La sexualidad de los cátaros y la condena de la Iglesia Católica
Por Alberto Lettieri, especial para NOVA
Las Cruzadas fueron un fenómeno medieval, impulsadas por el Papado, para fortalecer su liderazgo sobre los reyes europeos. Generalmente se las asocia con la expansión cristiana hacia Tierra Santa, en un movimiento que además posibilitó la reubicación del excedente demográfico europeo fuera de su continente. Pero no se limitaron a eso, ya que se impulsaron también varias cruzadas dentro de la propia Europa para liquidar a los “enemigos de la Iglesia”, ya fueran paganos o bien interpretaciones del cristianismo divergentes y que cuestionaban la riqueza y las pretensiones terrenales del alto clero.
Para justificar estas iniciativas, el Papado difundía fake news sobre las costumbres, hábitos sexuales, prácticas demoníacas, etc, de los pueblos a los cuales se decidía atacar. Una de los casos más controversiales y sobre los que se generaron las mayores distorsiones y falseamientos de la realidad fue el que tuvo como eje a los cátaros, albigenses o arrianos.
En principio, la primera falacia surge de la propia denominación de cátaros, ya que los involucrados nunca se llamaron a sí de ese modo, sino que fue una denominación peyorativa instalada por el Papado, tomada del griego “kataros” (“puros”), a los que se definió como brujos adoradores del Diablo en forma de gato. Muy lejos con esta definición, ellos se reconocían simplemente como “cristianos” y en la región de la Occitania francesa se los denominaba popularmente “buenos hombres y buenas mujeres”.
El arrianismo -una versión herética según la Iglesia de Roma-, del cristianismo, había sido difundida por Arrio, un Presbítero de Alejandría (Egipto) que vivió en el Siglo III DC, y que negaba la Trinidad, asegurando que la naturaleza de Jesucristo era distinta y subordinada a la del Dios Padre. Su influencia se extendió ampliamente, incluso hasta Mongolia, y en Europa se instaló en amplias regiones de la actual Francia: Occitania, Toulouse, Carcasonne, Beziers, etc. Pero los cátaros o arrianos no sólo preocupaban al Papado, sino también al Rey francés Felipe Augusto, quien los consideraba como aliados de las pretensiones catalanas sobre el territorio del Mediodía que formaba parte de sus dominios.
Los cátaros expresaban un desinterés por lo material, y denunciaban -mucho antes de Lutero- los abusos de los obispos y clérigos, su desmedido afán de poder y riquezas, su aristocrático estilo de vida y el relajamiento moral de sus acciones. Estas críticas iban ganando terreno sobre las ciudades vecinas, lo que favorecía la expansión de su fe.
Los cátaros rechazaban la asociación entre sexualidad y procreación, condenaban la adoración de imágenes, rechazaban el bautismo y veían en la cruz un símbolo de tortura. Creían que la procreación dejaba las almas cautivas de vil materia. Pero lejos estaban de rechazar la práctica activa de la sexualidad, ya que eran sumamente amplios en esta materia, y aceptaban las relaciones sexuales libres y consideraban a la sexualidad como una forma lícita y deseable de su ejercicio.
Boswell, un especialista sobre el tema, afirma: "Es sabido que muchos movimientos heréticos influidos por el dualismo oriental y las filosofías maniqueas desaprobaban la procreación, pues ésta dejaba las almas cautivas de la vil materia. Esta desaprobación bien podía llevar a la estimulación tácita –o incluso explícita– de prácticas homosexuales en sustitución de las heterosexuales, tan objetables. Se creía que los albigenses, en particular, predicaban que las relaciones homosexuales no sólo estaban libres de pecado, sino que constituían un medio deseable de contrarrestar los esfuerzos del demonio para atrapar las almas en la materia."
Rosa Montero define a los cátaros como sociedades “asombrosamente avanzados para la época”. Eran “herejes muy intelectuales, muy racionales; tradujeron las Escrituras a las lenguas romances; consideraban que adorar la Cruz, un instrumento de tortura, era algo perverso y rechazable”.
Las comunidades cátaras ubicaban en un plano de igualdad a mujeres y hombres, que eran liderados por los “perfectos”, una denominación que no refiere a la vocación de poder institucional o material sino a la perfección moral de sus acciones. Los “perfectos” practicaban el ascetismo, por los que sus acciones contrastaban y dejaban en evidencia la corrupción y el lujo ampliamente extendidos en la Iglesia católica. En un medio rural empobrecido y explotado por la recaudación del diezmo eclesiástico, eran, naturalmente, una amenaza para la supervivencia de las Diócesis católicas.
La amenaza que significaban los cátaros creció de modo tal que el Papado se desentendió por un tiempo de las Cruzadas a Tierra Santa para dirigirlas a la eliminación de esta herejía. Sin embargo, el procedimiento no varió. Primero se confeccionaros las Bulas papales contra "los hombres puros", que aseguraban que eran adoradores de gatos, sodomitas y herejes. Se amenazó con la excomunión a los nobles que les apoyaran, y se organizaron cuatro Concilios para acordar la estrategia para eliminarlos. Finalmente, el Papa Inocencio III y Felipe Augusto concretaron la alianza y se organizó la Primera Cruzada contra los cátaros. Por primera vez se incluía la sodomía como acusación contra una comunidad herética.
La conducción militar de la Cruzada se confió al sanguinario Simón de Montfort, cuyo lema fue "¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!". Los nobles occitanos se aliaron con el rey Pedro I El Católico, rey de Aragón y de Pamplona, que no demostraba simpatía alguna por los cátaros. El conflicto así se convirtió en una disputa no sólo religiosa, sino también política entre la nobleza occitana, que deseaba independizarse de la corona francesa, y el rey francés. Pero la derrota en la Batalla de Muret (1213) eliminó las expectativas de independencia de los occitanos, consagrando la victoria de la alianza entre Francia y la Iglesia de Roma.
Consagrada la autoridad de la corona francesa, restaba aún concretar la eliminación de los cátaros. De esto se encargó la Inquisición, que entre 1229 y 1250 se aplicó en la zona, extendiéndose al centro y el norte de Catalunya. Los cátaros entonces se refugiaron en bosques y montañas catalanas de difícil acceso, en las cercanías de la Serra del Cadí.
Las acusaciones sobre la práctica de la sodomía fueron las que merecieron mayor tratamiento en las brutales jornadas de tortura que imponían los inquisidores católicos a los heréticos. Y, por cierto, esta causa de condena se volvió extremadamente atractiva y útil para desembarazarse de herejes y hasta de opositores políticos en lo sucesivo, a punto tal que fue la excusa utilizada más adelante por el Rey francés Felipe IV el Hermoso para liquidar a una orden que había jugado un papel protagónico en las Cruzadas a Tierra Santa: los Templarios caídos en desgracia.