Conversando con Eugenio Zappietro: entre la historieta, el cine y la literatura

Por Ariel Avilez (*), especial para NOVA
Estamos en el Museo Policial de la Ciudad de Buenos Aires, y continúa la conversación con su director, que es también el escritor y guionista de historietas mejor conocido con el nombre de Ray Collins.
Aunque el cómic es el tema principal, con el señor Eugenio es imposible no visitar otros que no le son ajenos, como la literatura, el cine, y la vida en general, materia en la que con sus casi 84 años (los cumplirá el 29 de febrero, y no me felicito por haber olvidado sugerirle que exija el correspondiente descuento en el conteo por el hecho de poder festejarlo sólo cada cuatro años) puede considerársele también una autoridad, o al menos alguien digno de ser escuchado.
Él mismo nos dice acerca de su persona: “Quien me conoce sabe que no tengo buen carácter y que no soy políticamente correcto. Mi carácter no es manso. Para mí, ser políticamente correcto es ser hipócrita”. Es una buena definición, pero no quiero perder la oportunidad de compartir con ustedes otra igualmente buena, la expresada por el excelente dibujante peruano Percy Ochoa Montufar (responsable del dibujo de los últimos episodios de “Rocky Keegan”) tras leer la primera parte de esta charla: “El comisario Zappietro en sí mismo es un personaje de historieta. Chiquitito de estatura, cuando te mira, inquieta de veras, con esos ojitos también chiquititos, como escrutándote al conversar. Tiene la voz segura y firme, no duda nunca, sabe lo que dice. Usa en su conversar la ironía típica de buen porteño. Es bueno para la charla, es inteligente, culto. Al empezar en este mundillo de la historieta, tuve el gusto de interpretar muchos guiones suyos, cuando hacía lápices para otros dibujantes y algunos episodios ya míos, a tinta. En sus historias aparecían las damas `mal queridas´, las ilusas con las esperanzas idas, mientras el personaje de historieta de turno partía siempre hacia la nada, dejándolas con el corazón roto. Eran una constante. Sus guiones son o eran como el tango, ¡qué duda cabe!”.
Hecha la semblanza de nuestro admirado escriba, podemos continuar con la transcripción de nuestra cronológicamente errante charla, justo en el momento en que surgió de manera espontánea el tema de su acercamiento a la historieta, allá por 1960...
— Al no haber televisión, las únicas salidas al entretenimiento que teníamos eran la lectura -en casa mis padres leían- y el cine. Y yo hasta el 75 o 76 vi mucho cine, muchísimo; y de ahí me quedó el ritmo que después trasladé a la historieta, y que en "Precinto 56" se nota: cuatro cuadros, cambio; cuatro cuadros, cambio; tres cuadros, cambio… Mirá, si llego a octubre de este año, se cumplen sesenta años de mi primera historieta publicada ¡Soy más viejo que la injusticia! Recientemente la volvió a publicar entera el tucumano Daniel Ferullo, como suplemento del libro dedicado a la obra de Carlos Vogt, que fue quien la dibujó: es un episodio de "Joe Gatillo" que salió en la revista "Supermisterix", titulado "Pasa un jinete".
En ese entonces trabajaba para Editorial Abril. Y Julio Portas -quien fue mi maestro y era director de la revista “Misterix” que esa editorial publicaba- andaba necesitando un guionista, leyó mis fotonovelas y habrá dicho: “Este podría ser... ¿Para qué voy a buscar otro si lo tengo acá?”. Y me ordenó escribirle tres guiones de historietas. Cuando le presento los tres guiones, me llama al poco tiempo y me dice: “Le acepté dos. He dado a dibujar la primera”. Estoy volviendo a mi madriguera de revistas femeninas -hacía cuentos para la revista "Nocturno"-, y él me detiene y me dice antes de que me vaya: “Deme un nombre de fantasía, un pseudónimo preferentemente americano”; “Ray Collins”, le dije y me fui. Ignoraba que Ray Collins era un actor que yo estaba cansado de ver en cine y que trabajaba en la serie "Perry Mason". Me salió "Ray Collins" como me podría haber salido "Pepe Pata de Palo".
