
La noticia más resonante del entorno político durante los últimos días ha sido el diagnóstico positivo de COVID-19 del intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, y luego el de la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, porque impactó de lleno en la dirigencia, que tuvo que modificar su agenda a los efectos de detectar posibles nuevos contagios.
Los hisopados comenzaron a correr como reguero de pólvora en la cúpula del poder, luego de que varios dirigentes y funcionarios comenzaran a sacar cuentas de las personas con las que se habían reunido, en muchos casos sin respetar los mínimos protocolos sanitarios que ellos mismos predican.
Mientras la preocupación del presidente y su equipo se focaliza en ese tema, y en analizar cómo prevenir un colapso del sistema de salud si aumenta la demanda de internaciones por coronavirus, millones de argentinos sufren otros trastornos en la soledad más absoluta. Y es en ese aspecto -entre otros- donde el Gobierno está haciendo agua.
El aumento del desempleo, producto de una cuarentena cuya fecha de finalización es una incógnita, ha provocado que todas aquellas personas de sectores “no esenciales”, como el textil, gastronómico, turístico, peluquerías, clubes, jardines maternales, entre muchos otros, se encuentren acorraladas en una realidad que no les ofrece salida para poder solventarse y sobrevivir a esta crisis.
A más de 90 días de iniciado el aislamiento obligatorio, esta dramática situación viene provocando serios trastornos en la psiquis de aquellos que no logran sobreponerse a la pérdida de empleo y no encuentran horizontes en un contexto profundamente recesivo, que los obliga a permanecer en sus casas, atrapados en la trampa de cuarentena eterna que los aleja de toda posibilidad de recibir contención de seres queridos o profesionales.
Trastornos de ansiedad, ataques de pánico, insomnio, irritabilidad, temor, depresión, angustia, decaimiento, agotamiento, abandono y tristeza son algunas de las afecciones que están comenzando a multiplicarse de manera silenciosa. En algunos casos, varios de estos síntomas se combinan, generando una curva fatal que probablemente deje graves secuelas si no se tratan a tiempo. Y en los adultos mayores, pueden convertirse en un desencadenante mortal.
En cuanto a las familias de varios integrantes, a esto se suma el estrés de mantener un orden cotidiano dentro del hogar en un marco hasta ahora desconocido: padres obligados a asumir el rol de docentes, asistiendo a niños que lógicamente requieren apoyo para las tareas escolares porque van perdiendo la concentración con el paso de las semanas, lo cual genera una dinámica cotidiana complicada entre padres e hijos. Esto se agrava si conviven en espacios reducidos las 24 horas sin tener una actividad propia que mantenga sus mentes ocupadas. Un día a día que padecen tanto niños como adolescentes y adultos, de manera más acentuada en todo hogar que carece de ingresos.
Especialistas intentan alertar al Gobierno sobre esta problemática de la inminente “debacle de la salud mental”, que requiere tratamiento urgente por parte del Estado a través de campañas y acciones que impulsen la asistencia psicológica a la población, antes de que se convierta en una segunda pandemia (en este caso, invisible). Pero sigue haciendo oídos sordos, manteniendo el dedo índice en alto y los ojos vendados.