La semana pasada se dio un hecho inédito en nuestro país, que tuvo en vilo durante varias horas tanto al ámbito político como a los ciudadanos de todo el territorio, quienes a través de los medios de comunicación fueron testigos de un espectáculo nefasto que solo sirvió para echar sal a las heridas que aún tiene abiertas nuestra dañada Argentina.
La protesta de la Policía Bonaerense, que tuvo eco en varios puntos de la provincia, si bien estuvo originada en un reclamo justo, llegó a límites peligrosos cuando rodeó la Quinta presidencial de Olivos en un claro intento de amedrentamiento al mandatario nacional y su “calificado equipo”.
Un mensaje directo, entregado prácticamente “en mano” al Gobierno mediante la presencia física y armada de un sector que decidió salir a escupir frente a sus ojos la disconformidad que siente frente a la desidia de la dirigencia con respecto a aquellos que llaman “esenciales”, aunque reconocidos solo para la foto, pues llevan años abandonados en su labor. Como era lógico, enseguida se hizo sentir el reclamo de los trabajadores de la salud de la provincia -entre otros-, quienes calificaron como “injusto” el otorgamiento de aumentos salariales solamente a agentes de la fuerza, sin considerar a quienes se encuentran en el frente de la batalla en la guerra contra el Covid-19.
Sin embargo, la espesa manifestación policial simbolizó solo la punta del iceberg. Efectivamente, cuando los anuncios de las medidas para tranquilizar a la Policía por parte del gobernador Axel Kicillof hicieron bajar la marea de este tsunami, salió a la superficie la verdadera naturaleza de ese bloque que se esfuerza por mostrar unidad, pero que en el fondo del mar ya estaba quebrado.
Frente a los ojos del jefe de Gobierno porteño, Alberto Fernández encendió la mecha que hizo explotar por los aires el clima armónico que pretendían exhibir el oficialismo y oposición desde los tres gobiernos (Nación, Provincia y Ciudad) frente a la pandemia y demás medidas destinadas a la recomposición del país.
El puntito de coparticipación que el presidente le quitó a la Ciudad en beneficio de la Provincia para calmar las agitadas aguas enfureció a Horacio Rodríguez Larreta, quien en una dura conferencia aseguró que la medida fue definida a sus espaldas, sin su consentimiento, y sin cumplir con un precepto que el Gobierno viene resaltando: la promoción del diálogo. Desencajado pero firme, anticipó que dirimirá la cuestión en la Justicia para “recuperar” esos millones que le están arrebatando, mientras la “unidad peronista” asegura que no fue un arrebato, sino un acto de justicia frente a los beneficios “extra” que le obsequió Mauricio Macri al distrito porteño durante su gestión.
Este nuevo enfrentamiento demuestra que el verdadero cepo que tiene la Argentina nunca fue económico, sino ideológico e, incluso, cultural: es el que mantiene al país anclado en la disputa, sea quien sea quien gobierne. Y el pueblo siempre como rehén.