

Por Alberto Lettieri, especial para NOVA
Ya que estamos celebrando las Fiestas de Fin de Año, a las que habitualmente asociamos con la comida, la bebida y el encuentro familiar, resulta apropiado recordar que no siempre las fiestas de celebración popular fueron así. Los romanos nos proveen de un instructivo ejemplo de cómo era la manera de celebrar preferida de las sociedades paganas.
El 15 de febrero de cada año comenzaron a celebrarse en la Antigua Roma las Fiestas Lupercales, en homenaje a Fauno Luperco, romanización del Dios griego Pan, divinidad asociada con la fertilidad y la sexualidad masculina. Recordemos que la leyenda atribuye la fundación de Roma a los gemelos Rómulo y Remo, amamantados por una Loba, y de ahí la importancia de este animal en su mitología.
La celebración era absolutamente descontrolada y anárquica. Gente corriendo desnuda y alcoholizada por las calles, azotándose entre sí y manteniendo sexo creativo y desenfrenado en público. Para los romanos, esta celebración era una especie de rito de fecundidad que, como sucede con los mitos y leyendas en general, tenía su justificación histórica.
Según cuenta la leyenda, Amulio destituyó del trono de Alba Longa –ciudad fundada por el hijo del griego Eneas, que participó de la Guerra de Troya- a su propio hermano, y asesinó a todos sus hijos varones para consolidarse en el trono. A su sobrina Rea Silvia la convirtió en sacerdotisa, para que no tuviera descendencia. Pero el Dios de la Guerra, Marte, fue conquistado por su belleza. De su relación nacieron dos gemelos, Rómulo y Remo. Amulio temió que los recién nacidos quisieran hacer valer sus derechos más adelante, y contrató a un sicario para ejecutarlos. Pero el asesino se conmovió y los abandonó en una cesta en el río Tiber.
El curso de la corriente los depositó en las costas de la actual Ciudad de Roma, donde fueron alimentados y cuidados por una loba, llamada Luperca, y un pájáro carpintero, animales sagrados de Marte. Luego los tomó a su cargo un pastor local y, al crecer, volvieron a Alba Longa para matar a Amulio y reponer en el trono a su abuelo, confinado en prisión desde su deposición.
Años después de la fundación de Roma, los gemelos advirtieron que las mujeres romanas se habían vuelto estériles, y decidieron consultar al oráculo de la Diosa Juno sobre la manera de remediarlo. "Madres del Lacio, que os fecunde un macho cabrío velludo", fue la respuesta. Inmediatamente, se creó un cuerpo de sacerdotes, los Luperci o loberos, que eran elegidos anualmente el 15 de febrero –día de la fundación de la ciudad- entre los adolescentes (sobre todo, cazadores- en la cueva del Lupercal, junto al Monte Palatino.
La elección del lugar no era, por supuesto, casual. La tradición aseguraba que allí habían sido amamantados por la Loba, en cuyo honor se organizaba la celebración. Los sacerdotes sacrificaban un macho cabrío y un perro, con cuya sangre untaban la frente de los seleccionados. Luego cortaban en tiras el cuero de los animales sacrificados, que distribuían entre los Luperci, que salían a correr por las calles próximas a golpear a quienes se les cruzaban. Esta acción era concebida como una ceremonia de despurificación de las mujeres, que incrementaba su fertilidad al ponerse moradas sus pieles.
Lejos de escapar, las mujeres en edad fértil iban en la búsqueda de los Luperci, ansiosas por recibir los azotes que incrementaban su capacidad de concebir. No se trataba de actos sádicos ni de violencia extrema, sino una especie de puesta en escena, que se acompañaba de una especie de apocalipsis sexual, donde la gente corría por las calles desnuda o semidesnuda, manteniendo sexo generosamente y a la vista de todos. Debe aclararse que no se trataba de una fiesta masiva, y que se realizaba una vez por año, en homenaje a Luperca.
Pero todo tiene un final. Y, cuando de restricción de la sexualidad se trata en Occidente, la mano de la Iglesia es la responsable. En el 494 después de Cristo, el Papa Gelasio I prohibió las Lupercales, considerándolas como inaceptable manifestación de “lascivia” y “perversión pagana”. En su reemplazo, se instaló la celebración del martirio de San Valentín, ocurrido el 14 de febrero del 270 después de Cristo. Una conmemoración inocente y recatada, al gusto de la doctrina papal.
San Valentín había sido médico y sacerdote cristiano, que violó deliberadamente la Ley Imperial que prohibía el casamiento a los soldados. Valentín los casaba a escondidas, desafiando la autoridad del Emperador Claudio II, quien ordenó encarcelarlo, para ejecutarlo en el año 270. De este modo, el enamoramiento ingenuo pasaba a reemplazar así al libre disfrute sexual pagano como festividad y como práctica.