
Por Eduardo Sanguinetti (*), especial para NOVA
Descubrir que nuestras instituciones, nuestra vida cotidiana, nuestros sistemas de educación e interpretación, están sometidos al imperio de la simulación, es poco más que descubrir que el modelo humanista de la vida es poco más que un modelo: confiar aún en los síntomas, intentar un juego de disuasión en una selva de simulación, y con la ingenuidad que consiste en creer que hemos escapado de ella.
Del mismo modo en que los últimos paleontólogos insinúan que la herramienta precedió al hombre "un auténtico colapso para esa complicidad milenaria entre progreso y humanismo". La sofisticación y el grado de artificio en este caso, no deben entenderse como índice cualitativo del género humano, sino apenas como un signo cuantitativo de la especie.
Este es el estado natural y continuo que como paisaje recibimos. Lo que resultaría aún más ingenuo sería elevar al terreno del deseo justo lo que ya existe como realidad porque, aunque el conocimiento implique responsabilidad, la irresponsabilidad no va a curarnos del conocimiento, ni de la capacidad de asumir responsabilidades. Deviene resistir a los valores instaurados por poderes fácticos para una humanidad mansa y obediente, que no asimila que la responsabilidad no nos asiste en el momento en que se colapsan todas las representaciones.
Resistir rechazando de inmediato la omnipotencia de un sistema totalitario único, sin disenso que opere como contrapoder, capaz de elaborar estrategias capaces de construir un futuro preciso, al que se puedan asimilar todos.
Insisto, el rechazo al sistema neoliberal en auge, a pesar de pandemias y clausuras, se refuerza cada hora en sus actos depredadores, abusos retóricos de sus mensajeros, representados por gobernantes y funcionarios de poderes de justicia inexistente, legisladores, que preparan en la víspera sus contragolpes constitutivos, alimentándose de sus propios éxitos, apuntalados por la máquina escatológica de las corporaciones mediáticas, trivializando lo esencial y dando espacio de honor a lo vacuo, superfluo y aberrante.
No hay aprendizaje sin error, ni tampoco acierto sin duda. En este nuestro mundo, hemos dado por sentadas demasiadas cosas, demasiado improbables muchas de ellas. Y así nos va. Las ideologías sin basamento empírico, inicio de la construcción del conocimiento científico, asimiladas al conocimiento teórico, son eliminadas, dando espacio, a eslóganes fáciles y retóricas simuladas, excluyendo si espacio a dudas a quién disiente y desobedece, denunciando la mentira flagrante impuesta por los informantes de medios que lucran con el terror y la muerte, relegando al abandono institucionalizado a millones de seres que viven en indigencia, hambre y sin techo, un preludio a lo peor que no termina de acontecer.
Sin embargo, el sistema genocida ofrece discursos simplistas y muy ríspidos, en boca de los alfiles del sistema miserable, algunos con perfiles académicos deplorables, pues el metalenguaje que inhibe a la víctima, toma carácter de evidencia. Lo podemos apreciar en la injerencia con que de rutinariamente operan personeros gerontes de países vecinos a Argentina, socios y cómplices de dictaduras cívico-militares.
Argentina, hoy jaqueada por la pandemia y la espantosa herencia recibida por Mauricio Macri, espionaje incluido, que no cesa de accionar ante un gobierno pareciera congelado y sin aparato comunicacional que replique el ataque sistemático que recibe día a día... me refiero a los balbuceos de personeros del paraíso fiscal como lo es Uruguay, cuyo ex presidente Julio María Sanguinetti no deja de lanzar sus fatuas discursos mediáticos en entrevistas previstas para conspirar, sobre decisiones de gobierno de Fernández acerca de expropiar una empresa que debe al Estado y a cientos de acreedores, miles de millones.
José Mujica, el servidor de George Soros, referente de la retórica impune y grosera del sistema neoliberal, que lo ha tomado como referente del progresismo negociable, simulador y entreguista, sin dejar de difamar a nuestros gobernantes elegidos en elecciones libres; se suma el dictador Sebastián Piñera, que intenta tapar los horrores de su administración totalitaria, inventando controversias inexistentes en la realidad; y podemos sumar a los argentinos como Eduardo Duhalde, que haría muy bien dejar de opinar, ya es mayor de edad y su trayectoria de vida, tan sinuosa, lo dice todo. También puedo sumar a Roberto Lavagna, un consultor en franco retiro y dialéctica de otro siglo.
Y medito ¡Cuántos oyentes cándidos, crédulos, ignorantes, de todos los tiempos, han aceptado la legitimidad de la mentira y el horror! Convencidos no sólo de no estar equivocados, sino que su opinión, devenida de los discursos de los discursos harto repetidos de los "dinosaurios", se encuentran en armonía con los poderes constituidos y la “vox populi”, que reinará por los siglos de los siglos, ¿amén?... ¡jamás!
No me engaño, que ni democracias, dictaduras, los tan mentados y poco aplicados derechos humanos, han logrado impedir que la penetración del colonialismo sea considerada un derecho inalienable de imperios siempre vigentes, justificada dicha acción como una instancia política indispensable y necesaria para arribar a un mundo, donde permanecemos, donde la discriminación, el lucro y el crimen, puestos en acto por mafia reinante se eleven sobre nuestra condición de simplemente ser.
(*) Filósofo y poeta