— ¿Quién le enseñó los rudimentos para hacer sus primeros guiones?
— Aprendí los rudimentos para hacer un guión de historietas a partir de un guión de cine, el de la película "La Ciudad Desnuda", de Jules Dassin, de donde sale la famosa frase: “Hay ocho millones de historias en la Ciudad Desnuda”. A partir de esto, sacan más adelante una serie de media hora con un rubio, James Franciscus, que después hizo "El Profesor Novak" -sos muy joven para conocerlo-. Y después hicieron otra serie, pero de una hora, que fue la que vi yo: los autores eran varios; los actores, de quinta (risas); pero estaba hecha de una manera que a mí me noqueó. "Precinto 56" está hecha de esa manera; cuando el Tano (Hugo Pratt) me dijo: “Hacete una policial”, yo todavía no hacía policiales, pero me senté a hacerla. Me dije: “¿Qué hago? Y... `La Ciudad Desnuda´”. Entonces "Precinto 56" terminó teniendo lo que muchas de mis historietas tienen, algo de nostalgia, algo referido a "alguna vez". El hombre, te das cuenta cuando vos te ponés a escribir, se busca un diván. En este país en el que hay más psicólogos que gente (risas), sucede que uno quiere que lo escuchen, hay problemas de incomunicación. Y la historieta tiene todos los géneros en uno, y escribís como en el teatro, pero en la historieta tenés un ayudante que es el dibujante, que es un colaborador que después termina poniéndole cara a tus personajes. Una vez escribí en un prólogo al primer libro de “Nippur de Lagash” que estamos hechos de la madera de los sueños. Y sí, porque si no soñaras no podrías vivir; no por oponerte a la realidad, sino porque el sueño y la realidad son uno la continuación del otro. Cuando te dicen: “La guerra es la continuación de la política pero por otros medios”, te está hablando un imbécil porque no es así. Pero en el caso de los sueños y la realidad, sí que es algo cierto. Cuando vos escribís, tus personajes en un momento determinado se ríen de vos, hacen lo que quieren.
— ¿Usted enseñó alguna vez a escribir guiones?
— Yo acá tengo desde hace catorce años un pequeño tallercito gratuito de cuento, novela y guión. La gente viene y se cansa, porque tienen que trabajar; acá se viene a escribir, no se viene a escuchar a uno, a un parlanchín que habla de Dashiell Hammett. Viene mayoritariamente gente de más de treinta años, gente mayor. No hay exigencia de pago ni asistencia, y por eso suele haber alguna inconstancia... pero esa no es una cosa que a mí me moleste: si viene sólo uno a la clase, yo le doy clase a ese. Más que dar clases, demuestro lo que he aprendido. Yo no soy docente ¿Que tengo que sistematizar? Sí. Ahí me hago el académico para poner en palabras más o menos organizadas lo que te podría explicar de otra manera mate de por medio. Acá viene la gente a pedirme técnicas de la historieta ¡Y no tiene ninguna! Cuadro uno, cuadro dos, cuadro tres. Toma uno, toma dos, toma tres. Escribir una historieta es una de las cosas más simples, a Dios gracias, porque se puede acercar a ella cualquiera que tenga algo para contar. Una historieta no es el envase: es lo que tiene adentro. “Una película también”, me dirás; pero no, en la película hay más cancha, hay otras cosas, hay un tercer actor que se robó la película, hay una señora gorda que está de relleno pero que en los tres minutos que actuó acostó a todos, hay música...
La historieta le gana al teatro porque tiene al dibujante; y al dibujante le podés pedir desde un globo a un planeta, y te lo dibuja. El que escribe historietas tiene que tener la capacidad que tiene el que todavía no maduró; el que oprime las teclas puede ser un hombre maduro, pero el que piensa la historia, la piensa desde afuera para adentro, y cuando la escribe la va a escribir de adentro para afuera. Esto no es física cuántica; esto es mostrarte lo que yo aprendí, lo que me enseña la historieta, y es que tiene que estar viva. Yo creo que el primero que hizo sentir a sus personajes sin que el lector se diera cuenta fue (Héctor Germán) Oesterheld en historietas como "Ernie Pike"… En teatro es otro cantar porque es el personaje frente a él mismo, y es la historia que está viviendo; no le resbalan las cosas como el agua resbala en las plumas del pato.
