El asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell abrió una serie de interrogantes en la sociedad que todavía no se han podido responder. En la gran mayoría de los casos de violencia existe un factor fundamental: el alcohol. En las últimas semanas, los episodios de este tipo a la salida de los boliches han sido moneda corriente y dejan al desnudo la ausencia del Estado.
La noche, el descontrol, las drogas y la ingesta de bebidas son una costumbre en los jóvenes, pero, además, este fenómeno atraviesa todas las clases sociales. Las peleas no se agotan solamente a los chicos que veranean en la Costa Atlántica, sino también se repiten en distintos puntos del país, sin importar le región geográfica o las edades de los involucrados.
En la actualidad asistimos a una problemática muy difícil de abordar. Los límites están sobrepasados y, si a eso le añadimos la ausencia del Estado, se profundiza todavía más. La falta de controles se suma a una fuerza de seguridad ineficiente, con pocos recursos humanos y tecnológicos, y con pocas herramientas para abordar este tipo de conflictos.
En este 2020, los canales informativos y los portales se llenaron de noticias de violentas peleas a la salida de los bolicheas. Apenas unos días antes del crimen de Fernando, se conoció un video en el que un patovica agredió brutalmente a un joven. Poco después, otras imágenes salieron a la luz en donde un chico recibía un golpe a traición que le provocó la fractura de la mandíbula, y así, casi todos los días, se repetía la misma escena.
En los primeros días de febrero, en Cosquín, hubo otra gresca salvaje que dejó como saldo a un adolescente de 17 años internado en grave estado. Días antes sucedió lo mismo en el barrio porteño de Palermo, cuando durante la madrugada, se cruzaron dos grupos, con palos y se vivieron momentos de tensión en los alrededores de un local bailable.
La problemática no es exclusividad de una clase social, ni de chicos que pertenecen a un deporte determinado, ni tampoco son aislados solamente en la época de verano. El alcohol, las drogas, el descontrol y la ausencia del Estado crean un cóctel explosivo, difícil de resolver y que, en algunas oportunidades, al final, se termina lamentando la muerte.