Editorial
Crisis de confianza

El precio de la soberbia: knock out electoral y papelón mundial

El pueblo se expresó sin anestesia en las urnas. (Dibujo: NOVA)

"Algo no habremos hecho bien para que la gente no nos acompañe", reconoció Alberto Fernández tras la brutal derrota de este domingo en las urnas, que dejó a los referentes del oficialismo perplejos y, por primera vez, sin capacidad de oratoria.

Tuvo que pasar más de un año y medio para que el Gobierno que hacía alarde de su accionar se diera cuenta de que esa burbuja ficticia que creó para negar la realidad que golpea cada vez más duramente a los argentinos tenía fecha de vencimiento.

El discurso tercermundista y populista basado en los supuestos “beneficios” de los planes sociales y programas efímeros para subsanar la crisis no podía tener larga duración en un país quebrado. Jamás tuvieron el sentido común y la humildad para admitir que la clave del progreso de toda nación es el trabajo, excepto cuando iniciaron la campaña, momento en el que supieron apelar a la disconformidad de una clase media que no encuentra consuelo, prometiéndole transformar en empleo esa guita depositada en cuentas de personas que no laburan.

Todas medidas que encuadran en la ideología del “no esfuerzo” que enalteció el jefe de Estado tiempo atrás, cuando afirmaba que “el mérito sirve si a todos les damos igualdad de condiciones”, opacándole a los jóvenes la convicción de que con ímpetu, sudor, constancia y perseverancia, se puede crecer y tener una vida digna. Tal vez -seguro, mejor dicho-, por ese motivo tantos de ellos eligen emigrar en una búsqueda de oportunidades que este hermoso pero arruinado país no les podrá dar.

Vacunatorio VIP, fiesta en Olivos en pleno confinamiento, segundas dosis que no llegan, pobreza, inflación, inseguridad galopante, economía en crisis, desaparición sistemática de pymes, pérdida de empleo, aulas cerradas, salarios que no alcanzan. Si no lo vieron venir, fue por puro cinismo.

Este domingo electoral, el pueblo le mandó un mensaje concreto al Presidente y su “equipazo” dedicado a defenestrar al que se atreva a no pensar como ellos. Empezando por “La Jefa”, que en un acto inédito en la historia del kirchnerismo, se quedó sin palabras, envuelta en un silencio que se apoderó de su cuerpo y de su alma en el búnker de la derrota, donde ciudadanos de todo el territorio nacional podían leer en su postura y su mirada la mezcla de impotencia, rabia y decepción ante semejante paliza.

¿Harán ahora un mea culpa, o la soberbia seguirá siendo más fuerte que las necesidades del pueblo? Un pueblo que hace rato reclama terminar con el “fifty y fifty” al que aludió el cuestionado precandidato porteño Javier Milei en su apasionado discurso post electoral, haciendo referencia al cincuenta por ciento de pobreza y el cincuenta por ciento de inflación que mantienen al país hundido en un lodo tan espeso como nauseabundo.

Cuando Joe Biden asumió la presidencia de Estados Unidos, lo primero que presentó fue un plan económico. Algo elemental no solo para una primera potencia, sino para cualquier país del mundo que al menos aspire a dignificar a su gente. Increíblemente, este Gobierno nunca implementó uno. Ni bueno, ni malo. Casi dos años en el poder, lanzando programas estériles apuntados a hogares donde los niños día a día solo ven a sus padres retirando dinero de cajeros automáticos, imposibilitados de aprender desde pequeños de qué se trata la cultura del trabajo. ¿Qué posibilidades existen para ellos? ¿Qué futuro se puede construir lejos de la valoración del esfuerzo?

El Frente de Todos acaba de enterrar su propia gestión, y así quedó demostrado al perder bochornosamente no solo en la provincia de Buenos Aires (su histórico caballito de batalla), sino también en otras 16 que le quitaron apoyo.

Ahora, solo le resta utilizar al menos por una vez la ambición política para escuchar el grito de la mayoría de los argentinos, que este domingo electoral, dijeron BASTA.

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