— Hablaba hace un ratito acerca de "Precinto 56", y hay un episodio especialmente significativo titulado "Sueños del Pasado" -mi favorito de la serie- en el que toca mucho de los temas que acaba de mencionar...
— "Sueños del pasado" es el título en español de "Save the Tiger", una película imborrable para mí, el segundo Oscar de Jack Lemmon. Es una película independiente, hecha con dos mangos, que es un infierno y que cuando yo la vi a los cuarenta y tantos, me marcó, me dejó una cicatriz aunque los diálogos son tontos, el argumento es tonto; el autor es un novelista yanqui, Steve Shagan. En la historia, un tipo se levanta pensando en cómo formaba el equipo de su adolescencia, se lleva mal con la mujer, su fábrica está por quebrar. ¿Entonces qué hace? Va a fraguar un incendio para cobrar el seguro. Eso a mí no me interesa. Sí me interesan algunos momentos, el acercamiento que tienen algunos personajes. Ejemplo: el personaje de Lemmon es un ejecutivo -no hace morisquetas porque es dramática la película- y tiene todavía un cochazo; hay una señorita que está levantando puntos, y entonces él -que tiene unos cincuenta- la sube y le hace una sola pregunta: “¿Qué edad tienes?”; ella responde: “Veinte años”; “Mentira. Nadie tiene veinte años” (risas) ¿Por qué? Habla por él.
— Hablamos de Oesterheld, de Wood, de Albiac, de Álvarez Cao, de Arévalo ¿Le gusta el laburo de Carlos Trillo?
— Leo muchos autores y Trillo me gusta porque es la suma de todos los guionistas: tiene humor, tiene aventura, tiene protesta, tiene denuncia ¡Tiene todo! Y con Enrique Breccia hizo una obra mayor; "Alvar Mayor", justamente. ¡Lo que es eso! El que empezó con esto de la denuncia en las ficciones, que los policías tenían caspa y esas cosas, fue Dashiell Hammett en "Cosecha Roja". Y al pueblo le puso "Poisonville" (ciudad del veneno). ¡Y lo bien que queda! ¿A qué lector no le va a gustar que se hable mal del poder? Porque el poder está en todos lados: en la familia, en el laburo, en el Gobierno, en la calle... El poder del que llegó antes a la fila ¡En la cola está el poder! Hablando con Juan Sasturain -que vino al filmar acá varias veces para su programa “Continuará...”-, le comentaba: “Vivir en sociedad es riesgoso. Yo soy un tipo que es un verdulero para muchas cosas, es decir, soy un tipo simplón: cuando voy a un café y me atienden mal, no voy más, no me peleo con el mozo, me voy”. “¡Eh, no! Hay que aclarar...”, me dice. “Hay estupideces que no se aclaran”. No hay que armar escándalos... Se pelea en las guerras cuando la guerra va a beneficiar a otros, no por vos; yo nunca me peleé por mí.
Hace años aquí salió al aire un teleteatro llamado "Los exitosos Pells", con Mike Amigorena, y vienen un día y me dicen: “Te robaron `Alan Braddock´...”. Y no, las historias de dobles o el que haya gente parecida no es un invento mío. Es más, la cosa más linda que yo leí -y la leí de viejo- es "El Prisionero de Zenda", una historia que tiene que ver justamente con esto, con un tipo que se parece mucho a otro y lo sustituye. Por esta sugerencia ni vos ni yo vamos a cobrar, y esto es prácticamente una salida laboral: vos leés este libro y te ponés a escribir. Te cuento. Estaba yo en un lugar en el que hay una estantería, y sobre ella unos libros que nadie consulta, porque se lee cada vez menos, gracias a Dios... (risas).
