Al inicio de la pandemia, cuando el presidente Alberto Fernández dispuso todos los frentes de su Gobierno a la lucha contra el Covid-19, los países del Primer Mundo lo aplaudían por su gran “poder de conducción” frente a la amenaza global. Pero esas flores que se agachaba a recoger y lanzaba al cielo en cada conferencia llena de estadísticas comparativas que le inflaban el pecho, comenzaron a echar un olor fétido en sus propias manos, cuando la Argentina comenzó a desmoronarse como un endeble castillo de naipes.
Con el paso de las semanas, y ante el avance del virus, poco a poco el Gobierno empezó a mostrar la hilacha. El rumbo se perdió, y solo pudo comenzar a timonear en falso, del mismo modo que lo hizo Mauricio Macri cada vez que lanzó una medida errada, lo cual era objeto de críticas por parte de la oposición, hoy devenida oficialismo.
Ahora, más que nunca, se hace evidente la incapacidad del “Gobierno salvador” que venía a “rescatar” a los argentinos de las garras de un ex presidente capitalista y libremercadista que asfixiaba el bolsillo de los argentinos. Nada muy diferente de lo que está logrando el actual jefe de Estado: con otra fórmula, llegamos a peores resultados.
Aún con la mirada de Cristina Kirchner en la nunca, Alberto Fernández no da pie con bola: no solo se siguen disparando los contagios por el coronavirus luego de mantener a la población cautiva en sus casas durante seis meses, sino que además, el país se sumerge cada vez más profundamente en un abismo económico desesperante.
A pesar de este panorama, el presidente sigue con una venda en los ojos y la idea fija puesta en el Covid-19 (pandemia que no ha logrado controlar, fracaso que aún no admite). A pesar de todos los llamados de atención que recibe, no logra correr el foco hacia el lugar más crítico de la realidad argentina actual: la economía. Ninguna de las medidas que ha tomado ha logrado recomponer el tejido socioeconómico: el IFE y las asignaciones son meros parches que se escurren como agua entre los dedos, los salarios jamás alcanzan a una inflación que está a la orden del día, los “Precios Máximos” y “Precios Cuidados” sujetos a aumentos constantes se convirtieron en una burla que el consumidor ya decide pasar por alto, el desempleo aumentó un 13 por ciento durante el aislamiento, miles de pymes siguen cerrando, los impuestos siguen destruyendo el poder adquisitivo y la pobreza roza el 41 por ciento.
Como si fuera poco, absolutamente ninguna de las restricciones dispuestas para frenar la escalada del dólar ha sido efectiva. Ni el mísero porcentaje de retenciones que les quitaron a los exportadores, ni los descabellados impuestos al turismo, ni el tope de 200 dólares mensuales para el ciudadano común sirvieron para contener la suba continua de una divisa que la última semana, en cuestión de horas, en su versión “blue” se disparó hasta alcanzar los 167 pesos, marcando una brecha histórica con el formal, que este lunes cotiza a 83 pesos.
Ahora bien, ¿qué está esperando el Gobierno para dejar de emparchar, tomar el toro por las astas e implementar medidas profundas que logren sanar la economía y ayuden a todos los argentinos a creer que trabajando -sin subsidios, sin migajas- podemos salir adelante? ¿No saben, no pueden o no quieren hacerlo? Cualquiera de las tres respuestas sería rotundamente desmoralizante e infeliz.