El escandaloso suceso que sacudió a la escena política y a la opinión pública argentina y del mundo la semana pasada, cuando el (ahora ex) diputado salteño Juan Emilio Ameri no pudo contener su impulso sexual hacia su novia, Celeste Burgos, en medio de una sesión virtual, fue el corolario perfecto para ilustrar el explícito rechazo del presidente Alberto Fernández hacia la “meritocracia”.
El ejemplo vino como anillo al dedo, por si las declaraciones del presidente no habían sido claras, cuando se animó a pronunciar que “el más inteligente de los pobres tiene menos oportunidades que el más tonto de los ricos”. Y para muestra basta un botón: Ameri embolsaba poco menos de 300 mil pesos mensuales (entre salario y extras) por ocupar una banca en Diputados, el espacio normativo donde debe delinearse el sendero del crecimiento de un país.
Pero resulta que este señor, amante del exhibicionismo perverso que implica pisotear las instituciones y despreciar las esperanzas de una sociedad profundamente lastimada en beneficio propio, apeló a la burla pública como recurso para mostrar el costado más bajo de la dirigencia política que nos gobierna.
La pregunta inevitable es, ¿cómo llega a ocupar una banca una persona sin preparación, con múltiples denuncias de acoso y desprecio por el bien común? ¿Cuál es el examen que hay que rendir en Argentina para tener el poder del voto de leyes que marcarán el rumbo de nuestro futuro? Tal como evidenció la periodista Débora Plager al entrevistar a Ameri, el ex legislador no tenía idea del contenido de la iniciativa que estaba votando, y al ser consultado sobre el tema, no tuvo más remedio que cortar la llamada telefónica al aire. Una vergüenza.
Las sesiones virtuales a las que nos ha conducido la pandemia sirvieron para desnudar algo que si bien conocíamos, muchas veces quedaba oculto. Que la miseria y la indiferencia están instaladas, más que nunca, en el poder. Que mientras la mayor parte de la población hace malabares para llevar un plato de comida a su mesa, un diputado se duerme en el sillón, otro se desviste en cámara, otro pone una gigantografía con su rostro para hacer creer que está presente y otro entra “en celo” en pleno debate.
Que esto sirva, al menos, para aprender que debemos seguir afianzando desde los hogares valores como la importancia de la educación y el respeto, con la esperanza de que cuando nuestros hijos crezcan, ya no estén pensando en huir de la Argentina para tener una vida mejor.