— ¿Por qué gracias a Dios...?
— Y bueno, si a la gente no le gusta leer, que no lea. ¿Quién soy yo para meterme? (risas).
— Alguien que escribe y que tal vez quiera vender sus libros…
— Ariel, yo escribo porque me gusta: si publico, bien; si no publico, es igual. Tengo once novelas sin publicar porque no tengo tiempo para corregirlas. ¿Tendré tiempo alguna vez? No lo sé, yo vivo el día a día. Me doy el gusto de hacer eso. Todo relato largo de más de doscientas o trescientas páginas necesita un ajuste. ¡E incluso las historietas de doce páginas! Y para hacerlo, para corregir, te ponés en lector. A mí no me interesa dar cátedra, yo lo que quiero es no defraudar al que me va a leer. Primero no me defraudo yo; después, si me gustó a mí, tal vez le guste a algunos más.
Volviendo a lo anterior: llego a una pieza toda llena de humedad, que se cae el techo, y veo que un pobre infeliz había puesto dos estanterías llenas de libros para que los demás leyeran. Y empiezo a mirar y veo los dos tomos juntos: "El Prisionero de Zenda" y "Rupert de Hentzau", que no es otro libro, sino la continuación. Edición de Editorial Tor, año 45, papel de almacén, traducida por Pepito (risas) -un tal C.A., en realidad-. Me lo llevo a la cocina, lugar ideal para la lectura. Y me pongo a leer a un autor que fue Sir, pero que no lo hicieron caballero por su escritura: se llamaba Anthony Hope (que significa esperanza), creador de esa y de varias novelas acerca de la monarquía que yo no conocía, es tenido como un autor menor. Sin embargo, los ingleses tenían una escritora de allá por 1820, poco más poco menos: Jane Austen, la autora de "Orgullo y Prejuicio" y "Sensatez y Sentimientos"; ahora la equiparan con William Shakespeare, tardaron como doscientos años en reconocerla. Y yo me pongo a leer "El Prisionero de Zenda" así, como el que quiere aprender guión ¿Alguien no tiene ninguna escuela a la que ir? Que agarre "Los Tres Mosqueteros" y verá lo que es un guión. "El Prisionero de Zenda", peor: nadie que quiera escribir puede hacerlo sin pasar por esa novela... y la descubrí a los 82 años. Cuando la terminé de leer, reparé en que se escribió en 1894, cuando no se hablaba del ADN ni nada, pero te explica de manera tan químicamente correcta por qué se parecen tal y tal personaje que son consanguíneos... Y además hay una amistad entre el protagonista y su cuñada -es la mujer de su hermano- que, como toda buena mujer, le dirige la vida: él es un solterón, tiene veintiocho años. Es una maravilla. Y cuando termino, me da un poco de miedo comenzar a leer el segundo libro, "Rupert de Hentzau", pero no... Es como las Invasiones Inglesas: es una sola. Terminados los dos libros, vine aquí, y le dije a la gente de mi taller: “Señores, no se puede escribir sin pasar por `El Prisionero de Zenda´”. Mirá, si se trata de acción, te sacás el sombrero, la maneja como Robin Wood; la parte monárquica la maneja como si fuera un príncipe reinante; las descripciones de los personajes las maneja como si hubiera sido el hijo de Sigmund Freud. Además me quedó una cosa: es una obra deliciosa, como todo amor que no puede ser.
— Zenda es el nombre que, en homenaje a esta obra, se le puso a un sitio web dedicado a la literatura, creado entre otros por un gran escritor: Arturo Pérez-Reverte. ¿Lo ha leído?
— ¿A ese asqueroso que escribe como los dioses…? ¡Y todavía se enoja! (risas). Cuando habla como periodista me encanta, es un gallego cabrón. ¡Pero este tiene un problema serio! Alguien que admiro mucho escribió alguna vez: "Y como no había cumbres que escalar, lo único que quedaba era descender". Pérez-Reverte hace tiempo que es miembro de la Real Academia Española, gana guita a paladas, tiene seis-ocho... ¿Cómo llena su vida de aquí hasta que se muera? Ese es el problema de Reverte ¡Tiene que seguir escribiendo!
