
Reconocer un error, cuesta, y rompe nuestro ego, ya que reconocer que uno se equivocó es tal vez, angustiante, y hasta a veces humillante.
Pero hay una gran brecha en reconocerlo y no hacerlo. Por qué un error reconocido, al principio nos puede amargar, pero a la larga nos da tranquilidad, humildad, y nos enseña, que no solo podemos equivocarnos, si no que nos proporciona, saber cuándo no volver a equivocarnos.
Y nos da hasta tal vez un pequeño consuelo, de saber y entender que cualquiera puede equivocarse, además, cuando uno se equivoca puede percibir de otra forma, los errores de los demás, entendiendo que muchas veces los errores de los otros hacia nosotros no son intencionales, no son dirigidos específicamente, sino que solamente son equivocaciones dignas del humano.
Equivocarse y reconocerlo, es aprender. Equivocarse, reconocer, aprender, cambiar, y pedir perdón, es crecer.
Equivocarnos y siempre justificarnos, tengamos o no la razón, solo nos hace más pobres de mente, y muchas veces más pobres de corazón.
Todo conlleva un gran trabajo de introspección personal, no vamos a levantarnos un día y decir, me equivoqué.
Y aceptarlo tán rápido, por que reconocer que uno está equivocado duele, por eso hay que replantearse los comportamientos diarios, al final del día poder hacer una reflexión, entender, creer y aceptar que podemos equivocarnos.
Abrazar el error como una naturaleza humana, pero saber que con nuestros errores podemos estar dañando a alguien, y hay que abrazar también el pedir perdón a esas personas que dañamos.
(Colabora con Diario íntimo de Emma: Agustina Casalongue)