
Por Sergio Ferrer Acevedo (*), especial para NOVA
Desde los encontrados mundos, la distancia recogida, la vuelta en la mirada, hay un desinteresado intento de renovación. Una búsqueda taciturna por los rincones, que más que rincones son vórtices donde se vuelca la sencilla presencia del viento.
La búsqueda del aire es imperceptible antes los estados voluptuosos que nos atropellan, y al mismo tiempo la conciencia trastabilla. Tal vez los desencontrados mundos no sean otra cosa que volverse a reinventar, volverse reconsiderar mundos ya que el atolladero es tal que no se cabe en el retorcijón de revueltas, entre armonías y el caos, entre el equilibrio y la locura.
Cada mañana cuando el amanecer despierta y el fresco rocío decide elevase, el viento vestido de brisa va a su paso recorriendo por los ríos, senderos entre los cerros, los caminos entre los pueblos, las esquinas entre los valles. De alguna manera ese rehacer incansable es como un respirar, o como un espirar de los territorios, lugares en que habitamos. El viento eleva nuestros aires frescos por medio de columnas cálidas, removiendo así el entorno, devolviendo a la sencillez de su medio.
Sosegada sensación es la que causa la conciencia de la respiración, es como poner la mirada en otro mundo. Como salirse de un universo y entrar a otro, donde los tamaños siempre permanecen estáticos y los abismos inalcanzables. Pues, cabe decir que el horizonte también causa esa sensación, porque en la predisposición de alcanzarlo se desvanece, o se traslada a otra distancia. Entonces aquel lugar al que hemos llegado ya no es el mismo, ya no somos los mismos, los que cuestionábamos ese horizonte.
Si hablamos de sensaciones, la conciencia de la respiración tiene una distancia muy particular. Nos sitúa en el cuerpo, que es un universo más pequeño o dicho de otro modo, más grande de lo que nos podemos imaginar. Bueno, todo nuestro alrededor, entra en otro plano, en otra instancia. Ahora en esa consciencia de respiración nos devuelve al medio de nuestro ser, nuestro centro. Por eso cuando hablamos de remedio es un volver al medio, o volver a la sanción consciente, recuperar la meditación.
Me atrevo a decir que la meditación sería o es una sanación de nuestro medio. Un proceso de limpieza consciente del lugar donde estamos, de esa comunidad de células que somos. Una manera de reiniciar la búsqueda más hacia adentro. Aquí el silencio nos habita, nos interpela, sujetando la infinidad sin sustancia. No me refiero a lo abstracto como lo opuesto a una cosa, ya que no existe la necesidad de tocar algo, sino que es el límite quien pierde sentido. La singularidad se establece como un desfasaje entre el sentido y, la vibración misma de lo ambiguo. No hay un parámetro de referencia donde la memoria pueda decir algo al respecto, es meditación y punto.
La limpieza no es más que un poner en movimiento, elevar la energía, alivianar las cargas. El sahúmo posee la particularidad de elevarse, nace en el calor de los yuyos medicinales. Yuyos como el romero, la lavanda, la mirra, el palo santo, laurel, eucalipto, entre otros. El sahumado viene desde los ancestros, no solo como herramienta de limpieza, sino también como portador de las ceremonias.
Desde ese lugar, los sahumos nos vuelven al medio, nos devuelve la consciencia de la elevación de las energías estancas, energías de que necesitan ser tenidas en cuenta. En las ceremonias, los sahúmos permiten abrir puerta como llaves que dan acceso a la conexión, como llaves que permiten reorientarnos en los ciclos de la vida misma.
Los senderos están escritos en algún lugar como códigos a ser descifrados. El acceder a ellos requiere un grado de consciencia en sintonía con un nivel de vibración, sin embargo poder responder con responsabilidad es ese medio por el cual nos manifestamos.
La práctica del sahumo hace las veces vórtice que recicla, recupera y limpia. Es como poner en meditación el lugar que habitamos, hacer consciente su estado. El lugar respira hacia adentro, su adentro en rincones arrinconados, en poluciones del tiempo.
El lugar estornuda, expectora, como un gesto de desahogo. Sus ojos recuperan el brillo, lo saludable reconsidera su posición y el aire se hace liviano y algo más significativo. Permitiendo detenerse en un nuevo sentido que nos direcciona en ese buen vivir simple y creativo.
(*) Curaca-Docente.