Yo conozco a Pérez-Reverte gracias al hijo del dibujante Enio. Es un pibe con el que tengo trato desde que él era chiquito -hoy es un señor hecho y derecho-, y que alguna vez me lo recomendó cuando estaba saliendo de la adolescencia: “¿Leíste a Reverte?”; y me da "La Tabla de Flandes"... Pongámonos de pie, yo me paro. ¡Vamos a pararnos! (risas). Y también me presta "El Maestro de Esgrima", que si agarraba para otro la se convertía en “LA” novela. Pero "La Tabla de Flandes" es un "capolavoro", es una obra de morirse. A Reverte yo lo leo en la revista de La Nación cada quince días, ahí escribe una columna periodística.
— El otro día nos contaba Horacio Lalia acerca de una muy interesante etapa que protagonizó usted junto a varios guionistas y dibujantes, trabajando desde Argentina para Italia: "Hambre". ¿Qué nos puede decir al respecto?
— Era un mes de junio, mucho frío, me acababa de retirar de mi otro empleo (como policía), y yo trabajaba en el departamento de Rogelio Galicchio, con quien me llevaba bastante bien. Y una tarde, él se pelea con la gente de Columba, con Antonio Presa... Una pelea, un intercambio de ideas, bah. La cuestión es que lo noté desesperado y yo también tenía necesidad de asegurar el morfi; primero eso, después uno es artista. Pablo Picasso a lo mejor podía ser artista tiempo completo. Leonardo tal vez tenía un mecenas... pero acá no hay mecenas. Entonces se me ocurrió: había que hacer una llamada internacional a Italia, llamar a Eura. No reparé en que eran las cinco de la tarde acá, y por lo tanto eran las diez de la noche allá; y a las diez de la noche no encontrás ni al loro. Pero lo encontré. “Hola, le hablo de Buenos Aires. Mi nombre es Eugenio ¿Necesitan material?”. “Era hora...”, me dicen. Esto duró seis años, y nunca me rechazaron una historieta.
Se trabajaba con un criterio bastante serio: una historieta estaba pactada a un año, doce capítulos. Ya en el capítulo octavo, nosotros mandábamos el reemplazo para que el dibujante no se quedara sin trabajo. Y le puse "Hambre S.A." porque esto vino del hambre, y Lalia le puso el logotipo: un perro rascándose las pulgas a la luz de la luna (risas).
— ¿Quiénes más estaban en el equipo?
— Al comienzo, como guionistas sólo estábamos Galicchio y yo, después convocamos a Ricardo Ferrari. Y entre los dibujantes estaban Lito Fernández, Horacio lalia, Alberto Saichann, Gianni Dalfiume... En definitiva, éramos gente que laburaba mucho, poníamos el traste en la silla, hacíamos las historietas y sabíamos que si queríamos vivir de ella, no quedaba otra que trabajar. Y aunque perdí mucho. ¿Qué gané? Tranquilidad y una profesión que todavía hoy me tiene muy bien. Es una amante que yo jamás echaría de casa.
— ¿Hay planes o ganas de reeditar sus laburos clásicos para Columba o Récord?
— Bueno, el nieto de Columba quiere que yo escriba la historia de la casa editorial contando todo lo que sé. Él tiene casi todo el archivo, pero es una persona bastante volátil... y viaja mucho, así que veremos. Con respecto a las reediciones, como dicen los curas, es justo y necesario hacerlas. Pero, ¿hacerlas acá? Nadie va a invertir un peso en historietas porque es norma del país que vos pongas un comercio y te lleves el doble; muchas veces ganás el veinte por ciento, otras el treinta, y otras tenés que duplicar porque todo es tan fugaz que es una curda nada más, como dice el tango. Igual no te confundas, que esto no es ninguna queja; después de todo, no soy un comerciante...
(*) Redactor especializado en cómics.

