licenciado en Trabajo Social
Año tras año a finales de octubre y principios de noviembre en México se ven llegar millones de mariposas monarca (Quetzal Papalotl) en busca de su santuario ancestral, los "bosques de oyamel" en Michoacán.
Llegan después de un agotador viaje de 5000 km desde el norte de Canadá donde nacieron, hasta el sur de México donde pasarán el invierno para luego, al volver la primavera, reproducirse y emprender el camino de regreso al norte.
Ninguna de ellas ha hecho este viaje antes, ninguna conocía el camino por experiencia propia, ninguna de ellas conseguirá llegar de regreso a su lugar de origen en el norte de Canadá.
Habitualmente estas mariposas viven un mes, pero al comenzar el otoño algo se activa en su genética y esa generación recibe de su memoria ancestral el don de la longevidad y la orientación, esa generación vivirá nueve veces más que las anteriores y sabrá por instinto su lugar de destino atravesando el continente hacia el sur.
Ese conocimiento logra vencer a la muerte apareciendo intacto cuatro generaciones más tarde. Este prodigio de su naturaleza les dio un lugar fundamental en la cosmovisión de los pueblos originarios como símbolo de comunicación entre los mundos de los vivos y los muertos, señalando a los antepasados como fuente de orientación e inspiración.
En América del sur, en los Andes, la cruz del sur, la chacana, es el lugar en el cielo donde habitan los antepasados, desde allí se comunican con nuestras almas en la tierra, desde allí nos guían, nos inspiran, nos aconseja, nos acompañan a lo largo del año manteniendo el diálogo desde las estrellas.
Pero en noviembre la cruz del sur no es visible en la noche, en noviembre los ancestros no están en el cielo, entonces se asume que están entre nosotros.
En noviembre sus almas dejan su lugar de plenitud total en el "hanan pacha" (mundo de arriba) y vienen de visita a reencontrarse con sus seres queridos.
Vienen a recordarnos que la vida es simple, que la vida es siempre, que la vida es bella. Vienen especialmente interesados en vernos felices, vienen a saber si los recordamos con alegría.
Vienen a disfrutar por un momento de lo que a ellos les falta, vienen a celebrar la sensorialidad, a extasiarse en los colores de la vida, en los sabores añorados, en la música que les acompañó en su paso por la tierra, vienen a descubrirse en las miradas, los abrazos.
Vienen a mostrarnos que nacer y morir son solo dos puertas, pero la vida. ¡La vida es siempre! Vienen a recordarnos que el amor es eterno. Este es un noviembre muy especial, muchos de nuestros seres queridos atravesaron ese portal de la muerte hacia el hanan pacha sin la posibilidad de abrazar a sus familiares y amigos, sin poder despedirse y despedirles como hubiéramos querido.
El alma milenaria de América originaria nos ofrece su magia, nos permite el reencuentro, nos da la oportunidad de saberlos presentes y dialogar con ellos.
Y la magia se asume, démonos permiso de abrazar con el alma las estrellas, de sentirlas vivas, de saberlas dentro porque todos los encuentros son sagrados, todos los encuentros son eternos, porque todos los encuentros son la vida, porque estamos entrampados en un regazo infinito y los encuentros fecundan la eternidad.
Recordamos con amor y alegría al curaca Hugo Acevedo. Jallalla Malkikuna Sonkoymanta Napaikullayki. Recordamos con amor y alegría al curaca Hugo Acevedo.