

Por Alberto Lettieri, especial para NOVA
El jesuita José de Anchieta (San Cristóbal de La Laguna, Tenerife, 19 de marzo de 1534 - Reritiba, Brasil, 9 de junio de 1597) fue un reconocido naturalista español que es conocido como el “Apóstol de Brasil”. Anchieta desplegó la mayor parte de su tarea misional en Sao Paulo, ciudad que se fundó en torno a una misión que él mismo creó.
Entre sus agudas observaciones, se destaca su descripción del mito fálico de los guaraníes: el Kurupí. “El Kurupí o Kurupiré es un demonio menor de los guaraníes. Es un hombre pequeño, de cuero escamoso, de orejas en punta, que tiene la particularidad de tener los pies hacia atrás, es decir, avanza con los talones. Pero su principal rasgo es su miembro viril que da varias vueltas a su cintura y con el cual, desde la distancia puede embarazar a una mujer. A veces roba criaturas mejor si son del sexo femenino y otras llega a asesinar al cazador desprevenido que no le deja su caza, comiéndole el corazón”, afirmó.
El Kurupí es, asimismo, símbolo de la abundancia y de la multiplicación de la especie. Una de sus características es la lujuria, propia del ser humano, que, a diferencia de los animales, no entra en celo de manera estacional, sino que vive en permanente actitud de apareamiento. La mayoría de las religiones monoteístas han tratado de castrar esta inclinación natural, imponiendo preceptos morales y religiosos, y también graves castigos, tantos físicos como sociales.
El Kurupí guaraní tiene muchas similitudes con el dios griego Pan, divinidad de los bosques, los campos y la fertilidad. Pan era representado con cuernos, orejas y patas de macho cabrío, y regía la vida de los pastores. Su extrema fealdad motivaba la huida de las mujeres, sobre todo de las ninfas, divinidades griegas y romanas que vivían en las fuentes, los bosques, las praderas, los ríos y el mar. Sin embargo Pan no se dio por vencido y, conociendo la debilidad que las ninfas demostraban hacia la música y la danza, construyó una flauta de cañas, que le permitía seducirlas al ejecutar melodías cautivadoras.
El Kurupí, en cambio, tiene un falo tan largo que debe llevarlo enrollado en su cintura. Él le permite atraer desde la distancia a las mujeres para embarazarlas. Generalmente es descripto como un hombre joven, peludo, de baja estatura, que vaga desnudo por los bosques durante la siesta, buscando muchachas solitarias para satisfacer su lujuria.
Las madres invocan al Kurupí para asustar a sus hijas, para evitar que deambulen solas por la selva, ya que si se lo cruzaran quedarían preñadas. Para seducirlas, el Kurupí consigue tentarlas realizando señas obscenas desde las ramazones, que les provocan la pérdida de la razón, sufriendo ataques de epilepsia.
El Kurupí tiene desplazamientos torpes, que provocan la burla y el destrato con facilidad. El secreto para volverlo inofensivo consiste en cortarle el falo, su principal arma y propiedad.
Velmiro Ayala Gauna (Corrientes 1905 - Rosario 1957) lo presenta como un enano cobrizo y robusto, capaz de estrangular con sus poderosas manos. Pero su cuerpo es torpe, sin coyunturas, con los pies dirigidos hacia atrás. Para burlarlo basta con treparse a un árbol, o lanzarse a una corriente acuática, ya que no puede trepar ni nadar. En este caso se lo presenta como antropófago, con predilección por la carne de los niños y las mujeres.
Juan Bautista Ambrosetti (Gualeguay, 1865 – Buenos Aires, 1917) lo considera como una variante del Yasí Yateré, y asegura que gusta de secuestrar niños para lamerlos. Otros autores lo presentan como guardián del monte, confundiéndolo con el Pombero.
El Kurupí es, sobre todo, una canalización de la sexualidad exacerbada de los pobladores de lugares apartados o solitarios. Y, tal como sucedió con el Fauno romano, el dios Pan griego o el Sátiro griego, pretende explicar la tendencia lujuriosa de los hombres.
Se considera que el mito del Kurupí se produjo con la imposición del cristianismo al litoral atlántico de América del Sur, y expresó una especie de síntesis entre las imposiciones morales de la nueva religión y los mitos y creencias preexistentes.
Fue utilizado por las madres guaraníes para tratar de evitar los embarazos de las jóvenes solteras y poner freno a la lujuria femenina, en consonancia con la demonización y prohibición de la sexualidad libre que impusieron los conquistadores.