Sepultado quedó aquel modelo de país que una parte del resto del mundo elegía para buscar una oportunidad de supervivencia y crecimiento durante los siglos XIX y XX, lejos de los conflictos geopolíticos, la pobreza y la falta de trabajo que se vivía en Europa. Un fenómeno histórico en el que Argentina tuvo un rol particular por su capacidad receptora de almas sin rumbo, ofreciendo un panorama de estabilidad política y económica.
Los inmigrantes llegaban masivamente, motivados por varios factores: la aspiración de mejorar experiencias profesionales o laborales, la búsqueda de ahorros para sacar a flote al grupo familiar en el lugar de origen o el malestar por una marginalidad social o política.
En la actualidad, nada queda de aquella tierra prometedora. En contraste, la clase dirigente que nos viene gobernando ha hecho todo lo posible para que nuestro país se convierta en un foco infeccioso que no les preocupa sanar, contaminado con la debacle económica, la corrupción, la impunidad, la injusticia, la inseguridad, la falta de oportunidades y, lo peor de todo, la perspectiva de “no progreso” bajo un horizonte que no da chances de tener una vida digna.
Tal es el mapa, por ejemplo, de la clase media, la más afectada por la crisis, la que nunca recibió asistencia por parte del Estado y la que tampoco se enriqueció ilícitamente. La que trabaja, aunque su sacrificio no dé frutos. Un sector que se ha achicado, ya que en parte ha pasado a integrar el 50 por ciento de pobres que hoy existe en el territorio nacional.
Los hijos de esos laburantes han visto el sufrimiento de sus padres y tomaron la triste decisión de abandonar el país, con la esperanza de no repetir la historia y construir su futuro en aquellas tierras donde el mérito sea recompensado.
El 71 por ciento de los jóvenes entre 16 y 25 años de edad afirma que se marcharía de la Argentina si tuviera los recursos necesarios, según una encuesta de la consultora Innovación, Política y Desarrollo (IPD), comentada recientemente en televisión. Ese porcentaje se reduce al 66 por ciento entre las personas que tienen entre 26 y 35 años, y al 58 por ciento entre quienes tienen entre 36 y 45 años.
Uruguay, España, Italia, Estados Unidos, Canadá y Australia son los destinos que los argentinos elegirían para emigrar, si tuvieran la oportunidad de hacerlo.
El 28 de septiembre último, durante el acto de inauguración del Hospital Néstor Kirchner en Escobar, el presidente Alberto Fernández les gritaba a los jóvenes: “¡No se vayan, hay un país que construir!”. ¿Qué película estará viendo el mandatario?
La dificultad para conseguir un empleo, la falta de reconocimiento al esfuerzo, la impresionante presión impositiva, la burocracia para abrir una empresa, la incertidumbre económica, la inflación galopante, la falta de acceso a un techo propio, los salarios paupérrimos, la imposibilidad de salir del hogar y alquilar una vivienda debido a los altísimos costos que eso implica, producen un terreno pantanoso del cual la mayoría busca escapar para evitar lo inevitable: hundirse en el barro de la miseria.
En este contexto, el mensaje del oficialismo es contradictorio: mientras habla de “igualdad de oportunidades”, el accionar del Gobierno promueve medidas totalmente inútiles y demagógicas que solo apuntan a mantener votantes cautivos. Populismo de cuarta. Clientelismo político.
Un relevamiento reciente indica que cien personas por día salen del país en busca de un futuro. "Es casi seguro que un porcentaje de los que se trasladaron por trabajo y estudio lo hayan hecho para instalarse en el nuevo destino y no volver. Es sentido común, dada la situación económica y social por la que atraviesa Argentina", afirmó Lelio Mármora, director del Instituto de Políticas Migratorias y Asilo (IPMA), en declaraciones a los medios.
Mientras tanto, Alberto Fernández mira para otro lado, describe una Argentina ficticia, reparte billetes para agrupar votos a su favor, y expulsa cruelmente a miles de talentos que, en otras circunstancias y en un contexto favorable, edificarían el faro que volvería a poner luz en nuestra tierra devastada por la ambición de poder, la hipocrecía y la mentira.